Capítulo treinta y Cinco |Editado

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Celeste

Desperté pero no quise abrir los ojos. Sonreí recordando la tarde anterior, en donde Daniel y yo hicimos el amor como si hubiese sido la primera vez. Daniel no se había ido esa noche, durmió a mi lado, lo sabía porque él cayó rendido primero.

Ahora que lo pensaba, era extraño que se haya quedado dormido primero que yo y que no haya salido por la noche. Abrí los ojos de golpe esperando encontrarlo a mi lado, pero tal y como había sospechado no estaba ahí.

La sabana rosada estaba revuelta, la cama se sentía fría a mi lado. Admiré la habitación de Daniel y la combinación del rosa, blanco, negro y azul. Bastante extraña, pero acogedora.

A Daniel no lo encontré por ningún lado, y eso hizo que una mala sensación comenzara a emerger en mi pecho.

Me puse de pie intentando ignorarla y decidí acercarme al vestidor. Pará cuando lo abrí, me dí cuenta de que la mitad de las prendas de Daniel han desaparecido.

Casi podía asegurar lo que eso significaba, pero no quería aceptarlo. Realmente ayer todo parecía estar bien.

—¿Daniel? —pregunté elevando un poco la voz.

Rápidamente me vestí ignorando la extraña sensación en mi pecho, me sentía demasiado confundida.

Una vez vestida con lo primero que encontré, me dirigí hasta el pasillo. Comencé a abrir puerta por puerta, hasta llegar a mi antigua habitación.

Para cuando abrí la puerta la maleta sobre la cama llamó mi atención, era mía. Me acerqué a pasos lentos, el cuadro de Alejandro estaba en el piso y los vidrios esparcidos alrededor de éste.

Joder.

—¡¿Daniel?! —pregunté tomando el cuadro entre mis manos y saliendo rápidamente de la habitación.

No podía ser, no podía ser que Daniel pensara que aún sentía cosas por mi ex esposo. Después de todo lo había llamado equivocadamente por su nombre hace algún tiempo.

De todas formas creí que ese tema había pasado, quizás fue un error guardar ese cuadro en la maleta aquella vez que fui a mi apartamento.

Bajé la escalera gritando su nombre, la angustia que sentía no se podía disipar. El silencio de la escena sólo lo hacía más aterrador.

¿Dónde estaba Daniel?

—¿Ros...? ¡MAMÁ!

La angustia en mi pecho cobró sentido. Mi madre se encontraba tirada en el piso, en medio de la sala.

Corrí rápidamente hasta donde se encontraba y tiré el cuadro sin importar en donde cayera.

Tomé su muñeca entre mis manos, sus signos vitales eran muy débiles. No pude evitarlo, las lágrimas comenzaron a caer de mis ojos y si antes sentía angustia, ahora sentía mucha más que antes.

—¡ayuda! —grité. —¡Daniel! ¡por favor! ¡alguien!

Miré hacia todos lados desesperada, esperando que alguien me escuchara dentro de la gran casa.

—¡Daniel! —grité desgarradoramente mientras intentaba levantar a mi madre en vano.

Miré su rostro pálido y no pude evitar lloriquear como niña pequeña, sin mi madre, yo no vivo. No podría.

De pronto, la puerta principal se abrió. Rosa entró con una  expresión de derrota. ¿Recién llegaba? ¿Tan temprano era? ¿Y Sebastián?

Sus ojos se abrieron de par en par al vernos en el suelo.

Prometo Olvidarte ©| CompletaWhere stories live. Discover now