I. Emergencia.

13.7K 1.1K 472
                                    


Eran exactamente las doce de la noche con cincuenta y nueve minutos cuando una resplandeciente luz plateada entró por la ventana de Harry Potter. Era como un gas flotando en medio de la habitación, danzando en el aire frío de la noche hasta posicionarse a un costado de la cama del joven auror que, aún con los residuos del sueño sobre él, luchaba perezosamente por deshacerse de las mantas sobre su cuerpo desnudo, y cuando finalmente lo logró, parpadeó un par de veces, al tiempo que aquel gas tomaba la inconfundible forma de un lince bastante conocido.

Era el patronus de Kingsley.

—Harry, tenemos una emergencia, ha habido un ataque.

Harry bufó con fastidio mientras la voz de Kinsley recitaba la dirección de la escena del crimen. Ser despertado en mitad de la noche y sin el más mínimo tacto era la peor parte de trabajar para los aurores. Él sabía que le llamarían, cómo lo habían hecho en los últimos meses y contrario a lo que cualquiera pudiese pensar, Harry se sentía incapaz de acostumbrarse.

Una vez que el patronus hubo desaparecido, la oscuridad volvió a reinar dentro de la habitación. Harry estiró una mano, tanteando el otro lado de la cama, sólo para encontrarlo completamente frío. Parecía que había sido abandonado una vez más después del coito. Una jodida vez más. Harry se repitió mentalmente que no debía sentirse sorprendido, en realidad, antes de estirar la mano ya había imaginado que el otro lado estaría vacío, pero cada vez que tenía que volver a pasar por ello, era terriblemente decepcionante.

Un poco de mal humor, el héroe del mundo mágico se puso de pie, dispuesto a lanzarse un encantamiento de limpieza para deshacerse de los residuos de semen entre sus nalgas y colocarse la túnica de los aurores que definitivamente necesitaba un rediseño. Con una sensación extrañamente cálida, el fregotego lo dejó más que presentable para salir y una vez que estuvo completamente vestido, se apareció lo más cerca que las protecciones anti-aparición lo dejaron acercarse a la escena del crimen. Eran inicios de septiembre y el clima era jodidamente frío.

Harry quería volver a la cama.

En cuanto la desagradable sensación de la aparición abandonó su estómago, Harry fue consciente del horrible clima de la madrugada. Viento fuerte y helado que arrancaba hojas secas de los árboles. El cielo nocturno oscurecido por gruesas nubes de lluvia y el tétrico ambiente que flotaba alrededor de la propiedad acordonada; un edificio alto con paredes de cristal que parecía realmente lujoso. Harry se preguntó, sólo por un segundo, si Draco había vuelto a casa con ese espantoso clima y en medio de esa oscuridad. Estaba algo preocupado, pero su enojo era más grande en ese instante así que lo dejó pasar.

—Potter, gracias a Merlín —, le saludó Charles, uno de sus compañeros aurores, con expresión horrorizada. Su rostro estaba tan pálido como la de un fantasma y parecía que estaba a punto de vomitar y que se contenía sólo para no quedar en ridículo. Harry supo que la situación era grave. Tal vez peor que el caso anterior.

—¿Qué es lo que tenemos hasta el momento? —Preguntó al tiempo que se acercaba al edificio con Charles a su costado.

—La victima ha sido Jo Craggy, treinta años de edad. Estudió en Hogwarts y luego se especializó en el comercio de ingredientes para pociones que es de dónde proviene su fortuna. Su esposa, Linda, de quién se estaba divorciando, volvió a recoger unas cosas y lo encontró en la cama, muerto. O tal vez debería decir que encontró lo que quedaba de él. —Harry se detuvo un segundo para mirar al hombre de forma interrogante. Charles respondió de inmediato: —Carne y huesos fue todo lo que quedó de Craggy. Tuvimos que analizar los restos para identificarlo.

Harry asintió en silencio mientras pasaban junto a un grupo de aurores y medimagos que intentaban tranquilizar a la ahora viuda señora Craggy. Era un alivio que su trabajo no consistiera en intentar hacer sentir mejor a la sollozante mujer o intentar sacarle información, nunca había sido bueno tratando con mujeres y mucho menos con mujeres que lloraban, cómo bien había demostrado durante quinto año, con Cho Chang. Así que, con la tranquilidad de saber que su trabajo era lidiar con cosas con las que sí podía, se adentró en el edificio.

Monster.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora