Capítulo III (sueño 2)

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18 de septiembre, 2013

 Chihuahua, México

La policía no tardó en llegar a la escuela donde me raptaron, mis compañeros estaban asustados, intimidados por la situación de saber que hay un maestro peligroso que nos vigila. Los agentes bajaban velozmente de sus camionetas, rodearon la zona y de pronto el ambiente infantil que alegraba el lugar, se convirtió en una zona hostil y tensa sin mi presencia, los maestros estaban desconcertados, mis padres devastados exigiendo una explicación, desconsolados sin tener la menor idea de mi paradero más próximo.

De todo el personal policíaco, había alguien especial, alguien que podía sentir mi dolor, mi miedo. Adriana García, de 37 años, agente encargada principalmente de mi caso cargaba un aspecto rudo sin perder feminidad, inspiraba fortaleza y confianza ya que tiene una gran seguridad de si misma, como si supiera lo que hace a la perfección, no duda de nada con su personalidad directa y objetiva. Ella siendo una persona insuperable, también llegó a sufrir mucho, si empatizó con mi caso es por algo. El daño que recibió no fue directo, todo se trata de su difunta mejor amiga, Sandra, quien fue igualmente secuestrada hace 20 años por rostros aún desconocidos, es increíble pensar como un evento trágico del pasado puede intervenir en decisiones de tu futuro, cómo cada movimiento en el destino que estás tejiendo capa tras capa para poder soportar todas esas madrugadas en vela, al final queda una máscara superficial que esconde tus sentimientos, tus pensamientos más relevantes bajo unos ojos distraídos. Eso mismo pasó con Adriana, por la muerte de Sandra tomó la decisión de estudiar criminología, todo para tratar de solucionar el presente ajeno, buscando prosperar sus futuros estancada en el mismo pasado.

 No se puede alterar el orden natural de las agujas del reloj, es imposible reemplazar el concepto del tiempo cuando te enteras de que los hechos se vuelven memorias, cuando el miedo de que el mundo se entere de lo que eres tras la máscara sin poder escapar de las agujas te acorrala contra un laberinto que has creado en tu cerebro, podrás diseñarlo a tu modo, pero ¿Serías capaz de salir? Las agujas toman velocidad y te empujan hasta el centro del laberinto, sin quien te salve, es entonces cuando las paredes se tornan espejos y ves a cada versión de ti que se esconde en lo más profundo de tus recuerdos, reflejándose furiosamente, dirigiendo la mirada con indiferencia. Nadie tiene idea de la impotencia que te ahorca cuando no tienes defensa ante un individuo que te acosa, te persigue, te roba el oxígeno sin derecho alguno, dejándote a merced del frío, nunca puedes morir del todo. 


— ¿ Qué tenemos hasta ahora?

— Al parecer se trata de un profesor de la escuela, Mario Medina, 47 años, sin antecedentes penales. Daba clases al grupo de 5to, en el que estaba Alondra.

— Imagino que es un profesor perturbado con los niños, ¿Hay alguna manera de saber a donde se la pudo llevar? ¿Tienen ya la información de su domicilio? 

— Sí, la directora escolar nos dio sus datos, tenemos el domicilio, llamamos a su casa pero no hay respuesta, lo mejor será que llevemos dos unidades de emergencia a la casa.

— Lleven las unidades para asegurarse de que no se llevó a la niña allí, por mientras debemos interrogar maestros, buscar testigos. Habla con los peritos, necesitamos saber el patrón de rueda del vehículo de Mario, a qué carro pertenece, es más, busca gente que se sepa la matrícula de la placa. De prisa, Daniel, tenemos que dar con la niña cuanto antes. 

— Claro, licenciada Adriana. Aquí tiene una foto de Alondra, necesitaremos escanearla en la oficina para empezar con los carteles de búsqueda.

— No quiero que Mario logre salir del perímetro que se investigará en todo el pueblo y los más próximos.  

Adriana tardó mucho en comprender, Mario fue más astuto y rápido que su trastorno, supo esconderse mejor de lo que lo hace en su laberinto.

Una pregunta másWhere stories live. Discover now