28 | WE ARE LEGENDS

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SOMOS LEYENDAS.

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Aira descansaba con la cabeza apoyada en mi  pecho y los ojos cerrados mientras que yo mantenía mi vista sobre su rostro y acariciaba su cabeza con una media sonrisa, lentamente, enredando los dedos entre sus mechones de pelo cobrizo

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Aira descansaba con la cabeza apoyada en mi pecho y los ojos cerrados mientras que yo mantenía mi vista sobre su rostro y acariciaba su cabeza con una media sonrisa, lentamente, enredando los dedos entre sus mechones de pelo cobrizo.

Su cuerpo estaba enredado entre las sábanas blancas de su cama, al igual que el mío y suave respiración impactaba contra mi piel, haciendo que sintiera una cálida sensación en el estómago.

Giré mi cabeza para verla dormir y retiré el pelo que cubría su cara. Posé mis labios sobre la piel de su frente y ella sonrió aún con los ojos cerrados.

Mi vista se desvió hacia la polaroid que había sobre su mesita y esbocé una sonrisa pícara. Agarré la cámara y tomé una fotografía de la pelirroja.

Aira se removió para acomodarse sin despegarse de mí y entonces abrió los ojos.

—Borra eso —gruñó.

—Esto no es un móvil, no puedo borrarlo —reí mientras sacudía la lámina que acababa de salir de la cámara.

—Pues quémalo o rómpelo.

—Ni de broma, Coleman.

Aira rió y me quitó la cámara de las manos. Me enfocó con ella y sonreí al objetivo antes de que ella hiciera la fotografía.

Durante un par de minutos sólo reíamos, tomándonos diversas fotografías, que Aira acabó guardando en una pequeña caja que había bajo su cama.

—¿Cuánto llevas despierto? —preguntó con un bostezo por culpa del sueño.

—No mucho. Media hora, puede que menos. Quería dejarte dormir antes de irme.

Aira frunció el ceño y dejó un beso sobre mis labios, el cual devolví gustoso.

—¿Ibas a irte sin despedirte? —preguntó con una sonrisa entre besos.

—No, por supuesto que no —susurré contra su boca y volví a besarla.

Jamás pensé que en un mundo tan lleno de muerte simples actos pudieran irradiar tanta vida.

—Quédate —susurró y esbozó una pequeña sonrisa—. Un poco más.

—Vendré luego —sonreí de vuelta y esta vez fui yo quien besó sus labios—. Lo prometo.

—Nada de eso. Esta vez me toca ir a mí —sonrió acariciando mi cuello.

—¿Y si mejor nos vemos en el bosque? —pregunté y ella mordió su labio inferior ocultando una sonrisa.

—Está bien, Grimes. En el bosque.

La pelirroja sonrió contra mi boca cuando volvimos a besarnos y yo me incorporé y empecé a besar su estómago. Ella comenzó reír mientras abrazaba mi cuerpo con sus brazos desnudos, haciendo que ambos rodásemos por la cama envueltos en las sábanas blancas y rodeados por el sonido de nuestras risas. La suya era como una dulce melodía.

—Tenías razón —me dijo cuando quedó encima de mí—. Aquella noche en el tejado del porche de Alexandria, cuando dijiste que uno no puede detener aquello que ya está consigo. Ya no puedo detenerte, Carl —dijo mientras sus ojos se posaban sobre mi rostro—. Somos la pareja perfecta, perfecta de una manera.

Tal vez Aira tenía razón y estábamos hechos el uno para el otro. Lo único que realmente tenía claro es que tenía que proteger su vida a costa de todo. La guerra de estaba acercando, perderíamos el control. No podía permitirme perder a Aira, era de las pocas cosas que me quedaban.

Miré su rostro pecoso y cerré mi ojo para juntar sus labios con los míos. Los suyos encajaron con los míos y noté como ella acariciaba mi cabeza enredando sus dedos en mi pelo. Tras un determinado periodo de tiempo me separé de su rostro y junté su frente con la mía.

—Te quiero, Aira —susurré, aunque realmente quería gritarlo.

Sabía que eran unas palabras enormes, que reflejaban una gran cantidad de sentimientos y que realmente no podían ser usadas a la ligera. Pero necesitaba que ella las supiera.

—Te quiero, Carl —respondió tras esbozar una pequeña y dulce sonrisa.

Aira lo había conseguido. En un abrir y cerrar de ojos consiguió que las cosas cambiaran para mí.

"No importa cuan perdido estés, siempre habrá alguien que te ayudará a encontrar el camino"

Aira lo había conseguido. Me ayudó a encontrar el camino para salir de la oscuridad en la que me hayaba estancado. Me roció de colores vivos.

La ojiazul rodó hasta quedar tumbada junto a mí. Su cálido aliento impactaba contra mi piel y mis brazos envolvieron su cuerpo atrayéndola hacia el mío. Correspondió mi abrazo mientras ella acomodaba la cabeza en mi hombro y yo jugaba enredando un mechón de pelo en mi dedo.

—Ven conmigo —susurré—. Quédate en Alexandria.

—No quiero salir de aquí sin ti —me dijo cuando nos separamos y yo sostuve sus brazos con suavidad—. Pero sabes tan bien como yo que no me aceptarán allí, no después de lo que mi padre hizo o de lo que yo provoqué que te hicieran. Aquí estaré bien, Carl. Este es mi hogar, no me pasará nada.

Ella besó mi frente y acarició mi pelo con suavidad antes de volver a besarnos. Aira dejó varios besos rápidos sobre mis labios y después se separó de mi rostro.

—Vete antes de que mi padre te descubra y traté de cortarte en pedacitos —sonrió y yo me incorporé de la cama frotándome la cabeza.

—¿Qué crees que me hará si me pilla en una cama desnudo con su hija? —bromeé y ella me golpeó con suavidad con una almohada provocando que soltase una risa.

—Probablemente nada bueno, Grimes. Y menos si descubre que te has acostado conmigo —dijo mirándome mientras yo me vestía—. Pero es una buena pregunta, ¿que pasará si nos descubren?

Pasé la lengua por mis labios cuando terminé de abrocharme el pantalón y después ladeé la cabeza agarrando la camisa de cuadros que habíamos dejado caer al suelo al principio de la noche.

—Esta vez nada nos va a detener.

Mi respuesta provocó que ella bajase de la cama y que tras ponerse la ropa interior y una enorme camiseta de color negro que le llegaba por la mitad del muslo, sin librarse de que yo la devorase con la mirada antes, se acercarse a mi, vacilante, con pasos lentos y pesados, hasta que tuvo que alzar la cabeza y yo tuve que bajarla.

—No, nada lo hará —Aira esbozó una media sonrisa y cundo rodeé su cintura con mis brazos ella hizo lo mismo con mi cuello. Sonreí ligeramente y me balanceé hacia los lados con lentitud, mientras ella sonreía y apoyaba mi frente sobre mi hombro derecho—. ¿Estarás bien?

—Siempre lo estoy —respondí—. ¿Y tú?

Ella asintió y yo sonreí de una manera casi involuntaria, como si el simple hecho de verla delante de mi pudiera hacerme la persona más feliz de todo el mundo.

—Somos leyendas, Carl, y las leyendas nunca mueren.

El Nuevo Mundo || Carl Grimes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora