Capítulo 1: La iglesia de la Colina

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Año 2018.

Exhaló el cálido aire en sus pulmones y el clima helado del lugar lo transformó en una espesa nube de vaho

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Exhaló el cálido aire en sus pulmones y el clima helado del lugar lo transformó en una espesa nube de vaho.

El lugar era totalmente hermoso. Las calles adoquinadas de un oscuro color café adornadas por montones esparcidos de fría nieve. Las puertas y ventanas de madera desgastada cerradas para que el viento no interrumpiera la calidez interior del lugar.

El cielo gris y cubierto de grandes nubarrones.

Definitivamente, Hoseok había tomado la mejor decisión.

Días atrás, Min Yoongi, uno de sus compañeros de trabajo, aún demasiado embargado de la adrenalina, había prácticamente gritado en mitad de la casi vacía sala de descanso de su oficina, la enorme aventura que tuvo visitando lugares históricos muy antiguos en un pequeño y frío pueblito en Rumanía.

Hoseok apenas y recordaba el nombre del lugar, pero ver la emoción y energía con la que su compañero hablaba del clima, la gente, y la comida, despertó en el moreno de sonrisa de corazón una curiosidad que no sentía desde los veinte años cuando, en compañía de sus viejos amigos universitarios, causaban líos con cada paso que daban.

Así que esa misma noche, después de darse una ducha fría para bajar la caliente temperatura típica del verano, se sentó en el balcón de su casa, descalzo y con la tableta en la mano, e investigó aquél pueblito del qué tanto habló su compañero.

Sighisoara.

Hoseok lo repitió una, dos, cinco, diez veces hasta que el nombre quedó grabado en su memoria y en su lengua.

Pasando horas más tratando de buscar referencias y guías, pero no encontró mucho de dónde escoger, lo que claramente despertó más su curiosidad.

Decidido, tomó el teléfono y marcó a la aerolínea más barata que conocía y pidió el plan de vuelo que lo llevara hasta ese misterioso lugar.

Y así era como se encontraba ahí, después de un vuelo de tortuosas dieciséis horas, y un viaje en bús de aproximadamente cuarenta minutos desde el aeropuerto internacional de Transilvania, en el Distrito de Mures, hasta allí, frente a la moderna parada de autobúses que contrastaba con la imagen antigua del pueblo entero.

Sacó la cámara que recibió de su padre en el último cumpleaños y tomó una foto de la banca de la parada de bus, nada muy exagerado ni profesional, pero definitivamente la primera de muchas memorias en aquél lugar.

Cansado y sin ánimos de más, se encaminó a la dirección del hostal que la aerolínea le recomendó, el pesado viaje caía sobre sus hombros y lo único que quería era una caliente ducha.

[...]

Frente suyo, en el punto más alto de Sighisoara, se alzaba imponente la Iglesia de la Colina, una antigua edificación de estilo europeo, con techos triangulares y una diminuta torre.


La Iglesia de la colina era el punto central del pueblito y el lugar que más le llamó la atención desde que puso un pie allí, además de ser una de las muchas atracciones de las que había escuchado.

A la edificación se accedía por una empinada escalera cubierta, cuya puerta daba justo frente al callejón que debía tomar para salir al centro del pueblito, aprovechó el momento para tomar una nueva fotografía.

Se ajustó a la espalda la pequeña mochila que lo acompañaba, y empezó su camino cuesta arriba.

En la cima de la colina, y anexo a la iglesia, se encontraban tres edificaciones de distintos tamaños que, en definitiva, Hoseok no esperaba que estuvieran ahí.

La primera era una pequeña especie de sala de espera, se encontraba, en el centro y de manera dominante, una gran maqueta donde se mostraba una vista panorámica de casi toda la extensión de Sighisoara.

Ubicó en la maqueta la iglesia, justo detrás de esa pequeña sala, y hacia el lado izquierdo, a modo de anexo, la segunda edificación, casi del tamaño de la misma iglesia, se encontraba una escuela secundaria, que según podía entender del deficiente inglés del guía y el suyo propio, aún estaba en funcionamiento.

Del lado contrario, se hallaba un cementerio.

Hoseok recordó haber leído en algún lugar del Internet, en su larga noche de investigación, que aquella parte de la ciudad fue repoblada por coreanos durante el siglo XII, así que, motivado por esa premisa, decidió pasearse un poco por aquél lugar, su curiosidad venciendo el miedo primitivo que poseía por los cementerios.

En aquél alejado cementerio se encontraba el recinto memorial de la primera Guerra Mundial.

El moreno recordó vagamente sus clases de historia universal de la escuela media y sabe que Corea del Sur estuvo implicada en esta guerra durante un tiempo, así que no es mucha sorpresa encontrar algunos nombres coreanos en las lápidas.  Aún es raro para el viajero leer la romanización en lugar del Hangul, pero trató de que ese punto no lo distrajera.

Mientras caminaba tomó fotos del cementerio desde distintos ángulos, aunque las fotografías no varían mucho, ya que las lápidas, no más de treinta, estaban dispuestas tan simétricamente que llegó a causarle dolor de cabeza.

Por último, decidió caminar hasta la entrada del memorial, y desde ahí tomar la fotografía. Estando ahí, su vista se dirigió a una lápida en particular.

Es la primera al lado izquierdo del camino, desde su posición. Casi cree haberlo imaginado y se acercó un poco más, limpiando las hojas y nieve sobre esta.

Parpadeó confundido y levantó la cabeza un poco para observar las tumbas contiguas.

No. No estaba equivocado.

Entre la simetría casi perfecta, un pequeño rasgo distingue una lápida de las demás. Donde las demás albergaban a un soldado caído, en un único espacio, una en especial, resaltaba por su doble inscripción.

Park Jimin - 1916

Jeon Jungkook – 09.1917

Estaban casi uno encima del otro a causa del pequeño espacio disponible para el tallado, pero el cerebro de Hoseok logró entender la escritura a la perfección.

El primer pensamiento de Hoseok fue que quizás uno de ellos era demasiado carente de recursos, por lo que la familia del otro le permitió sepultar a su familiar junto al suyo.

Sin embargo, algo muy dentro suyo, quizá ese lado romántico empedernido que le dio tantos dolores de cabeza en la antigüedad, le gritó que está muy alejado de ser así.

Con un solo pensamiento, devolvió sus pasos hasta la entrada del templo.

Es ahí donde todo empezó para él.


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