Lluvia Tóxica

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Tóxica, sustantivo, que es venenosa o que puede causar trastornos o la muerte.

Si, definitivamente usaría la palabra tóxica para describir a Arlene. La muchacha, mucho más baja, lucía increíblemente empecinada, extendiendo su paraguas azul para cubrirlas a ambas. Helga dio un paso hacia atrás, poniendo el gesto más fastidiose que podía representar y volvió a sentir el agua correr por su cabello húmedo, deslizarse por su rostro y enfriar más su ropa ya empapada, había un riachuelo de lluvia siguiendo el camino de su espalda, dándole escalofríos poco agradables. Pero Arlene era terca, tóxica y volvió a acortar la distancia entre ambas hasta cubrirla con empecinada necesidad. Eso iba a matarla. El paraguas era increíblemente pequeño y estando una frente a la otra, podía sentir el perfumado ambiente cálido que rodeaba a la chica. Desde que eran niñas, Arlene había olido a hojas de té, de forma fragante y ligera. Posteriormente había descubierto que era la bebida favorita de la chica, al punto de llevar un termo caliente con la infusión allá donde iba.

Té blanco.

Ese era su favorito, los brotes bebés de las hoja de té, cargados de sabor pero nada amargos, suaves, perfumados. Así olía ella. Ahora, ya adolescentes, también olía a la crema de vainilla que usaba todas las mañanas y su cabello tenía la fragancia de lavanda y lirios. Aunque la lluvia no había alcanzado a Arlene, el calor de su cuerpo en contraste con el frío ambiente hacía exponencial su fragante esencia, como una estela que la seguía a donde ella iba. Claro que esta no era consciente de ello o no estaría buscando encerrarla en ese intoxicante entorno y embriagándola peligrosamente.

- Te estas empapando. –regañó Arlene, volviendo a acortar la distancia entre ambas- Dios, que terca que eres.

- Mira quien habla. –gruñó Helga, dando otro paso hacia atrás, sintiendo sus zapatillas deportivas hundirse en un charco.

Por suerte ya tenía las medias empapadas, esa sensación no cambiaba nada.

- ¡Helga! –la muchacha clavó su mirada esmeralda en ella y dio otro paso, pisando el charco.

Claro, ella tenía botines negros e impermeables para esos tiempos de lluvia, así que estaba a salvo. Muchacha precavida.

- ¿Te han dicho que eres un fastidio? –la menor de los Pataki dio otro paso atrás y apartó la mirada- Mira, ya estoy mojada, da igual el paraguas ¿Entiendes?

- No, no da igual.

- Claro que si. –enmarcó una ceja- Ni siquiera siento frío.

- Mentirosa. –Arlene frunció el ceño- Si estás temblando.

- Imaginaciones tuyas...

Helga no quiso admitir que eran los nervios.

- Si tan solo te comportaras como cuando éramos niñas. –lamentó Arlene y dio otro paso en su dirección- En ese entonces no te molestaba...

Helga sintió el golpe directo en el pecho, como si un destornillador retorciera sus entrañas en lugar de simples palabras. Ya sabía que Arlene no había hecho el comentario con maldad, pero los recuerdos eran dolorosos. Cuando había sido niña, caminando hacia el jardín de infantes, sola y triste, un paraguas similar al que ahora buscaba acobijarla, la cubrió del agua. En ese momento conoció a Arlene, con su gran sonrisa, en un vestido de cuadros rojos escoceses y un suéter verde. Al segundo siguiente se volvieron amigas, inseparables. Arlene se preocupaba por ella, le había presentado a su familia y por mucho tiempo había pasado en la Casa de Huéspedes como si fuese su propio hogar.

Al inicio, claro, había creído que admiraba a Arlene, que la razón por la que siempre la miraba era porque quería ser como ella o tal vez porque era como la hermana que siempre deseo. Cuando cumplió los diez años y notó que un niño se declaraba a Arlene... fue cuando supo la verdad ¿Admiración? ¿Hermana? ¡Maldición! ¡Eso sería magnífico! En algún punto entre un paraguas y una amistad, se había enamorado perdidamente.

Cazando Desafíos [Cacería] «Hey Arnold!»Where stories live. Discover now