Plan C:

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El vestido de la novia era muy bello, tenía una enorme y pomposa falda de tul, brillo esparcido por todas partes y una cola catedral. Era un vestido tan magnífico como su precio. La señora Morales, que era la que llevaba la billetera, estuvo de muy mal humor e intentó por todos los medios conseguir que su hija lo descartara por otro más barato y menos ostentoso. Sin embargo, no pasaría así... Natividad era muy consentida y al final su madre terminó cediendo ante sus gustos.

— Es un hermoso vestido, totalmente nuevo. Llegó la semana pasada desde Paris. ¡Y te queda muy bien! ¡Parece hecho para ti! Casi no hay que modificarlo... Sólo lo abriremos un poco en la cintura. Te queda muy apretado —le dijo la modista de la tienda, mientras le marcaba el ruedo con alfileres, de rodillas en el piso.

Nat, que lucía una hermosa sonrisa, de pronto se puso muy seria. ¿Apretado? Pensó horrorizada. ¿Habría subido de peso?

— No, no... Estoy haciendo ejercicio. Debería quedarme muy bien.

— Las tallas a veces no quedan como...

— ¡No estoy gorda! —le gritó en la cara a la señora, que se quedó estupefacta y muda.

Estaban en el probador y aun así, todas sus invitadas pudieron escuchar la conversación. La madre se acercó a ella, ruborizada de vergüenza por la descortesía de la joven.

— ¿Nat, estás bien?

— ¡No! ¡El vestido no me queda y esta señora me está diciendo que estoy gorda! —sollozó como una criatura.

— ¡Yo no dije tal cosa! —intervino la mujer, ofendida y disgustada—. Solamente hay que abrir el corsé un poco... ¿Ve, señora? No cierra.

La señora Morales se introdujo en el probador, mientras observaba lo que le indicaba la modista.

— Tiene razón, sólo es un poco —concordó la mujer, al ver el calce.

Fue suficiente para que estallara de furia. ¡Todos estaban en su contra!

— ¡No lo toque! Seguiré haciendo dieta. No comeré en una semana si es necesario —exclamó de repente la novia, enojada con su madre por no ponerse de su lado. De un tirón quitó la tela del vestido de las manos de la modista, que la miró sorprendida.

— No seas terca hija, no te entra... No tenemos mucho tiempo para las modificaciones. ¿Y si cambias el modelo por otro similar? —propuso la madre, tratando de apaciguarla. No obstante, su consentida lo tomó como una insistencia de que se llevara uno menos caro.

— ¡No, mamá! ¡Déjame en paz! Es este el que quiero.

Del otro lado del probador, del cual sólo las separaba una gruesa cortina blanca, estaban sus tres amigas. Se observaban preocupadas e incómodas. Había cuatro personas extrañas cerca de ellas que miraban los probadores con sorpresa. Cintia decidió intervenir:

— Vamos, Nat, ¿no vas a salir? Queremos verte.

La novia salió unos segundos después, no muy contenta pero con una sonrisa de triunfo en su rostro. El vestido no le cerraba y estaba sujeto con ganchos. A Clara, alias Paloma, le pareció lo más precioso que había visto hasta entonces y se la quedó mirando con la boca abierta... Quizá valía la pena casarse tan sólo para usar tan magnífica prenda. Cintia la secundaba en sus pensamientos, pero éstos no eran tan puros, ya que la envidia la invadía y no hacía mucho esfuerzo para ocultarla. A la que no le gustó fue a Ana.

— ¿Qué ocurre Ana? —preguntó la novia, que había notado su seriedad—. ¿No te gusta? Es lo más caro y grande que tienen en esta tienducha pero me gusta.

La venganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora