IV. Celos

6.4K 915 280
                                    

El cristal del portarretratos se reventó contra el suelo, esparciendo sus pequeños trozos por todo el suelo. El sonido fue estrepitoso en medio de la oficina de Harry y su eco golpeó en cada una de las paredes, dramatizando el efecto de algo que no había sido más que un accidente.

Un accidente.

Harry se levantó de su silla con la frente llena de sudor y los dientes demasiado apretados mientras maldecía y despotricaba contra el maldito portarretratos. Ese maldito portarretratos con esa maldita foto de mierda en la jodida esquina de su jodido escritorio, al alcance de sus distraídos movimientos.

Fue un accidente, por supuesto. Harry no tenía intenciones de dejarlo caer, por muy enojado que se encontrara. Por muchas ganas de estrellarlo que sintiera. Simplemente había sucedido, se había caído y ahora estaba completamente arruinado.

Harry se arrodilló junto a los trozos de cristal y tomó la fotografía que entre ellos descansaba. La tomó ignorando los filosos bordes de cristal y la sacudió.

Hizo un gesto de desprecio al mirarla.

No era la primera vez que Harry se sentía de esa manera. No era la primera vez que se sentía tan enojado, tan estúpido. Como una jodida burla. De lo que sí era la primera vez, era la forma en que se sintió cuando miró el rostro de Draco, aún plasmado en una estúpida fotografía. Era la primera vez que no se tranquilizaba inmediatamente después de verlo, era la primera vez que no se sentía como si todo fuera perfecto, cómo si fueran perfectos. Sino todo lo contrario.

Harry se puso de pie estrujando la fotografía entre sus dedos. La escena de aquella hermosa tarde de primavera en que Harry le había pedido formalizar y Draco había aceptado. Ambos vistiendo ropas ligeras, Draco incluso un sombrero bastante bonito para proteger su sensible piel de veela. Había sido una tarde perfecta, con clima cálido y una brisa reconfortante. Pero Harry sólo podía recordarla de color rojo.

Consciente de que de que debía controlar su temperamento, el joven auror volvió a sentarse detrás de su escritorio. Dejó la fotografía dentro de uno de los cajones y extendió las manos sobre la lisa madera del mueble frente a él. Harry abrió y cerró los puños una y otra vez, mientras intentaba controlar su respiración. Él nunca había sido así de explosivo, o tal vez sí, no lo sabía, lo único que sabía era que había empeorado cuando había comenzado a salir con Draco. El sentimiento de posesión se hizo tan grande que fue imposible guardarlo dentro de su pecho.

En realidad, había una razón para que Harry estuviera en ese estado. Una bastante buena, o eso es lo que él creía. ¿De qué otra manera podía reaccionar si su Draco estaba en una cita con Blaise Zabini? Blaise Zabini quien no parecía querer volver a Italia pronto y que aprovechaba cada oportunidad que tenía para apartar a Draco de su lado. Draco quién sabía de sus intenciones y aún así se negaba a dejar de verlo. ¿Es que acaso el veela no era consciente de que Harry estaba guardando ese secreto aún a costas de su trabajo, de su reputación? ¿Cómo se atrevía a hacerlo enojar de esa manera?

Harry había dejado pasar esa situación un par de veces, aún en contra de su voluntad. No quería que Draco se cansará de él, de sus celos enfermizos cómo el rubio los llamaba. Por supuesto, para Draco era fácil juzgarlo, no era él el que estaba saliendo con un mago cuya mitad de su herencia de sangre lo volvía terriblemente irresistible para todo el maldito universo. No era él el que vivía con miedo de perder lo que más amaba y el pasado promiscuo de Draco tampoco era de mucha ayuda. Aparentemente, desde que Draco había descubierto su herencia a los dieciséis, no había hecho más que aprovechar al máximo sus genes y engatusar a su capricho de turno.

Harry se recargo contra el respaldo de su silla y con un suspiro clavo sus ojos en los archivos que hasta hacía unos minutos antes, se encontraba fingiendo que revisaba. Sus ojos fueron del sonriente rostro de la joven alumna de medimagia hasta el rostro duro del cuarentón fabricante de pociones. Ambas víctimas de un caso que no se había resuelto. Víctimas del ataque brutal de una bestia aparentemente furiosa, sanguinaria. Una bestia fuera de control.

Harry llevó una de sus manos hasta su bolsillo de donde extrajo el gemelo de plata que había recogido de la última escena del crimen. El gemelo de plata con una serpiente tallada a mano y ojos de esmeralda. Lujoso, exclusivo. Propiedad de Draco Malfoy. Harry lo miró detenidamente, pensando en lo que hubiera sucedió si alguien más lo hubiera encontrado antes y se llevó el dedo pulgar a la boca y lo mordisqueó nerviosamente mientras volvía a sudar, esta vez por una razón completamente diferente.

Ocultar la evidencia podía ser realmente agotador.

Alguien tocó la puerta.

Con un movimiento torpe de manos, Harry abrió la abrió y de manera casi inmediata se adentró un pequeño avión de papel amarillento que aterrizó frente a él, sobre el montón de papeles, evidencia y fotografías.

La nota era de Draco y decía:

Pospongamos nuestra cena del día de hoy.

Draco.

La furia que Harry creía extinta regresó con más fuerza que antes, quemándole las venas y la piel. Draco no se había tomado la molestia de darle una razón para cancelar su cita, ni si quiera le había dedicado un te quiero. Nada. No le había dicho más que siete palabras. Siete palabras que alimentaron sus celos como la leña al fuego.

Estaba con Zabini, tenía que estarlo, no había otra explicación para que Draco lo dejara plantado por primera vez desde que habían formalizado. Que lo abandonara después del sexo era una cosa a lo que casi se había acostumbrado, plantarlo tan descaradamente para encontrarse con su jodido amante era otra.

Amante.

Vamos, Harry. Relájate. Estás pensando demasiado las cosas. Le dijo una voz en su cabeza que sonaba mucho más cómo él. Draco no te haría algo así. Lo sabes, él no sería capaz. Nunca... Zabini, él en cambio es capaz de eso y mucho más. Él y todos los otros, todo lo que desean es arrebatarte a tu Draco. Sí. Zabini es el jodido problema. El jodido problema.

Harry llevó el gemelo de plata hasta su boca y lo mordisqueó aún cuando el sabor metálico similar al de la sangre le hizo chasquear la lengua. Las líneas de la serpiente se sentían amorfas bajo su lengua y la sensación fría del metal era tan reconfortante que no tuvo intención de detenerse cuando comenzó a morder con más fuerza.

Los ojos de Harry se dirigieron una vez más a las fotografías de los casos sin resolver a su cargo justo cuando su colmillo terminó por abollar el gemelo. Deformándolo.

Tal vez era momento de hablar con Kingsley. 

Monster.Where stories live. Discover now