Capítulo 5

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Después de ese día, Renato no volvió a ver al italiano pero sí al los otros tres y, con el correr del tiempo se fue dando cuenta de que se había equivocado en sus suposiciones.

Martín no era el más violento. Su hermano Juan Cruz era mucho peor.

Martín era un pibe que parecía bastante simple. Le pegaba mucho pero siempre era lo mismo con él: entraba, lo tumbaba de una patada, le pegaba hasta que se cansaba y se iba. Su hermano, por el contrario, era mucho más sádico. Le gustaba jugar con él, hacerlo llorar para luego reírse mientras le decía lo maricón que era, lo mucho que lo cagaría a trompadas.

A diferencia de Martín, nunca le sacaba sangre, pero se las ingeniaba para hacerle siempre algo nuevo. A veces entraba y le pisaba las mano con sus botas militares, a veces lo agarraba del pelo tan fuerte que los ojos se le llenaban de lágrimas... Pero su método de tortura favorito sin dudas era ahorcarlo. Le apretaba la garganta de a poco, despacio, esperando el momento exacto en donde Renato estuviera a punto de perder el conocimiento para soltarlo y, después, empezar otra vez.

Lo que más le daba miedo era la mirada en su cara. Disfrutaba de hacerlo llorar, Renato incluso pensaba que hasta lo excitaba.

Juan Cruz le daba mucho miedo.

Sin embargo el rubio medio petizo, Fausto, no era tan malo. Él era el que le traía su ración diaria de agua y pan y siempre se iba cuando veía que los gemelos se aburrían y empezaban a pegarle. Él no tenía esa bronca que Tato podía reconocer en Juan Cruz o Martín, era piola para ser un secuestrador. A veces venía solo y hablaban, sobre todo sobre los dibujos que Renato hacía en el piso.

Un día en donde Martín lo había estampado especialmente fuerte contra la pared, esta había largado unos pedacitos de material y Renato había descubierto que estaba hecha de ladrillos colorados de esos que largan polvillo y, casi como el carbón, sirven muy bien para dibujar. Cuando estaba aburrido y las horas se le hacían interminables, intentaba dibujar sobre el piso áspero y gris los rostros de las personas que amaba las últimas veces que los vio.

Había dibujado a Bruna con su máscara riendo mientras bailaban, a su madre planchando la camisa de su viejo antes de la gala, a su abuela sentada en su sillón con su gato Jagger, a su papá con la corbata mal puesta...

No había querido dibujar a Valentino por miedo a que los gemelos le dijeran algo. Ellos veían sus dibujos, se burlaban y a veces se los borraban con la suela de las botas, pero no hacían preguntas y Renato no quería que eso cambiara.

Después estaba Fausto, que preguntaba un montón: "¿Esa es tu hermana? se parecen bastante" "¿tu mamá y tu papá están casados?" "Yo también tenía un gato, se llamaba Miguel" "Qué linda es esa chica, la vi en la gala ¿Es la hija del senador Cabo?".

Nunca le decía nada fuera de lugar y siempre lo felicitaba por lo bien que dibujaba. Renato se preguntaba qué hacía un chico como él metido en algo tan turbio como esto.







Renato no tenía forma de contar las horas que pasaban, no tenía reloj ni ventanas por donde ver el sol. Lo enloquecía no saber si era de día o de noche y a veces cinco minutos le parecían horas, pero estaba seguro de que hacía bastante tiempo desde de la última vez que alguien había venido a controlarlo.

Ni los gemelos, ni el italiano, ni Fausto. Nadie lo había venido a ver hoy.

Estaba tan aburrido que había dibujado todo el piso de la habitación. Todas las personas que conocía, todos los lugares en los que había estado, todo lo que se le cruzaba por la cabeza lo había dibujado y quedó tan agotado que apenas se desplomó sobre el colchón, quedó frito.

Cuando se despertó después de quién sabe cuantas horas, el Conde Gabriel estaba parado en la puerta mirando el piso con una expresión en blanco.

Renato se sentó de golpe sobre el colchón, agarrándose las costillas que todavía le dolían por la última patada de Martín.

Gabriel levantó la cabeza y lo miró.

—¿Qué es todo esto? —preguntó estirando una mano, señalando el piso.

Estaba impecable e imperturbable, enfundado en un traje negro a medida con los dos primeros botones de la camisa abiertos y los zapatos más brillantes que Tato había visto en su vida. Pudo ver un rosario asomándose en su cuello desnudo y el anillo dorado que había tenido la última vez todavía permanecía en su pulgar.

A Renato se le secó la boca y se odió por no poder dejar de reconocer lo hermoso que el Conde era.

—¿Lo hiciste todo vos? —Insistió con ese acento que hacía que las palmas de Renato hormiguearan.

—Sí...

De repente, se encontró sintiendo vergüenza de su estado. Tenía el labio inferior partido y seguro el cuello lo tendría lleno de moretones, la camisa blanca ya casi no era blanca por el polvillo y la sangre seca y sabía que seguro olía horrible. Nunca se había sentido tan sucio y eso no lo había alterado antes, aún cuando Fausto y los gemelos lo veían así todos los días.

Gabriel de pronto con dos zancadas se acercó hasta el colchón, se inclinó, lo agarró del pelo y tiró, exponiendo su cuello.

—¿Quién está cuidándote? —Le preguntó, aún tirando de los mechones que tenía entre los dedos.

—Ah.. —Renato se quejó, sin querer. —Un par de gemelos y otro chico, Fausto. Había otra persona Italiana... pero hace mucho que no viene. —Respondió obediente.

Gabriel lo soltó y se incorporó, todavía sin expresión alguna en su cara. Lo miró unos segundos más y dió media vuelta como para irse pero, a mitad de camino a la puerta, se detuvo.

—Soy yo. —Dijo mirando al piso, señalando uno de los dibujos en particular.

Tato no se había dado cuenta de lo que había dibujado hasta que Gabriel lo señaló. 

Sí, efectivamente era él.

Era un dibujo del Conde de la primera y única vez que lo había visto, la noche de la gala en el jardín de invierno. Estaba de perfil y tenía una margarita en la mano y a Renato le dió mucha vergüenza haber sido expuesto así.

Gabriel miró el dibujo, miró a Renato y, con la misma expresión en blanco, se fue cerrando la puerta con cuidado.

Más o menos treinta minutos después, Fausto con una cara de susto terrible, entró en la habitación y le dijo: 

  —Me mandaron a buscarte. 

SalvatoreNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ