Capítulo Nº 8

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Y había llegado el día que más temía: San Valentín, mi cumpleaños

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Y había llegado el día que más temía: San Valentín, mi cumpleaños.

Detestaba mi cumpleaños, en verdad lo detestaba. Detestaba que todos fingieran quererme ese día, para luego olvidarse de mi existencia durante todo el año, hablando clara y solamente de aquellos que sí se acordaban que era mi cumpleaños, porque el resto, por ser San Valentín, siempre lo olvidaba.

Como cada mañana en mi cumpleaños, mamá vino a despertarme. Me sacudió y destapó por completo al grito de:

—¡Arriba, cumpleañero!

—¡Mamá, estoy desnudo, por Dios! —chillé al cubrirme con las sábanas.

—Ay, por favor, ¿quién diablos crees que cambiaba tus pañales?

—¡¿Puedes darme un poco de privacidad?!

—Lamento decirte, bebé, que para las madres la privacidad no existe —diciendo eso me dio un cariñoso beso en la frente y pellizcó una de mis mejillas para luego volver a destaparme—. ¡Arriba, vamos! Tengo una sorpresa para ti y tienes visitas.

—Mamá, privacidad, ¿sí?

—Ya tendrás tiempo de complacerte a ti mismo, bebé, ahora levántate.

Sentí mis mejillas arder y le lancé un almohadón cuando comenzó a reírse casi a carcajadas.

—¡Déjame vestirme, mujer sucia!

Con una gran carcajada y una de sus tontas canciones mañaneras infantiles, se alejó de ahí para que pudiera vestirme en paz. A veces podía amar tanto a esa maldita mujer, y a veces la odiaba tanto. Terminé por resoplar y me dejé caer en la cama nuevamente, necesitaba despabilarme un poco antes de levantarme, así que tomé mi teléfono para poder encenderlo y, como una ametralladora, las notificaciones comenzaron a molestar con su sonidito uno tras otro. Lo dejé allí a mi lado hasta que se acomodara mientras observaba el techo de mi habitación.

Sería otro patético día en mi vida.

Ahora quizá se pregunten algunos por qué odio tanto mi cumpleaños. Bueno, si haberle arruinado la vida a mi madre con mi nacimiento no es suficiente motivo, el hecho de que todos se olviden de mi cumpleaños sí lo es. «Feliz día de San Valentín», ajá, feliz día de San Valentín, difícilmente un «feliz cumpleaños, Al». Las pocas personas que siempre se acordaban de mí solían llamarme o enviarme mensajes por pura cortesía, no por verdadero interés. Exceptuando, claramente, a mi mamá, a Eric e Ivana, o incluso a Becky y mi tía Lara.

Cuando mi teléfono se acomodó lo tomé en mi mano para revisar los mensajes, por primera vez en mi vida Becky –que aunque no la tenía agendada, podía reconocer fácilmente sus mensajes– solo me puso un «feliz cumpleaños» seco, a diferencia de años anteriores donde me llenaba de emojis. Dejé ir un suspiro por ello y solo le respondí con un también frío «gracias».

Pequeños sorbos de téWhere stories live. Discover now