Catorce.

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Las gotas de lluvia llamaban a mi ventana, creo que, de alguna forma, querían ser parte de los planes que estábamos haciendo la pelirroja y yo. Sentadas en el piso comiendo pizza, cualquier idea parecía estupenda, pero cuando el combustible de queso y pepperoni se terminó comencé a ser más crítica en cuanto a las propuestas.

—¿Al cine, realmente? —decía mientras tomaba otra lata de Irn Bru.

—¿Qué tiene? Es divertido.

—Es nuestro cumpleaños dieciocho, no es cualquier otro cumpleaños. —Gwynaeth sonrió y me miró incrédula—. Pareces del tipo de persona a quien no le importaban los cumpleaños.

Y era cierto.

—Esto es diferente.

—¿Diferente, cómo?

—¡Tengo una idea! —Me levanté de repente tirando algunos cojines y sentándome sobre su cama—. ¿Qué tal si vamos a un club?

—¿Un club? —Palideció totalmente y se levantó para acomodar los cojines—. No me parece tan buena idea.

—¡Vamos! Nunca has ido y sería perfecto para nuestro cumpleaños.

La miré con una sonrisa bien formada y ella asintió con pesadez. Conocía a Gwynaeth y sé que debería de apreciarme mucho para aceptar algo así.

Por fin logramos convencer a su madre y con un simple asentimiento de mi abuela Aileen fijamos fecha para ir a festejar el 12 de febrero.

Sí que este cumpleaños sería diferente y lo esperaba con ansias, pero había cosas que definitivamente no esperaba con tanta alegría. Una de ellas era asistir todos los días al colegio.

Convivía con gente agradable, como dije antes, pero a veces todo, todo quedaba opacado por Blaire. Ella sabía que yo no podía hacer nada, sabía que, por alguna razón, yo solo la miraba con odio y no respondía como normalmente lo hubiera hecho. Lo admiraba en sus miradas reflexivas después de avergonzarme frente a alguien o de señalar mis errores con los profesores. Y si había algo por lo que Blaire se burlaba particularmente, era por la clase de la profesora Anderson. Parecía que esa profesora me daba las lecturas más difíciles a mí o que no había nadie más en el salón para ella más que Blaire y yo.

Era muy incómodo.

En cuanto a la clase del profesor Murray, esa clase era todo lo contrario. Y la primera diferencia, notable a kilómetros...era yo. Sí, yo. Porque mientras todos lanzaban cosas y armaban una fiesta dentro del salón, yo iba pegando las fotos que imprimía en la escuela desde mi celular. Había conseguido un álbum de fotografía bastante sencillo (aunque más bonito que el que nos había dado el señor Murray). Era negro con unos anillos de bronce en las esquinas y las hojas listas para colocar fotografías. Ya tenía bastantes. La del vagabundo y la del páramo fueron el comienzo. Otras, como la madre de Gwynaeth cocinando y una camarera que atendía su hora de comida con el cansancio y la esperanza emanando de sus ojos, eran parte de mi colección.

La primera la tomé un día que bajé por un vaso de agua y al verla tan dedicada en su labor, decidí sacar el Xperia y volverla parte de mi proyecto.

Y la camarera, bueno, yo simplemente iba pasando por un restaurante y vi a una camarera descansando. Se notaba lo cansada que estaba y lo rápido que intentaba comer ese platillo humeante. Me coloqué en una ventana y la capturé justo cuando le daba un sorbo a su café y volteaba a verme.

Amaba esas fotografías muchísimo, y se las mostraba a la abuela Aileen cada que regresaba de la escuela. Me sorprendí a mí misma cada día pero no fue hasta esa tarde que entendí a profundidad mi amor por la fotografía.

Libélula: En busca de buenos amigos. ✨Where stories live. Discover now