La vida del Artista

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Bandera Negra

Segunda Parte


- Señorita, le ha llegado una carta. –anunció una de las sirvientas.

Rhonda escuchó como el pintor protestaba, pero ella se levantó, agradecida de poder moverse al fin.

- Pero...

Ella no escuchó y dejó al pequeño conejo en el sillón, permitiendo que la pobre criatura fuera libre un rato más. Las protestas del pintor se hicieron escuchar, tan poco convencional como siempre. En otras circunstancias se hubiese sumergido en su eterna dinámica de recordarle su posición al aclamado pintor, pero había cosas más importantes en su mente que explicarle que hasta los conejos tienen derecho de tiempo libre frente al arte. Nueva Orleans estaba pasando el sofocante verano y entrando a un agradable clima. Aun no podía creer que su padre hubiese dejado Inglaterra por las haciendas de azúcar, el oro blanco. Pero dado que era el tercer hijo, era obvio que la única manera de garantizar a su única hija un buen dote era invirtiendo en la tierra. Por fortuna, pasaban la mayoría del tiempo en la ciudad y no había tenido que visitar la hacienda más que una vez. Si tenía que revivir la experiencia de ver la situación en la que vivían los esclavos, de seguro quemaría el lugar. No importaba que su padre tuviese una política más transigente y menos dura con ellos. Aun así sentía que era algo horrible. Y al diablo quien dijera que eran solo bestias. Ni siquiera los animales pasaban por tanto dolor.

- ¿Es de la modista? –preguntó, emocionada por los nuevos sombreros que había enviado a diseñar ¿Ya estarían listos?

- No, señorita. –respondió la sirvienta, una preciosa joven que si no fuese por su ascendencia negra, podría aspirar a una mejor posición social que responderle a ella.

- ¿Alguna invitación a un baile...? –aventuró.

- Es... -la sirvienta lucía dubitante, sin saber cómo expresarse- la dama de compañía de la duquesa Wharnerigh.

Rhonda abrió los ojos con grata sorpresa y asintió, dando señales que desde ese tramo de la casa se encargaría ella misma. Aunque su madre desaprobaría su conducta, casi voló por los escalones para llegar al recibidor. Ahí, junto a la puerta, estaba Nadine, con su piel de chocolate claro y rizos de miel, todos recogidos en un pequeño peinado bajo y un vestido algo pasado de boda color melocotón. Obviamente estaba incómoda con esos atuendos y ligeramente claustrofóbica al estar bajo techo. Rhonda aun así sonrió y más cuando notó que Nadine parecía entusiasmada al verla, aunque se apegó al protocolo e inclinó la cabeza, sin mirarle el rostro. Unos meses atrás, hubiese encontrado ese comportamiento completamente normal, pero en ese momento solo acortó la distancia entre ambas y la guio a la pequeña sala de damas que había al fondo de la casa. Después de ordenar que no deseaba que nadie las interrumpiera, cerró las puertas y suspiró con felicidad.

- Cuéntamelo todo. –pidió, tomando la áspera mano de Nadine y guiándola al asiento más cómodo- ¿Quieres algo de beber? ¿Tienes hambre? Puedo pedir un servicio de té.

Nadine rio, con soltura y negó tranquilamente. Aunque Rhonda pudo imaginar que se debía a que no quería ver como las sirvientas traerían todo para Rhonda, como si estuviese sola. Realmente lamentó eso, pero si deseaban mantener las apariencias, era preferible estar bajo el protocolo. Ya era mucho que Nadine se hiciera pasar por la exótica dama de compañía de la duquesa Wharnerigh, una dama de la corte inglesa que disfrutaba hacer que la gente hablara sobre ella. Rhonda sabía que la dama de compañía y Nadine eran completamente diferentes, pero la gente no reparaba en nadie con piel de color, sea de África, de Asia o de cualquier otro lado. En 1716, los años dorados de los piratas, había pocas cosas a las que una mujer como Nadine podía aspirar. Aun así, el corazón de Rhonda encontraba en ella una dulce y buena aliada. Una maravillosa amiga.

Cazando Desafíos [Cacería] «Hey Arnold!»Where stories live. Discover now