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Abrió los ojos de golpe mientras su corazón latía a un ritmo frenético ensordeciendo cualquier pensamiento. Su mirada se fijó en el
techo, tensando la mandíbula antes de sorprenderse a sí misma dando un fuerte golpe a la pared de su derecha, maldiciéndose por lo bajo al darse cuenta de que había azotado la pared equivocada y que los gemidos sonaban claramente desde el otro lado del cuarto. No solía dejarse llevar por impulsos, esa era la verdad, pero últimamente notaba que estaba llegando al límite y el hecho de convivir con esas dos personas, si es que merecían ser llamadas así, no ayudaba a calmar sus nervios y seguir con su carácter normalmente sumiso.

Rodó por la cama hasta alcanzar el móvil que empezó a vibrar en su mesita de noche y cerró fuertemente los ojos al reconocer el número de quien llamaba.

–Mierda, mierda, mierda...

Según sus nuevos compañeros debían intercambiar el número de teléfono por si surgía algún contratiempo, como olvidar las llaves o que necesitaran de su ayuda para volver a casa después de una noche de excesos. Ella por supuesto nunca les había llamado para nada, pero su compañera había cogido la costumbre de llamarla a las tres, cuatro, cinco de la mañana para que la fuera a recoger jurando que ningún taxi quería transportarla en su estado.

Él en cambio era la primera vez que la llamaba.

El silencio al otro lado de la línea le puso los pelos de punta, y ella lo sabía; había cometido un gran error. Jamás debía molestarle antes de que anocheciera y para eso aún quedaban unas diez horas. Bueno, en realidad nunca debía molestarle y punto, eso le había dicho con una dudosa y enigmática sonrisa que erizaba la piel.

—Perdón, m-me confundí de pared...—se excusó la chica.

Silencio. Interrumpido únicamente por una única palabra susurrada con una sensual y suave voz que helaba la sangre casi tanto como la calentaba.

—Ven.

Zoe comenzó a hiperventilar y colgó el teléfono antes de que el chico oyera sus jadeos lastimeros. No quería ir a su habitación, realmente le tenía pánico. No es que ella fuera muy exagerada, siempre manejaba las situaciones como buenamente podía, pero es que él ya se había liado a golpes con los muebles cinco de los diez días que llevaba viviendo allí y alguna noche le había escuchado en la soledad de su cuarto reírse de manera enfermiza. Y aunque admitía que tenía la risa bonita era aterrador.

No iría de ninguna manera.

Cuando se disponía a cerrar la puerta con pestillo y apagar el móvil le llegó un mensaje.

—¿Sabes lo que pasará si no vienes?

La estaba amenazando, no hacía falta ser muy lista para saberlo. Pero... ¿quien en su sano juicio entraría voluntariamente en su guarida después de haber interrumpido su sueño y aporreado su pared?

Era muy joven para morir.

Pensó que lo más sensato sería picar y preguntarle qué es lo que quiere a través de su puerta astillada debido a los portazos. Los gemidos femeninos aumentaron de volumen cuando salió de la seguridad de su cuarto porque su compañera tenía la puerta abierta de par en par, sin ningún pudor a la hora se gemir el nombre de su amante de forma tan aguda como irritante. Parecía ser que Zoe era a la única que le molestaban esos sonidos a la hora de dormir. Sin querer empujó con el pie descalzo una botella vacía de ron y se plantó frente a la puerta negra respirando hondo, posando la vista en el pomo con la cabeza de un brillante lobo de plata.

—Entra—dijo Dallas sin levantar el volumen, jamás lo hacía.

Hubiera seguido su plan inicial si no fuera porque una melodía oscura pero atrayente empezó a sonar dentro del cuarto y a ella también le pareció de mal gusto levantar la voz para hacerse oír. Sus modales le ganaban la batalla, siempre sus buenos modales.

MUÑECOS ROTOS [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora