Capítulo 5

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Ambos oficiales elegantes demostrando su masculinidad, salían de las instalaciones.

El sol estaba a punto de caer en el horizonte rojizo. El calor que estampaba subrayaba el parque de arboledas que se localizaba en frente, así como el cabello del detective Fernández, y su cara, esa cara de pensativo; de nostálgico.

-Hasta mañana Elena – ambos se despidieron de la secretaria, la cual tenía un centro de trabajo muy llamativo a lado de la sala principal, grande y estremecedora. Una sala para darle impresión a la gente, al igual que le daba a los reporteros que esperaban al alcalde.

-Mejor nos vamos de aquí – dijo Ortega con una risita que se apagó.

Mientras tanto, el Dtve. Fernández caminaba como si anduviera a soñolientas. Caminaba atrás de Julio y veía como bajaba las escaleras blancas y alargadas que se enrecian cada escalón hacia abajo. De una roca blanca como si fuera agua deslizándose.

-Julio – exclamo Fernández. Sin embargo, el Detective siguió caminando - ¡Julio! – volvió hablar pero más fuerte.

-¿Si? ¿Qué sucede? – lo mira normal como si fuera un niño chiquito regañando actuando con disciplina para no demostrar su travesura.

-¿Por qué estaba tu numero ahí?

Julio Ortega lo miro por un buen rato. Hubo un silencio sin expresiones.

-No lo se

-¿Y no te preocupa? ¿No te preocupa que hayan puesto tu número telefónico en una carta manchada de sangre?

Volvió haber un silencio.

-No, de seguro fue un mal entendido.

-¿Cómo que un mal entendido carajo? – Dtve. Fernández exploto de inmediato.

-Lo que quiero decir, es que el asesino claramente quiere provocar una pelea entre tú y yo. Sí yo fuera el asesino, ¿Por qué pondría mi propio número telefónico? Somos compañeros desde hace 10 años. ¿Qué no sabes de mí?

Regreso el silencio, pero esta vez de parte de Jorge. Asintió con la cabeza sin decir nada. Solo se quedaba ahí, observando detalladamente como su compañero bajaba hacia su BMW blanco. Un lindo auto. Pero lo que observaba a parte de la gran carrosa era la forma de andar de su compañero. Saco su teléfono del bolsillo y empezó a teclear.

Ya en el BMW, Ortega cerró la puerta. Después se pasó el cinturón pero no salo eso se apretó, sino también un nudo de la garganta. Acomodo su brazo y observo las manecillas del reloj de su muñeca: 16:28. Regreso su mirada al de su compañero, esta vez se hallaba en las escaleras hablando por teléfono con alguien. Ortega se despidió con la mano, pero Fernández miro hacia otro lado, concentrado en la llamada.

Abrió la guantera, en donde saco entre los papeles una llave; la del auto. La agarro pero al instante se resbalo hacia abajo. Con nerviosismo, cerro la guantera y acto siguiente busco las llaves entre la oscuridad. Paso su mano de un lado a otro, al final encontró aquella pieza de metal escurridiza, gracias a un pequeño rayo de luz, del sol, que venía de la ventana del copiloto. Al lado de la llave había una mancha roja apenas seca, la observo con miedo por un lapso de tiempo. Como si aquel punto rojo, le dictara sus pecados uno por uno.

Agarro la llave finalmente y se levantó, regresando al volante, pero no antes de esconder el pequeño punto con el tapete del suelo. Alzo la mirada y en el cristal del copiloto, de manera tenebrosa, se encontró a su compañero.

Parecía que llevaba parado ahí un buen tiempo.

Ortega estaba a punto de introducir la llave, como señal de prender el auto para abrir el cristal.

Los Tenis BlancosWhere stories live. Discover now