Capítulo 17

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No había ninguna duda: había sido una visión. Me quedé paralizada por el terror. ¿Me había hablado su amor, o el propio demonio? ¿Qué destino tan macabro sufrió? ¿O acaso estaba condenada al infierno de todas formas?

No sabía qué hacer. Estaba paralizada. Escuchaba ruidos de muebles arrastrándose en otros lugares de la mansión. No quería asomarme ni ver lo que era. No quería estar allí. Pero no tenía fuerzas para enfrentarme a mis miedos. Cerré los ojos fuertemente, deseando que de un momento para otro aquella cosa me llevase. Que me dejase vivir en paz. Que me diera la liberación de la muerte. O no. No si era en aquel endemoniado lugar al que fue la niña.

¿Sería el infierno realmente, o simplemente un recodo de mi locura?

Si era el infierno, estaba segura de no querer ir.

Sin embargo sentí una mano rodeando mi cuello y una suave y tranquila respiración sobre mi rostro. Sutilmente abrí los ojos para ver a la sombra con la cara de un joven hermoso, ovalada y de ojos azules cristalinos. Me sonrió y me derritió por completo.

–¿Qué temes, mi amor? –me preguntó con esa voz tan atrayente.

–Que me arrastres al infierno.

–Yo nunca te haría eso. No si respetas mis normas.

–¿Qué normas?

–Serme fiel y no invitar a nadie aquí ni hablarle a nadie de mí. Sencillas, ¿no?

–Todas las ha roto Lubi. ¿Por eso la vas a matar?

–Está loca. Con el tiempo su mente se ha emponzoñado. No sabe distinguir la realidad de la ficción. Ya no me sirve.

–¿Qué harás con ella? No, no me refiero a matarla o dejarla vivir, sino su alma... ¿A dónde irá?

–No lo sé. Dependerá de ella.

–Así que la matarás...

–O no. –se encogió de hombros. –Convénceme de lo contrario.

Se me ocurrió una idea espontánea en mi mente. El sexo conquistaba a la sombra. Un trío con Lubi y ella la podría calmar y hacerle replantear su decisión. Pero mi vagina no quería para nada sentir placer sexual. Seguía con el corazón en un puño, aterrorizada, sintiéndolo como si me fuera a estallar el pecho. Mi conciencia parecía desvanecerse a momentos.

–¿Quién te hizo así? –le pregunté.

–Yo mismo me lo hice. Dios iba indicándome el camino, iluminándome, pero yo no lo escuché. Recé cientos, sino miles, de veces, prometiéndole cosas a cambio de deseos. Al final mis promesas se me olvidaban, y muchos de aquellos deseos se hacían realidad. Pero yo no cumplí mi parte del trato.

–¿Por qué?

–No lo sé. Creo que fue obra del diablo. Me tentaba a no hacer nada. No hay peor cosa que no hacer nada. Me tentaba con entretenimiento barato que evadía mi mente y me hacía perder la noción del tiempo. Y yo sucumbía, como un estúpido blando. Al final me vi dejado de lado por la luminosa luz de Dios. Yo creo que yo mismo me fui convenciendo de que no era merecedor de Él y por eso me abandonó. No, más bien me desvié y lo abandoné yo. –sacudió la cabeza. –Me sentí tan rabioso que me perdí por el mundo, acumulando tanta energía negativa que cuando quise darme cuenta, no había nada más de mí que una sombra de lo que fui. No recuerdo mi aspecto real, a pesar de poder adoptar los que quiera.

–Hay algo más. Yo lo sé.

–Sí. Mi alma quedó ligada a este lugar. Por eso os atraigo. Porque no puedo ir a buscaros. Cuanto más me alejo, más débil es mi sombra.

–O sea, que podría echar a correr, que llegaría el momento en que te perdería.

–No, porque enviaría a alguien a buscarte. Y eso sería mucho peor. –dijo provocándome un escalofrío. Escuché voces extrañas procedentes de la calle. Me puse nerviosa. No sabía quiénes eran ni qué estaban diciendo. Los nervios me carcomían el interior. Sólo anhelaba un cese, un final.

–Por favor, déjame.

–¿No me deseas? –preguntó besando mi cuello. –Puedo cumplir cualquier deseo tuyo.

–Lo sé. Pero... –recordé a la niña. Escalofríos me llegaron. No me parecía oportuno hablarle de ella. –No quiero que mates a Lubi. –le dije cambiando de preocupación.

–¿Qué propones?

Le alcé una ceja, sugerente, aunque mi corazón siguiera latiendo rápida y ferozmente.

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