Inesperado Compañero

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El jadeo doloroso la hizo estremecer. No le gustaba producir dolor. Ella estaba ahí para curar a la gente, para hacerla resistente, fuerte. No para hacerlas dar alaridos. Aunque debía admitir que Helga nunca alzaba la voz, a pesar de que el procedimiento era increíblemente doloroso.

- ¿Cómo te sientes? –preguntó, respirando hondo, haciendo que la rubia imitara el gesto, para que dejara que el estimulante genético se dispersara en su corriente sanguíneo.

- Como si alguien me rompiera los genes a golpes. –Helga gruñó y cerró sus puños en la dura mesa- Pero... estoy bien.

Phoebe no creía que estuviese bien. Aunque el estimulador genético no era letal y su amiga lo llevaba usando más de cinco años, seguía siendo increíblemente doloroso. Lo sabía, lo notaba en cada soldado que llegaba a su laboratorio y recibía su dosis semestral. Porque ese era el problema, el estimulante desaparecía lentamente y si no se daba otra dosis la persona podía morir por abstinencia, su cuerpo comenzaría a rechazarse a sí mismo. Pero era necesario correr el peligro. Desde que los infectados habían consumido a más del ochenta por ciento de la población, era necesario usar esos estimulantes. No solo volvían a los soldados mucho más fuertes y ágiles, los hacían resistentes a la infección. Aunque claro, igual eran propensos a sangrar, a sufrir múltiples heridas o a ser destrozados por los infectados. Sí, eran más fuertes, pero no eran inmunes a la muerte.

Por lo menos tenían mejores posibilidades de sobrevivir.

- Respira... -animó Phoebe, llenando sus propios pulmones de oxígeno desinfectado- ¿No tienes fiebre?

- Estoy bien... -Helga se dejó caer hasta quedar parada.

Bien, tal vez no parada sino del tipo apoyada contra la mesa, luego la pared y por último la puerta. Aun así, estaba en pie.

- Intenta descansar. –rogó la pelinegra- Una pequeña siesta hasta que se acomode todo es lo más recomendable.

- Si, mamá. –se burló la chica, antes de salir, dando ligeros tumbos.

Phoebe contuvo un suspiro pero una pequeña sonrisa se formó en sus labios. A pesar de todo, le alegraba ver que su amiga de la infancia seguía siendo la misma. Entre más tiempo pasaba, era más difícil encontrar personas capaces de bromear o disfrutar de la vida. No había día que echara de menos el tiempo en que fue niña y las cosas eran simples. Pero había cosas que hacer, la chica botó la jeringa que había usado recientemente y desechó sus guantes. Su laboratorio era ligeramente estrecho, pero no le molestaba, había sido diseñado para un equipo de cinco o seis personas, pero por el momento solo ella lo usaba así que relativamente hablando, tenía espacio de sobra. El fin del mundo había iniciado cuando ella había sido muy joven y la infección había arrasado con muchos adultos. El hecho de que ella fuese una genio y hubiese estado terminando la carrera de medicina a los quince años, la hizo apta para el trabajo. Claro que le había tocado ser autodidacta, con la falta de profesores dispuestos a completar sus estudios pero el ejército había sabido darle todo lo necesario y había sido gracias a ellos que había creado el estimulante genético. Si, no era una cura ¡Pero estaba tan cerca! Si podía crear algo que regresara a los infectados a su forma original o por lo menos a los que llevaban poco tiempo con el virus dentro de ellos, podría salvar muchas vidas. Pero por el momento su estimulante solo podía evitar la infección temporalmente y era increíblemente difícil crearlo. En la situación tan precaria que vivían, los recursos no estaban al alcance de la mano y no podían simplemente viajar y tomar otros.

La puerta de su laboratorio se abrió, sorprendiéndola y su corpulento jefe ingresó al lugar. El hombre era alto y fornido, se notaba a través de su pulcra ropa que era sólido músculo a pesar de su edad. El rostro era frío, al igual que su mirada y siempre se sentía atravesada cuando la observaba. El Almirante, como todos se referían a él, había sido de los pocos adultos que sobrevivieron y era una suerte, porque había tomado el control de la situación rápidamente. La razón por la que ella se encontrara en lo que una vez fue Berlín se debía a la búsqueda y rescate que ese hombre había orquestado solo por ella.

Cazando Desafíos [Cacería] «Hey Arnold!»Where stories live. Discover now