¡Culpables!

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Cuando Gabriela se vio involucrada en toda la aventura, un poco a regañadientes, un poco presionada por Elena, nunca imaginó que terminaría de la manera en que lo hizo. Toda aventura es como una carrera y en toda carrera pueda haber un traspié, dejándonos fuera de competencia. Sin embargo, semejante final no se lo esperaba nadie: la policía rodeaba una iglesia. Ya de por sí esa imagen era muy extraña... inusual... No obstante, verse involucrada en los eventos que lo desencadenaron resultó ser más que una caída. Más bien se sentía como un conductor a punto de chocar con una pared, y a toda velocidad.

Más temprano, exactamente cuando las tres mujeres luchaban por huir de los secuestradores robando el camión, en la casa de Dios la novia se impacientaba. Ésta pronto descubrió que su madre no estaba y el poco control que tenía sobre ella se vino abajo. Creyó que se negaba a asistir a su boda, por lo que tomó por asalto la paciencia de su padre, gritándole delante de todos, qué era lo que pasaba con su familia que la hacía pasar tanta vergüenza.

Entonces, antes de que el señor Morales pudiera siquiera abrir la boca para excusar a su mujer sin delatar la verdad, César tuvo la mala idea de intervenir.

— Nat, cariño, no vayas a alterarte... Veamos... ¿Cómo lo digo?... Hugo aún no ha aparecido por aquí y no sabemos dónde está... Nadie lo ha visto desde esta madrugada.

Todos esperaron un berrinche, no obstante la novia tuvo la reacción menos esperada... Se quedó muda. Por dos largos minutos no pudo articular palabra. Su padre, preocupado por la cordura de su hija, pensó que se desmayaría en cualquier momento. Se acercó a ella y la tomó del brazo... Entonces Natividad reaccionó, se hizo a un lado y levantó la nariz, con soberbia.

— Está retrasado, ya vendrá —dijo con voz firme—. Será mejor que todos vayan a sus lugares. No me importa esperarlo un rato aquí...

César negó con la cabeza, le daba lástima y esta era genuina. Los ojos de la novia lo fulminaron con la mirada al darse cuenta. Dijo:

— Él vendrá. ¡No hagas esa cara!...

— Pero...

— ¡Nunca me dejaría plantada! —exclamó, alzando la voz. No obstante César no iba a callarse y menos iba a fingir que todo estaba bien.

— En eso estamos de acuerdo, totalmente. Mi amigo nunca te dejaría plantada. Respondo por él... Pero... cariño... me parece que le ha ocurrido algo malo. Estoy muy preocupado... "Estamos preocupados"... Mauricio ha ido a la policía.

Aquella frase la hizo dudar unos segundos. ¿A la policía? ¿Sería posible? Se preguntaba.

— ¿Quizá lo asaltaron? —titubeó Nat, sin comprender.

— No, no... Hubiera llamado. Alguien le hizo algo —respondió César, sin querer dar más detalles. Él tenía una idea bastante buena de lo que podía haber pasado. Hugo podría haber ido a ver a aquel amigo de la aduana... aquel amigo que era un tipo peligroso... Claro que no podía decírselo y menos delante de su padre.

— No le ocurrió nada. ¡El pillo ese, huyó! —intervino el padre de la novia, poniéndose nervioso por el giro de la conversación.

— ¡Cállate, papá!... Hugo nunca me haría algo así... ¡Me pones los nervios de punta! —se quejó la novia, llevándose las manos a la cabeza.

Mientras tanto, dentro de la iglesia, comenzaba a oírse el rumor de las conversaciones. Los invitados estaban preocupados por la ausencia de los novios y el calor se hacía insoportable dentro. Una señora, que llevaba un apretado vestido azul marino, sacó un abanico de su cartera y comenzó a discutir con su marido. Quería irse... Al ver que muchos andaban con la misma idea, el bondadoso padre Miguel trató de calmar a la gente como pudo hasta que él también comenzó a alarmarse por el paso del tiempo. Abandonó su lugar y salió a ver qué pasaba en la puerta. No era habitual que se demoraran tanto.

La venganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora