Capítulo II

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Febrero, 2014

– ¿Perdido en tus pensamientos, Mario?

– No esperaba llegar tan lejos.

– Sabías perfectamente los riesgos al entrar en un negocio así, pasar por el luto en su plenitud puede ser lo mejor para iniciar el paso a tu recuperación; asumir las consecuencias por las vías legales puede ser mucho mejor opción que esconderse detrás de tu terapeuta.

– Lo hice todo por mi hija, y la perdí. No puedo afrontar la cárcel, no fue mi culpa. 

– Aún queda mucho por reflexionar, iniciemos con la sesión. Cierra los ojos e intenta relajarte, abre paso a tu memoria y procura decirme qué ves con exactitud.

–  Me levanto de mi cama, igual que todas las mañanas, voy al espejo pero no veo mi rostro, en realidad no puedo reconocerme, es como si mi pasado hubiese borrado parte de verdadera identidad.

– Continúa.

– Mi esposa todavía embaraza, está durmiendo, su rostro lo puedo ver perfectamente, intacto bajo la ligera luz que entra por la ventana, la acobija. El paisaje es un poco difuminado, descolorido.  Como siempre, la escena cambia repentinamente y estoy en esa escuela de nuevo, en ese mismo maldito día.

– ¿ Y qué es lo que sucede en la escuela? ¿Has podido recordar algo?

– No con exactitud, únicamente los gritos de los niños y mis manos un poco ensangrentadas. Estoy parado en medio del caos frente a una camioneta roja, hay una niña dentro, con un agujero negro en su cara, es confuso, ruidoso, es mi dolor de cabeza; en esta parte me cuesta mantener los ojos cerrados.

– ¿Qué es lo que te angustia?

– Que no sé por qué me ven como un monstruo.

– Hay que asumir con sinceridad que cometiste un crimen.

– No hice nada malo, fue un encierro en contra mía, me acorralaron.

– Un juez se guiará en tus evidencias, y en las evidencias hay un cuerpo de una menor de por medio, es mejor que continúes, vamos, cierra los ojos ¿Qué pasa con esa niña después?

– Estamos en una clase de cuarto quirúrgico, a la vista descuidado y sucio, daba la impresión de estar abandonado, pero había una serie de camillas con cuerpos boca abajo, hay instrumento médico. Escucho un llanto de la niña al fondo, y busco guiarme con el sonido, pero es difícil con la luz tan tenue.

– ¿Logras encontrarla?

– Sí, es mi hija. Cubierta de vérnix caseosa, está fría sin su madre, no puede parar de llorar por más que intento calmarla, y no encuentro una respuesta lógica a la situación de estar en un lugar así.

– Sabes la respuesta, Mario. 

– No quiero que la sea, no es posible que sea el responsable del tráfico de mi única hija. 

– A lo mejor no lo ves de esa manera por ahora, pero muy en el fondo sentiste que esa niña no es tu familia, hubo algún motivo externo que te llevó a cometer tal acto. El sueño apenas comienza, Mario, queda mucho por recorrer. Nos veremos la próxima semana, con el mismo horario. Espero reflexiones lo suficiente.

     

 

    

    

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