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"Que se hunda el miedo"

Esa es la canción que compuse con Angie cuando habíamos coincidido en sus noches de actuación en el club Lyon de Nolan. Sigo tocándola al piano, creo que era muy obvio el título, demasiado perfecto porque incluía los dramas de ambas. 

Yo tengo miedo aún, al futuro, a lo que pueda ocurrir, a perderlo todo y a no ser nada. Ella tenía miedo de quedarse sola, de que la abrumara la sociedad, los estereotipos y las palabras de cualquier necio. Teníamos miedo ambas y lo plasmamos en tintas, en compases y notas dibujadas en una partitura. 

La toco la primera noche del año. Nolan nos deja cenar en casa a todos los empleados, con mi aumento de sueldo hemos tirado un poco la casa por la ventana. Mi abuela compra pollo, cochinillo, langostinos, quesos y muchas más cosas que en otro tiempo habíamos visto como algo de pijos. 

No es que fuésemos personas hundidas en la miseria, pero íbamos por el supermercado comparando precios y comprando la marca blanca de todo. Martín y yo nos encargamos de los postres, la cocina acaba desprendiendo en cada esquina ese olor a chocolate negro, merece mucho la pena. Martín está muy ilusionado porque Tomás va a venir conmigo al club Lyon a ver la fiesta. 

La mayor parte de los amigos de Tomás han vuelto, al igual que Isabella y Silvia, pero no tenemos pensado dejar que por eso pasemos más tiempo juntos. Hemos considerado la idea de hacer una fiesta conjunta, quizás salga de ahí un pequeño romance y todo, al menos surgirá más de una amistad. 

Fin de año en España que yo recuerde se celebra mucho, los jóvenes más o menos a partir de los dieciséis o diecisiete se ponen guapos, ellos van con traje y ellas siempre visten sublimes para meterse en una discoteca y dejar que el alcohol y la música alegren el comienzo de un año más. 

Aquí la mentalidad sigue un poco esa línea, y nosotros somos los primeros que buscamos arreglarnos. Martín va con camisa y chinos, no le hace mucha gracia, pero dentro de lo que cabe acepta con una sonrisa. Mi hermano me ayuda a abrocharme el vestido plateado, ceñido y de tirantes. Con el pelo largo, castaño oscuro y rizado y en contraste con mi piel blanca queda sublime. Los pendientes largos y un poco de maquillaje son los toques que hacen que mi hermano pierda la paciencia. 

Se marcha de mi dormitorio y regresa con una caja pequeña y blanca:

-Yo también tengo un regalo de Navidad para tí-me dice mientras yo sigo ensimismada en mi reflejo

-Martín...

-Tata... es tuyo-me tiende la caja

Tiene agujeros en la parte superior, me parece extraño porque parece la caja de un móvil de estos de Apple, grande, blancos y muy caros. No veo como Martín ha podido ahorrar con la pequeña paga que le doy para chucherías y poco más para un teléfono como este. Decido abrirla. No hay un teléfono. 

Hay un cachorro, un pequeño perro blanco de puntos negros con la nariz sin pigmentar mirándome fijamente, para eso eran los agujeros. Parecía estar un poco agobiado dentro de la caja, se aparta un poco cuando intento cogerlo. 

Mi sorpresa es tal que casi no recuerdo como se trata con un perro, lo dejo primero en el suelo y dejo que salga de la caja. El animal sigue mirándome, unos ojos oscuros muy curiosos bajan hasta el suelo y sobre los baldosines camina un poco torpe, pero no despacio. Olisquea el suelo y cuando llega hasta mí me lame las rodillas y vuelve a bajar la cabeza. 

Con sumo cuidado dejo que me olfatee la mano derecha y después de que me de su aprobación lo acaricio. Permitimos que siga explorando la habitación y me descubro sonriendo como una tonta. Siempre he querido un perro, lo ocurría era que nuestra vida de viajeros y una alergia bastante fuerte de mi padre nos impedía tener animales en casa. 

Lady AbrilWhere stories live. Discover now