Capítulo 6

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Había estado en un subsuelo todo este tiempo, por eso no había ventanas, ni luz, ni sonidos. La piecita en donde estuvo encerrado era parte de un sótano enorme en donde había tres habitaciones más, parecidas a la suya.

Renato pensó que seguro no era la primera vez que está gente secuestraba a alguien.

Fausto, que siempre era de hablar bastante, mantuvo un silencio sepulcral todo el camino y lo llevó hasta unas escaleras en donde los estaba esperando una mujer rubia de unos cuarenta años con un vestido floreado.

La mujer no le habló, solamente puso cara de disgusto y le hizo una seña con la cabeza.

—Seguila, pendejo. Ella te va a llevar arriba. —Fausto le dijo.

—¿A dónde me llevan? ¿Qué me van a hacer? —Renato le preguntó en un susurro, aferrándose inconscientemente al hombro del guardia que siempre había sido bueno con el.

—No se, pendejo, pero no puede ser peor que lo que ya te hicieron.

—Sí puede. —Dijo la mujer, haciendo sonar sus tacos mientras subía las escaleras.

La mujer resultó ser el Fabrizzio del que tanto hablaban los guardias. Se llamaba Antonia Fabrizzio y Renato supuso que era alguien importante por la fluidez con la que se movía por la mansión. Porque sí, todavía seguía en la mansión Gallicchio. No era una sorpresa para él pero le hacía bien a su cabeza confirmar por fin que todo lo que había vivido no había sido un delirio suyo.

Fabrizzio no le dijo mucho, solamente se presentó educadamente, procurando no tocarlo y lo llevó escaleras arriba donde los esperaban dos guardias que los escoltaron al segundo piso, a un pasillo con varias puertas.

—La habitación está asegurada por todos lados y pusimos cámaras, así que qué no se te ocurra romper o robar nada. —Fabrizzio le dijo, con el mismo acento marcado que Gabriel, deteniéndose frente a una puerta mientras sacaba un celular y escribía.

—¿Por qué me cambiaron de habitación? ¿qué pasó?

La mujer lo miró y le alzó una ceja perfectamente depilada, le abrió la puerta y le hizo una seña, indicándole que entrará.

Obviamente no le iba a contestar.

Uno de los guardias lo empujó y Renato entró al cuarto tropezando, escuchando como cerraban con traba la puerta detrás suyo.

—No lo vuelvas a tocar así. —Escuchó la voz de Fabrizzio a través de la madera de la puerta blanca. —No lo toquen y punto. Ya sabemos lo que le pasó a Juan Cruz por pasarse de listo con il più piccolo.

¿Qué? ¿Qué le había pasado a Juan Cruz? ¿Qué mierda significaba più piccolo?

Los guardias no respondieron o si lo hicieron, Renato no logró escucharlo y, segundos más tarde los tacos de Fabrizzio rebotaron por las paredes silenciosas de la habitación.

Bueno, cuando se dió vuelta, notó que más que una habitación era como una casa chiquita. Lo habían llevado a una suite enorme y hermosa, como sacada de una película.

Tato no entendía nada.

¿Por qué de repente tanto lujo? ¿Tenía algo que ver con la visita de Gabriel de hace unas horas?

Lo primero que vió, mejor dicho, lo primero que olió fue una bandeja llena de comida que había sobre una mesita. Parecía un desayuno de estilo continental y a Renato se le hizo agua la boca y le gruñeron todas las tripas. No sabía si podía y quizá más tarde podrían volver a cagarlo a piñas por hacerlo, pero no pudo evitar abalanzarse sobre el café recién hecho y las medialunas. Se comió seis al hilo y una manzana.

Lo segundo que noto fue la luz que entraba por el balcón. Se acercó a la ventana y vio un jardín amplio y colorido bajo el sol de la mañana. No deberían ser más de las nueve, adivinó. Se sentía tan bien poder ver el sol otra vez, aunque sea a través de un vidrio, pero también el rayo del sol que se colaba hermosamente entre las cortinas transparentes lo hizo poner muy triste.

Extrañaba su casa un montón. Las cortinas de esta habitación eran mucho más lujosas, pero el encaje que tenían en los bordes le recordaba a las que había en la habitación de su mamá.

Cuando era chico y tenía miedo de dormir con la luz apagada, su mamá le ponía un colchón al lado de su cama, le daba la mano y le decía que contara las florcitas de encaje del borde de la cortina. Eso siempre lo hacía dormir bien.

Renato se recostó en el borde de la enorme cama que estaba en el medio del cuarto y, enfocando su vista en el borde de la cortina, intentó imaginarse que estaba con su mamá en su habitación y que se iban a dormir.

Parece que funcionó porque, aunque su siesta se sintió corta como un parpadeo, cuando abrió los ojos Gabriel estaba sentado en frente de él.

Había movido la silla del escritorio ubicado del otro lado de la habitación y lo estaba mirando sentado de brazos y piernas cruzadas, con el mismo traje y la misma expresión vacía que hace un rato.

Renato se incorporó y se pasó una mano por el pelo enredado. Gabriel arrugó la nariz.

—Vas a tener que bañarte, micetto. —Le dijo, como si la situación fuera la más normal del mundo. Renato frunció el ceño.

—Mirá... —Empezó, pero luego pensó que quizás no era conveniente ser prepotente con el chabón que lo había secuestrado. —Mire... Señor. Yo... yo no sé dónde está mi hermano, no tengo nada de información útil que darle. Tampoco tengo plata, aunque seguro eso no lo necesitás.. No lo necesita. —Se corrigió, mirando todo menos el rostro de Gabriel mientras hablaba. —No entiendo por qué me están reteniendo acá y tampoco nadie me da alguna explicación...

—Es gracioso, micetto.. el hecho de que pienses que estás en posición de exigirme explicaciones. —Gabriel le dijo, acomodándose en su silla con una sonrisa, como si le divirtiera de verdad la actitud de Renato. —Ya sé que tu hermano está en España ¿pensás que soy imbécil?

—No.. yo... —Renato se puso pálido.

—Y también sé que vos tenías esa información y decidiste ocultarla y mentirme en la cara. —Gabriel se paró y caminó como un tigre acechando a su presa, hasta el borde de la cama. —Lo entiendo, sos fiel a tu familia. —Le dijo tomándolo por la barbilla con una caricia suave, obligándolo sutilmente a levantar la vista. —Pero no me gusta nada que la gente me mienta.

—Perdón.. yo... yo solamente quiero irme a mi casa. —Renato estaba cansado de tener que aguantar las lágrimas.

—No, yo lo siento, micetto, porque eso no va a ser posible. —Gabriel lo soltó y, dejando una última mirada sobre ojos vidriosos y los labios partidos de Renato, caminó hacia la puerta de un armario. —La puerta de ahí te lleva a un baño privado, allí vas a encontrar todo lo que necesitás para lavarte. Alguien va a venir más tarde con tu almuerzo. —Le dijo, dejando una bolsa de una marca cara de ropa sobre su regazo.

—Gabriel. —Renato lo llamó en un impulso cuando vió que el Conde estaba a punto de salir de la habitación.

—Si —se volvió y lo miró con intensidad.

—¿Por qué me trajeron acá.. a este cuarto? ¿Qué pasó con Juan Cruz?

Gabriel acarició el pomo de la puerta con su mano y lo miró fijo, como pensando detenidamente en la respuesta que iba a darle.

—Hoy me di cuenta que no puedo confiar en mis hombres cuando se trata de vos, micetto, y yo aprendo de mis errores.   

SalvatoreWhere stories live. Discover now