A la caza de la novia:

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Fue una larga noche, los truenos retumbaban en el horizonte quebrando el frágil equilibrio del silencio, que se extendía por la vecindad como si fuera un presagio del mal tiempo que estaba por venir. La tormenta se desataría sobre las amigas sin detenerse... Dicen que si uno desea algo con toda el alma, el universo conspira para hacerlo realidad pero, a veces, los malos deseos se vuelven en contra.

Nadie logró conciliar el sueño, ni siquiera Felipe, el perro de Elena, que se la pasó aullando por un dolor de panza. Clara se instaló en el sillón más cómodo que tenía la sala de Gabi y no dejó de leer sobre la vida de Paloma hasta que el sol barrió la oscuridad del horizonte. Su compañera de casa, por otro lado, tampoco logró pegar un ojo, debido a que las murmuraciones de su amiga normalmente iban acompañadas de un fuerte quejido de frustración, hasta que la casa quedó en silencio. Y a nuestra tercera mujer ni se le ocurrió irse a dormir debido a su trabajo nocturno. Tuvo la mala suerte de dar con un conductor borracho que, detenido su vehículo carísimo, comenzó a decir que era un mono y salió disparado por la calle gritando incoherencias, con Elena persiguiéndolo detrás. Apenas iba a alcanzarlo, el maldito sujeto largaba una carcajada y corría hacia otra dirección. Así estuvieron varias horas... entre cinco policías y el hombre mono, que parecía sólo querer jugar esa noche, como un niño de cinco años... Al otro día, no recordaba nada.

— ¡Gabi! ¡Gabi! ¡Despierta! ¡Nos quedamos dormidas! —Una mujer pelirroja de ojos claros la miraba a sólo unos centímetros de su cara.

Gabriela gritó asustada, mientras decía que se podía llevar lo que quisiera pero que no le hiciera daño.

— ¿De qué hablas? ¿Tuviste una pesadilla?

— ¿Clara? ¿Qué te hiciste?

— Elena olvidó mencionar que Paloma es una pelirroja de ojos verdes. Tuve que correr a la farmacia para conseguir una tintura y unos lentes de contacto de ese color. Tomé tu tarjeta, no tenía dinero a mano.

La dueña de casa comenzó a cambiarse, no podía dejar de mirar a Clara que se veía totalmente diferente. Había peinado su cabello con un rígido rodete. Todavía lucía una camisa pero ¡se había colocado jeans! También había comprado unos lentes de sol enormes, que usó para ocultar su rostro al salir de la casa.

— Te ves muy diferente.

— Esa era la idea. Toma —le dijo, alcanzándole otros lentes de sol, algo más pequeños—. Será mejor que también lleves los tuyos.

— No te preocupes, nadie nos verá juntas. Me mantendré lo más alejada posible... —manifestó Gabriela. Estaba muy nerviosa, iban a salir con mucho atraso y debían llegar a la misma hora que el vuelo. En el caos de gente, que normalmente había en el aeropuerto, debía mezclarse Clara, o mejor dicho, Paloma. Miró a ésta. Se veía demasiado tranquila, tanto que la asustó.

— ¿Estás bien?

— No me interrumpas —le respondió, molesta—. Estaba rezando, debo recordar todo.

Miró a su amiga de reojo y prefirió no hablar en todo el camino. Clara había tomado una valija de su ropero y colocado en ella lo indispensable para una estadía de tres semanas en casa de su nueva amiga. Era evidente que no había dormido nada, como en un vuelo de larga distancia, y Gabi pensó que si podía mantener su boca cerrada lo más posible sería un primer encuentro muy convincente.

Sin embargo, la suerte no iba a acompañarlas ya que, tratando de salir por un conector del centro de la ciudad, quedaron varadas en el tráfico, que se movía a lentitud de hombre. A su alrededor había conductores enojados, algunos hasta bajaron del auto para ver qué era lo que causaba tal inusual congestionamiento. Los minutos pasaron hasta que al final acabaron por enterarse de la causa: era un puñado de no más de treinta personas cortando la calle, mientras hacían un reclamo.

La venganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora