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La llegada de los dos extraños

Las noches en el pequeño valle de la montaña eran tranquilas. No había ninguna persona que se atreviese a subir hasta allí arriba para interrumpir el delicado susurro de la hierba, ni el brillante resplandor de los astros en el firmamento. La vida en el valle estaba llena de calma, haciendo de la única casa construida allí, todo un remanso de paz para quien quisiese alejarse de las preocupaciones del mundo a sus pies.

Aquel edificio no era una vivienda demasiado grande, ni tenía los lujosos acabados que las casas de vacaciones en las montañas solían tener. Era simplemente un santuario de piedra y madera, rodeado de verdes pastos y bosques frondosos, que protegían a los tres habitantes que dormían bajo el cielo estrellado.

Era habitual ver a algún que otro ciervo acercarse con curiosidad a mirar por las ventanas de la casa, observando el interior lleno de vida y de calor que los habitantes desprendían con sus risas alegres. Generalmente, la más pequeña, solía estar fuera durante largos meses en los que sus padres se dedicaban a trabajar y a cultivar el pequeño huerto que había detrás de la casa. Durante ese tiempo, no había muchas risas o ese calorcillo agradable. Lo único que se escuchaba eran murmullos y suspiros que encogían hasta el corazón del más valeroso animal.

Sin embargo, como cada verano, la casa recobraba la vida cuando la joven volvía allí con sus padres, y esa noche no había sido la excepción.

Los tres habitantes habían estado hasta altas horas de la noche hablando en el patio de la casa. La joven muchacha les contaba con entusiasmo lo que había aprendido durante el tiempo que había estado fuera, hablando sobre chispas y explosiones de colores, sobre caballos de tamaño gigantesco y alas enormes con la fuerza de un tifón; sobre gente que volaba en escobas desgastadas y ninfas de madera que cantaban cuando te sentabas a comer.

Todos los veranos, justo cuando la última luz de las ventanas de la casa se apagaba, se hacía el silencio en el pequeño valle entre las montañas, y la vida se paraba hasta el día siguiente.

Menos esa noche.

Con un seco chasquido, dos misteriosas personas aparecieron frente a la casa de madera y piedra, a la que miraron con curiosidad.

— ¿Estás seguro de que es aquí? —preguntó la mujer.

— Por supuesto —refunfuñó el hombre que la acompañaba—. ¿Crees que él se equivocaría?

— ¡No he dicho eso!

El hombre la mandó callar rápidamente, y con gesto enfadado susurró:

— ¡Vas a hacer que nos descubran!

— ¿Que nos descubran? —dijo la mujer bajando la voz— Mira a tu alrededor, ¡aquí no hay nada!

En efecto, la mujer no se equivocaba. No había ninguna casa alrededor, ni ninguna otra cosa que no fueran animales o plantas silvestres de diferentes tamaños y tonalidades. Lo más cercano a una persona eran los ojos de los búhos, brillando en la oscuridad de la noche veraniega. Para corroborar sus palabras, las chicharras cantaron con fuerza y las luciérnagas danzaron alrededor de la entrada de la vivienda.

— ¿Es que no has aprendido nada? —recriminó el hombre caminando hacia la puerta de la casa— Nunca sabes lo que se puede esconder entre las sombras.

La mujer puso los ojos en blanco mientras le seguía. Habría escuchado esa frase salir de su boca millones de veces, y nunca se cansaba de repetirla.

— Te estás volviendo paranoico. Más de lo normal, que ya es decir.

El hombre se giró súbitamente y acercó su cara a la de la mujer. Susurró con rabia:

ϟ Thunderstorm → Fred WeasleyWhere stories live. Discover now