Capítulo 15

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"Ven a mí" dijo una voz tenebrosa despertándome de mi sueño junto a Lubi en aquella maravillosa alfombra. "Ven a mí..." repitió. Me levanté para mirar a mi alrededor, pero no había nadie. La puerta se fue abriendo de poco en poco. Me asusté, retrocediendo para esconderme, queriendo despertar a Lubi, pero la voz dijo: "Ella duerme, todos duermen. Corre, ven a mí". Sentí escalofríos que me doblegaron, cayendo sobre mis rodillas. La puerta se abrió del todo y...

La lluvia se separaba en dos capas dejando un camino para mí. Parpadeé. No entró el frío, a pesar de estar desnuda. No entró el miedo, a pesar de desconocer lo que había más allá. Me levanté y di un paso, luego di otro, y otro, y...

Llegué hasta la mansión, caminando desnuda bajo una lluvia que no llegaba a alcanzarme. Descalza sin ensuciarme. Pensé estar soñando, pero no quise darle demasiadas vueltas. Simplemente llegué hasta donde el camino me indicaba, pasando entre habitaciones iluminadas y decoradas con un suelo lleno de pétalos. Daba la sensación de estar más vacía que de costumbre. Llegué hasta la biblioteca, donde la sombra estaba sentada en uno de los sillones, dándome la espalda, simplemente proyectándose desde la chimenea encendida.

–De un lugar cálido a otro. –dijo sonriendo sin verla.

–¿Qué quieres de mí?

–Me encanta tu cuerpo. Me encanta hablarte desnuda. –dijo extendiendo su sombra hasta mí. Di un paso hacia atrás. Ella volvió a su lugar, al sillón, y continuó: –Yo tenía muchísima imaginación hace tiempo. En esa época era analfabeto. No sabía escribir ni dibujar, por lo que nunca pude plasmarla. Y como yo, miles. Sólo los ricos han pasado a la historia, porque ellos fueron criados entre libros y comodidades. Ellos tuvieron tiempo para hacer lo que gente como yo nunca logró.

Me callé, intrigada. Me estaba contando la historia de su vida, y eso me llamaba más la atención que otra cosa. Al parecer, hubo una vez en la que fue humano. No nació siendo demonio.

–Al final, cuando logré el conocimiento, escribí libros. No uno, ni dos, sino trescientos. En vida, sí. Mis manos acabaron quebrándose. Mi mano derecha no podía sujetar una pluma. Mi mano izquierda no era capaz de aguantar el papel. Mi vista se nubló, irritándose por cualquier luz de la vela. Escribí tanto... –se levantó. No tenía forma, era lo que era: una sombra. Caminó hasta una parte de la biblioteca por la que pasó su mano, transformada en garra, diciendo: –Ésta es parte de mi historia. Éstos son los primeros libros que escribí. Morí en el anonimato, pero viví para siempre. He escrito más de diez mil libros. Tengo de todo tipo. Filosofía, thrilles policiales, eróticos, aventuras... Todos los géneros. Incluso de auto ayuda. Pero nunca me atrevería a publicarlos. Están aquí. Apenas han sido cinco las personas que los han leído a través de los años. Y ninguna logró leerlos todos. Incluso a mí se me van olvidando los argumentos.

–¿Por qué no los publicas?

–Porque los que escriben de auto ayuda son los que más la necesitan. Ésta es mi alma expuesta. Mi... alma.

–¿Y cuál es el problema? ¿Tienes miedo de que vean cómo eres realmente?

–No, para nada. Tengo miedo de que sepan quién soy y dónde vivo. Y de que me quiten la inmortalidad. Morí en el anonimato, y así permaneceré, pero viviré para siempre. Hasta cuando el mundo sea carbón y otro sea creado.

–¿Por qué me cuentas esto?

–Porque... –suspiró. –Ahora estoy metiendo toda mi obra en un ordenador. En memorias portátiles. Los hago más accesibles. Algún día los subiré a la red con distintos nombres sin que nadie los asocie.

–Cambiaste el tema, ¿no?

–Tú... serás mi musa. Tengo una sorpresa para ti. –alargó su mano hasta mí. Era una mano etérea. Fui a cogerla, pero mi mano no hizo más que traspasarla. Esbozó una sonrisa en la nebulosa que era y se giró. ¿Cómo pude ver que una sombra se giraba? Caminó afuera de la biblioteca, siguiéndola yo. Entonces llegamos hasta el hall de entrada, donde la lámpara de araña estaba encendida y las velas y los pétalos decoraban todo el alrededor. –¿Recuerdas los cuadros de mi familia? Cuando aprendí a pintar, los dibujé a todos. Porque, claro, descendí al infierno, donde se encontraban.

La SombraWhere stories live. Discover now