Capítulo 2

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Elegante siempre había sido la palabra perfecta para definir a la mansión Gallicchio. A Renato siempre le había llamado la atención aquella edificación. Estaba ubicada un poco alejada de la ciudad, pero Tato la conocía un montón de todas las veces que el bondi que lo llevaba al club había pasado por el frente del predio enorme que funcionaba como jardín delantero de la casa.

Se la había quedado mirando cada vez que tenía oportunidad y, por lo menos por fuera, ya la conocía de memoria. Pero esta noche lucía muy diferente.

Grandes cortinas de color vino decoraban los ventanales y cada rincón del salón al que los hicieron ingresar estaba salpicado con bombillas de luz chiquitas que simulaban ser velas. La iluminación de las enormes tres arañas que colgaban del techo, la banda de cuerdas que tocaba canciones suaves desde un rincón y las mesas dispuestas en forma circular le daban un toque casi íntimo al lugar, a pesar de que parecía que habían más de trescientas personas presentes. Estaba todo hermosamente decorado y Renato pensó que por lo menos, a pesar de haber venido en contra de su voluntad, había tenido la oportunidad de conocer por dentro y en detalle la casa que le había intrigado tanto desde que era un pendejo.

El mayordomo (sí, tenían hasta mayordomos) los acompañó hasta una mesa casi en el centro izquierdo del recinto y Renato descubrió que lo habían sentado al lado de una chica pelirroja con una hermosa máscara azul que lo recibió con una sonrisa llena de brackets. Se llamaba Agustina, era hija de un senador y parecía ser la persona más parlanchina de todo el salón. A Renato y a Bruna, que eran pibes simples y fáciles de impresionar, enseguida los compró con su simpatía y sus modales de señorita entorpecidos por su tendencia a enganchar la copa que jugo que descansaba sobre la mesa con la manga abultada de su vestido. Era la tercera vez que la tumbaba.

Renato, mientras se reía de la cara de disgusto de Agus al probar un canapé que tenía anchoas, pensó que capaz podría pasarla bien esta noche, charlando con su nueva amiga y comiendo comida de chetos. Capaz no era para tanto... O eso pensó hasta que la música tenue de la banda se detuvo y una voz desde un parlante pidió que por favor todos se pusieran de pié para la entrada del Conde y su familia.

Tato, que justo estaba sentado de espaldas a la escalera cubierta por una alfombra roja desde donde parecía que el Conde estaba por aparecer, se puso de pié y se giró para encontrarse con la sorpresa más grande de la noche, hasta ahora.

En la punta de la escalera habían tres personas: un hombre un poco panzón de unos treinta años, barba y sonrisa amigable; una mujer esbelta con un vestido rosa pálido y una máscara de perlas; y el que obviamente, por su porte y su aura imponente, era el Conde Gallicchio.

Renato esperaba todo menos lo que vió. Esperaba que el Conde fuera un viejito decrépito o un adolescente horrible o un hombre gordo o algo de eso, nunca se imaginó que se tratase de un chabón así de hermoso.

¿Por qué un hombre con esa cara y ese cuerpo podría tener dificultades para contraer matrimonio?

—Con ustedes el señor Leandro Moretti, la señora Milagros Ponce de Moretti y el Conde Gabriel Gallicchio.

El joven de dieciocho años podía escuchar a Agustina festejando con felicidad por la apariencia del que ella aseguraba que sería su futuro marido y a su hermana quejándose sobre que había estado segura de que se llamaba Alejo, no Gabriel, pero en lo único que Renato era capaz de pensar era en esos ojos verdes que ninguna máscara en la tierra podría disimular.

El Conde bajaba la escalera con una gracia que el resto de los hombres y mujeres presentes sólo podrían desear y le sonreía a sus invitados cordialmente, escondiendo ambas manos detrás de su espalda. Renato vió casi en cámara lenta como inclinaba la cabeza para decirle algo al otro chabón (que ya ni recordaba cómo se llamaba) y sintió que todo el aliento se le escapaba de los pulmones con la vista de esa mandíbula firme y ese cuello bronceado.

SalvatoreWhere stories live. Discover now