Capitulo 1

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Las vacaciones se encontraban al borde del último segundo libre antes de la tocada del timbre. Ese ruido insoportable no salía de la cabeza de Javier para nada. Ese ruido significaría, el regreso a un año más de tareas, exámenes y proyectos finales, y no solían ser tan fáciles en tercer grado de secundaria, por lo mucho pudo haberse llevado varias materias con él a la tumba, pero por alguna fuerza misteriosa que nunca descubrirá, paso todas con una sola decima que elevo sus calificaciones.

Si describiéramos a Javier en una sola palabra, esa sola palabra no funcionaría porque Javier es... muchas cosas: egoísta, flojo y quizás tenga algo de bipolaridad entre sus otros problemas de actitud; bueno eso dicen sus maestros cada vez que su padre iba a la escuela, pero Javier sabía que él no era malo, solo le gustaba la diversión y la música. Desde pequeño, las cuerdas de la guitarra eléctrica de su padre han sido la sensación más grata de su vida, sin embargo regresar a esa silla sentado enfrente del director, mirándolo a los ojos y señalándolo, no lo soportaría; mucho menos el de su difunta madre.

Unos chasquidos lo regresaron de la silla de la dirección. Era Mia, una universitaria de 20 años que formulaba a una de 15, la cual se ganaba la vida con sus estudios y su trabajo como cajera de la tienda. Era cachetona y tenía brackets. A decir verdad, no importaba que tan horrendo era su trabajo ella se lo tomaba enserio.

-Guarda las latas de frijol de la Señora Martinez, por favor – le señalo Mia con los ojos, avergonzada enfrente de una señora de 40 años, con vestido de manchas negras y blancas. Portaba un bolso negro en el hombro de Gucci, y conservaba, con su anillo de esmeralda reluciente, ese rostro de bruja malvada de telenovelas de los 80.

Javier reacciono nervioso y acato la orden. Guardo las latas en el mismo momento que Mia tecleaba en la caja registradora y le regresaba la tarjeta de crédito a la Señora Martinez, una de las millonarias del lugar.

-Disculpe señora, últimamente Javier no ha estado al pendiente de su trabajo.

-No te preocupes Mia querida, los vándalos de hoy no respetan a sus mayores – se fue caminando con esas piernas hinchadas, mientras se ponía sus lentes de la misma marca de su bolso.

-¿Qué te sucede? No quiero que me despidan por tu culpa – declaro Mia al momento que la Sra. Martinez salió por la puerta corrediza.

-Hey, estado aquí toda la tarde.

-Y yo desde la mañana – exclamo antes de que llegara otra cliente por el pasillo – Por favor no te pido una ecuación de tercer grado, solo te pido que coloques las compras en la bolsa.

Mia regreso a su trabajo y Javier al suyo.

Trabaja en el Vecinos, un supermercado del tamaño de una tienda; uno de esos en donde un niño es incapaz de perderse. El gerente no le pagaba pero las propinas eran algo que no podía negarse. Junto a él, su mejor amigo Juan que por cosa del destino también es su vecino y gracias a él consiguió el empleo; Javier al principio lo vio como una oportunidad para enmendarse de todo lo malo que hizo en el ciclo, quería enorgullecer a su padre o la memoria de su madre, que él no siempre era el chico problemas que todos conocían.

Lo que quedaba de trabajo fueron bolsas y más bolsas; giro la cabeza arriba de él y vio el reloj que apuntaba las 7:09, ya se había pasado el tiempo límite y el sol caía para esconderse, para así regresar en la mañana siguiente. Javier se retiró de la caja registradora. Juan le pregunto o si podía acompañarlo, porque tenía que llegar a su hogar antes de que su madre lo viera llegar tan tarde.

-Javier hoy te toca sacar la basura – grito desde la caja registradora Mia, que con poca gente y poca luz, agitaba la mano.

-Lo lamento Mia, te prometo que lo hare mañana y el día que viene – al mencionar esto salió por la puerta trasera de emergencia que estaba por las hieleras. Javier siempre se había librado de muchas cosas con pretextos perfectos, pero esta vez tenía que llegar a casa por obligación y quería demostrar que era capaz de hacerlo.

Salió con Juan y ambos tomaron sus bicicletas y se echaron a andar, pasando por debajo del letrero amarillo "Vecinos" que estaba rodeado por moscas.

-¿Qué has pensado después de preparatoria? – comento Juan en medio del trayecto

-Quiero trabajar más aquí. Solo unas cuantas semanas, para seguir recolectando dinero, que por cierto llevo muy bien y, con un poco de suerte, salir de este pueblo e ir a la ciudad y buscar un empleo en un bar. No de esos en donde te pones a beber licor con corridos a todo volumen, yo hablo de lugares donde se aprecia el arte y la música. Tocar con mi guitarra y a ver a donde me lleva eso.

-¿Y si no funciona? – le pregunto Juan

-Ah... pues, no lo había pensado hasta ahora pero no lo sé. ¿Y tú?
-¿Yo? Quiero estudiar ingeniería e irme a estudiar a la ciudad, pero a la Ciudad de México y conseguirme unos dos trabajos. Agotarme hasta sudar y poder alimentarme todo los días.

La cabeza de Javier empezó a ver la realidad. No se había preguntado o si realmente la idea de crear una banda lo llevaría al éxito, más, ni siquiera había pensado el nombre y al ver la idea de Juan, parecía más realista como para conseguir dinero.

-¿Unas carreras Juan? – se le quedo mirando a lo que parecían ser sus ojos entre lo que quedaba de luz.

Juan no hablo más y empezó a pedalear con velocidad, mirando atrás y adelante para que no lo alcanzara. Los dos chicos iban rodeando los autos y a la gente; iban a por ahí moviéndose con toda la libertad del mundo. Javier pedaleaba con tanta fuerza que parecía que se iba a tambalear, por el otro lado Juan alzaba las rodillas al aire y dejaba que las cadenas entre las ruedas se movieran solo. Pasaban por las construcciones que se suponían que fueran nuevas, pero nunca los acabaron; lo llaman el "Paso del muerto".

Todo lo que es el Paso del Muerto y las casas alrededor del pueblo actual son fraccionamientos, los cuales no tienen mucho recurso. Fue una idea de parte del municipio en 1988, para atraer más gente después de lo cometido por el Asesino de los tenis blancos; tanto el municipio como el alcalde tenían miedo que la gente huyera por miedo a los atroces acontecimientos de ese entonces, para solucionarlo, declararon una nueva era de remodelaciones en el pueblo Marinete: plazas comerciales, restaurantes grandes y más vecinos a los cuales saludar. Nadie sabe exactamente lo que paso, pero nunca terminaron las construcciones de lujo que prometieron; muchos dicen que fue por falta de recursos, pero lo cierto es que las nuevas casa fueron un desastre dejando a los pobres que venían en busca de un futuro mejor a quedarse más pobres.

Juan se confió, lo que hizo que Javier lo rebasara por mucho, pasando unas cuantas esquinas asi perdiéndolo de vista.

-¡Corre ahí viene el tren! ¡Hay que cruzarlo! – escucho Juan la voz de Javier, siguiéndola lo más que podía. Pero empezó a perder a Javier.

Giro a la izquierda y llego a las vías del tren. Se detuvo antes de pasar por que el acceso al tren se lo impidió una delgada tabla de madera, con las luces rojas parpadeando.

Juan saco su móvil, y entro a WhatsApp, con la esperanza de que el mensaje le llegara a Javier; este le escribió preguntando donde estaba.

Se quedó mirando su teléfono. Ahí cayo una gota roja, viscosa que olía a podrido, que se deslizo en la pantalla de su Hawueii. Alzo la mirada y tuvo el mismo rostro que el oficial y el chico de 15 años esa mañana de 1988. Observo con terror un tenis colgado en los cables de luz, con una pierna cortada del cual emanaba la sangre, a un punto en donde se empezaba a escurrir por todo el tenis. El chico muy asustado empezó a pedalear del otro lado gritando por ayuda, mientras que el aire movía el tenis despacio; mientras las moscas llegaban; mientras que la horda de muertos apenas comenzaba.

El asesino de hace 30 años oficialmente había regresado de su retiro.

Los Tenis BlancosWhere stories live. Discover now