Capítulo 11

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Mirábamos a la lluvia caer desde el cobertizo que tenía detrás de la casa. Lubi aseguraba que en los días de otoño en los que las hojas de los árboles caían podía verse el cementerio desde una ventana de ese cobertizo. No quise ni pensarlo. Estaba harta de cementerios, demonios y sueños perturbadores. Me habría ido a casa si no hubiera sido porque tenía miedo de volver debido a la lluvia y a los vientos huracanados. Ir desde la mansión hasta aquel chamizo había sido una casi odisea. El viento nos empujaba y la lluvia nos caló. Pero distinto a todos los chamizos comunes, aquél era especial. No estaba hecho ni de madera ni de paja. Las paredes eran de hormigón y el suelo de parqué. Había una televisión con una consola conectada. Era parecido a su cuarto. Iba a preguntarme que cómo podía hacer eso, pero recordé los libros que tenía. Era tan rica que le daba igual comprar una misma cosa veinte veces.

Me acomodé en uno de sus sillones y cerré los ojos mientras la escuchaba abrir el minibar y servirnos un par de cócteles. Pero era imposible cerrar los ojos más de medio minuto en aquel rincón del mundo, pues una sombra acechaba en cada esquina, en cada figura proyectada. ¿En la oscuridad lo sería todo, o no sería nada al no tener luz que lo reflejase?

Apenas recordaba el momento del Santuario como un sueño. Creo que realmente lo fue. Lubi no me lo había mencionado en todo el día, aunque entre nosotras había... había un algo. Apenas nos despertamos y comprobamos que mi fiebre se había ido nos recluimos allí. Para estar más a solas, para estar más a gusto. Para estar en una mayor intimidad.

Puse la televisión pero no había señal. Lubi me dijo:

–Sólo sirve para los videojuegos. No hay antena.

–Ah.

–Ni cobertura. Ahora mismo si viniese un asesino por la puerta sólo nos quedaría romper la ventana y huir con los cristales clavados en el cuerpo.

–Qué positiva eres.

–Es que siempre me imagino cosas así. Por eso... –se acercó a la puerta y echó tres pestillos que había en ella. –Ya estamos a salvo. –me sonrió.

–Eso es lo que tú crees. Pueden reventar el cristal.

–Tranquila, aparte de eso tengo una escopeta guardada en el armario.

–¿Y si entran a saco y no te da tiempo a llegar hasta ella?

–Los entretienes tú enseñándoles las tetas y meneándolas. –rio mientras yo le daba una cachetada en el hombro y me contagiaba la risa. Puso un videjuego y me ofreció ganchitos junto a una bebida tropical que subía a la cabeza a la vez que saciaba al paladar. Estar así me gustaba más que preocuparme por salir de fiesta y tirarme a un subnormal. La compañía que necesitaba era simple y llanamente una amistad que me llenase como ninguna relación pudiera hacerlo.

Miraba de vez en cuando a Lubi de reojo, acordándome de aquel sueño que tuve en la noche. Me avergonzaba en ocasiones. En otras simplemente me reía, riéndose ella pensando que era por algo que dijo o que hizo en el juego.

La lluvia seguía cayendo, y cayendo, y cayendo. Y cuanto más oscuro era el día más sabía que me marcaría por el resto de mi vida. Que cuando creciera, me acordaría de aquel entonces con cariño en lugar de terror.

Pensé que cuando mis vacaciones con ella se acabasen comenzaría una etapa nueva. Ya no lo veía todo tan pesimista como para pensar que nunca triunfaríamos ni haríamos nada juntas. Ahora lo veía como si cualquier opción fuese posible, y la que resultase cierta sería la menos esperada.

Pero entonces, en un breve silencio en una pantalla de carga se pudo oír al viento ululante silbando por las aperturas casi cerradas de debajo de la puerta y de las ventanas. Una pequeña corriente nos azotó en la nuca. Los escalofríos ya eran algo normal en mi estancia allí. Entonces Lubi puso en silencio la televisión y me dijo:

La SombraWhere stories live. Discover now