Capítulo 21

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Allison

Jayson y yo habíamos caminado debajo de la lluvia tomados de la mano hasta que el frío lo obligó a abrazarme hasta llegar a la entrada de un destartalado lugar en medio de un basural, con un cartel a penas visible cubierto de herrumbre y moho en donde podía leerse "Motel" seguido de algo ininteligible junto a la palabra. No dije nada cuando su cuerpo se pegó al mío, ni cuando sus manos se aferraron a mi cintura, no solo porque la situación lo requería, sino porque todavía no había nada que pudiese articular después de aquel intenso beso de la carretera, o del comentario de Jayson después.

"Mejor de lo que imaginaba" había dicho, con aquella sonrisa de un millón de dólares y no supe si sonreír, cubrirme el rostro y golpearle, así que lo hice todo al mismo tiempo.

Cuando nos encontramos en medio del salón, chorreando agua y tiritando, ni siquiera me molesté en preguntar porque Jayson conocía un lugar tan turbio y sospechoso, y solamente me limité a apresurarlo para escoger un par de habitaciones, tratando de no desquiciarme al oír que solamente había una disponible en aquel tan-solicitado-condominio. Me pregunté si todo aquello estaba realmente pasado o si solo me encontraba dentro de una retorcida fantasía dentro de la cabeza de Jayson Miller mientras el anciano cascarrabias de la entrada nos entregaba una llave y nos guiaba por el pasillo de madera humedecida y escalones rechinantes que parecía a punto de caerse a pedazos.

—Aquí está, la mejor habitación para la feliz pareja.— Comentó, después de un ataque de tos y flema, abriendo una puertita añejada y mirándonos como si no estuviéramos casi congelados, perdidos y molestos.

—No somos una pareja.— Dije, exprimiéndome el cabello. Los goterones fueron rápidamente absorbidos por la madera esponjosa del suelo mientras me adelantaba a la oscura habitación.

—Ella quiso decir gracias.— Jayson masculló a mis espaldas, recibiendo la llave y dejando un par de billetes empapados dentro del bolsillo de la camisa del anciano que le formo un pequeño charco húmedo en el pecho.

Antes que tuviese oportunidad de preguntar porque los candelabros no tenían bombillas, él ya había despedido al viejo y cerrado la puerta a sus espaldas, con una sonrisa en el rostro como si estuviese alojado en una suite cinco estrellas. Fruncí el ceño, recorriendo el lugar con la vista e ignorando el hecho que la ventana estaba rota, la cama desecha como si hubiese sido utilizada por indigentes la noche anterior y del baño escapaba un ligero aroma desagradable, tomé el paquete de velas sobre la mesita de noche, junto con el mechero, y deduje que no gozaríamos de luz artificial esa noche.

—Será mejor encender esas.— Dijo, con aquel tono jovial que yo no entendía y colocó cinco velas en total al rededor de la habitación, iluminando lo suficiente, en general, como para vernos el rostro.

—¡Una chimenea!— Solté, por primera vez emocionada al descubrir el pequeño recoveco junto a la ventana, con leños en el fondo.

—Bien, quítate la ropa.— Soltó a mis espaldas, y para cuándo me volví a verle ya se encontraba con el torso desnudo y la playera empapada en la mano. —Para secar la ropa, no me veas así.— Agregó, conteniendo una burla y, agradeciendo que la luz era escasa y rojiza, me ruboricé notoriamente.

—No me desvestiré en frente de ti.

—Valía la pena intentar.— Masculló y puse los ojos en blanco. —Puedes darte una ducha caliente primero, yo encenderé el fuego mientras tanto.

—Más te vale no espiar.— Dije, tomando uno de los platillos con una vela y llevándola conmigo al baño.

Cerrando las puertas a mis espaldas tomé una de las toallas ubicadas en el perchero detrás de la puerta y comencé a quitarme las pesadas prendas empapadas, con el corazón latiéndome anormalmente rápido sin saber la razón. Tampoco se sentía igual estar al rededor de Jayson, su cercanía me abrumaba y sentía que el rostro me ardía cada vez que hacía alguno de sus comentarios a los que ya creía estar acostumbrada.

Odio no poder odiarteWhere stories live. Discover now