[1] Beka, quiero un bebé

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Beka, quiero un bebé

Eran cerca de las 9:57 de la mañana, y el rubio que trabajaba frente a su computadora, tecleaba las letras rápidamente, absorto del mundo entero, y de sus compañeros de oficina. Enfocado únicamente en terminar el papeleo que tenía pendiente y haciendo más cuentas, levantó la mirada, un poco sorprendido al ver su teléfono vibrar. Dejando de lado todo lo que estaba haciendo del trabajo, tomo el objeto en manos, y miró la hora en concreto.

10:00 diez en punto, marcaba el reloj junto a la alarma que meses antes había instalado, y sonaba sin falta, cada mañana, en ese mismo horario. El omega suspiró, y miró su mochila, reposando a unos pocos metros de distancia. La tomó.

Unos segundos más tarde, Yuri se dirigía a los sanitarios de la oficina con un pequeño botiquín negro en manos, el cual -segundos antes- había extraído de su mochila. Encerrándose en un cubículo, abrió el portafolio y sacó un pequeño frasco amarillento, y una aguja.

Había hecho eso tantas veces, que le era rutinario. Le había perdido el miedo a las inyecciones, y al dolor hacía mucho. Tomando la jeringa en manos, y tras haber la preparado correctamente, se bajó los pantalones hasta la rodilla. Tras haber desinfectado una zona en concreto de su muslo, el rubio se inclinó e inyectó lentamente la aguja en su propio ser. El medicamento entró a su cuerpo, y el ligero pinchón que había sentido en su pierna se convirtió en un escalofrío. Soltando un corto suspiro, aquel omega se incorporó, y acomodó nuevamente su pantalón. Una vez se asegurara de estar presentable, procedió a guardar nuevamente el instrumental dentro del botiquín, y tirar la aguja con cuidado en la basura.

Era horrible, pero valía la pena.

Hacía meses que Yuri tomaba tratamientos hormonales, y años desde que se había enamorado de Otabek.

Cuando aún eran jóvenes, se conocieron por accidente. Ambos habían asistido al mismo restaurante sin darse cuenta, y habían pedido lo mismo por coincidencia. Él uno asistió con sus amigos, mientras que el otro intentaba alejarse del mundo. El mesero, tras haber dejado la orden del rubio en la mesa, se había retirado cortamente sin darse cuenta de que había olvidado la pajilla. El omega se había levantado para tomar una por su cuenta, pero no se había fijado del letrero de "Precaución con el suelo mojado". Como era de esperarse, cayó al suelo, tirando a su paso a otro mesero, con un montón de platillos por el medio. Yuri había derramado una orden completa de espagueti a la boloñesa sobre la camiseta blanca de un alfa, y posteriormente le vertió una Cosmopolita completa en los pantalones cuando había intentado disculparse. El Alfa no se había enojado, pues al intentar levantarse cayó de igual forma en la comida junto al rubio. Tal vez no lo sabían, pero ese sería el primer encuentro de amor de aquella pareja destinada.

Todos habían oído de los lazos, y los encuentros de los destinado. Eran casi como cuentos de hadas para los niños que querían creer en el amor. Pero nunca, ninguno de los dos había creído encontrar a su mitad de una manera tan desastrosa, pero sobre todo: cómica. Yuri no creía en los lazos de los destinados, y Otabek no creía en el amor a primera vista; pero el universo les había una cachetada de guante blanco, cuando los unió esa tarde, en un precioso accidente de sabores. Ninguno de los dos imaginaba casarse con el otro en ese momento, pero el tiempo y el futuro deparan cosas inimaginables para nosotros; y así paso.

Con el tiempo ambos habían comenzado a salir, y sin darse cuenta, el uno se había vuelto adicto al otro; ambos dependían de su presencia y los melosos mensajes que le deseaban dulces sueños a su compañero, cada noche, y sin falta, cada mañana.

Yuri se dejó caer en la silla frente su escritorio,  y soltando un molesto suspiro se llevó una mano al estomago. Se sentía incomodo, y se revolvió en el asiento con una mueca. Un mensaje llegó a su teléfono, y leyéndolo lentamente, se limitó a responder con un corto "si". Era Otabek, preguntándole si ya se había inyectado ese día. Unos minutos más tardes, volvió a su rutina como si nada hubiera pasado. Siguió con las cuentas y los números frente a sus ojos en el ordenador.

SUPERFETACIÓN [Otayuri] Mpreg-OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora