Un encuentro desagradable:

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Pasó una semana en la cual vio a sus amigas unas cuatro veces, pero no se juntaron a hablar de sus planes sino del tiempo en que habían estado separadas. Todas tenían mucho que contar. Al final Gabriela terminó por convencerse de que sólo había sido una locura pasajera y que la venganza contra Hugo Peña jamás se llevaría a cabo. Estar juntas parecía haber curado un poco sus heridas. La joven hacía mucho tiempo que no sentía tanta alegría. Hasta que en la noche del sábado pasó algo que trajo a su mente viejos recuerdos, que abrieron profundas heridas.

Aquel sábado en la tarde, como de costumbre, no tenía mucho que hacer; estando en casa y sola aprovechó para comer algo delicioso. La señora que le hacía los mandados se acababa de ir, depositando una pequeña torta de chocolate en la mesa, cuando sonó el teléfono. Lo tomó en sus manos suspirando de molestia, mientras pensaba en que ojalá no fuera su madre. Eran frecuentes sus llamadas los sábados para saber cómo estaba (aunque en realidad terminaba hablándole de por qué no salía con un hombre).

— Hola, Gabi, ¿podemos vernos ahora? —Era la voz de Clara. Su amiga más bien se alegró por tener algún plan para el fin de semana.

— Sí, ¿quieres venir a mi casa?

— Estoy en el centro, ¿te molestaría que nos juntáramos acá?

— No, no hay problema.

La chica le pasó las señas del lugar en que estaba y, muy intrigada pensando en qué querría con tanta urgencia, fue a sacar su auto. No pensó en cambiarse, ni siquiera se arregló, llevaba todavía el traje masculino del trabajo que solía usar todo el día y le parecía tener un aspecto presentable. Algo extraño ya que ni siquiera se miró al espejo. Antes de cerrar la puerta el teléfono de la casa volvió a sonar. Pensando que podía ser Clara se devolvió a atender.

— Ah... madre...

— Yo también me alegro de escucharte, cariño —le respondió con sarcasmo.

— ¿Qué necesitas? Estaba por salir —dijo con impaciencia.

— ¡Oh, que sorpresa! ¿Y cómo se llama el hombre? —preguntó el diablo, con emoción.

— Es una mujer...

— ¡Por todos los cielos! ¿Eres lesbiana? No sé si pueda lidiar con eso... —la interrumpió horrorizada.

— ¡No, mamá! ¡Es una amiga! Tengo que cortar, voy tarde —le respondió exasperada.

— ¡Espera!

Sin embargo Gabi ya había cortado, el teléfono volvió a sonar pero no respondió esta vez. ¡Qué pérdida de tiempo! Salió apurada de casa y veinte minutos después estaba junto con Clara Keller, sentada en una hermosa cafetería, ubicada en el centro de la ciudad. Su recuperada amiga vestía una falda larga y blanca, con una blusa rosa... parecía una maestra de escuela.

— ¿Elena viene? —le preguntó con curiosidad.

— No... en realidad no le dije nada.

Gabriela la miró asombrada y su curiosidad aumentó. Clara tenía que tratar un asunto algo desagradable, había perdido el trabajo poco antes de que recuperara la amistad con ellas y se encontraba en un apuro económico al no conseguir nada aún. Tenía que mudarse ese mismo fin de semana, porque no podía pagar más la renta de su departamento.

En definitiva, quería comunicarle que había hablado con su tía y ella le había propuesto volver. No deseaba dejarlas justo en ese momento pero no tenía otra opción que recurrir a su ayuda, era el único familiar que le quedaba.

— No le he dicho nada a Elena porque iba a armar lío y no me creería nada. Pero no puedo quedarme más aquí... Voy a tener que dejarlas solas en... este asunto —concluyó desanimada.

La venganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora