IV

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Cuando el científico llegó a su cuarto estaba confundido. Sentía que algo en el comportamiento de su jefe simplemente no cuadraba del todo. Analizaba de nuevo cada frase y cada gesto que había pasado por alto mientras hablaba, sentía entonces los nervios que no había sentido en esa extraña audiencia que había compartido con el mayor.

Añadió un par de gestos de parte del contrario a su colección mental de «Cosas de su jefe que lo encendían terriblemente»

A veces cuando no podía dormir destapaba esa sección de su mente, y se permitía vagar entre los diversos gestos y tonos de voz del mayor. Suspiraba, reconociendo que aquel era superior en todo el sentido de la palabra.

No pocas veces se había sorprendido pensando en lo que haría con todo ese poder fluyendo por sus venas o en cómo se sentiría ser tan dominante, tan atractivo y exitoso. Para cuando todos sus sentidos estaban invadidos del mayor sus fantasías de tener seguridad y ser alguien casi opuesto a quien actualmente era se detenían, las comparaciones no cesaban, pero el hilo de sus maquinaciones mentales se desviaba a un terreno que consideraba más tórrido y oscuro.

Veía entonces ese cuerpo encima suyo, escuchaba esa voz exquisitamente grave susurrando cosas dulces que siempre rozaban la indecencia, se imaginaba a sí mismo completamente seguro ante el mayor. Se derretía con los gestos y las sensaciones que su fantasía personal le brindaba, y casi sin querer su mano comenzaba a recorrer su propio cuerpo.

Ansiando un contacto diferente se retorcía con los ojos cerrados sobre sus edredones, con la imagen mental del mayor con una devoción infinita hacia sí.

Otras manos eran las que lo tocaban cuando llegaba a su creciente excitación, para su turbada conciencia una boca fantasma se perdía en su cuerpo, mientras manos enguantadas tomaban cuanto quisieran de su carne sin hartarse jamás.

Para cuando Flug se mordía parte de su mano cerrada acallando los sonidos un par de palabras cruzaban su imaginación. Un «Te amo» seguido de besos por todo su pecho lo llevaban al jadeo final, sintiendo su propia mano manchada. Tomaba un par de toallitas de papel limpiándose y tirándolas a la basura.

Se levantaba y cambiaba su ropa por su habitual pijama y cuando veía el desorden de sábanas que había provocado, comenzaba el pinchazo de culpa.

Se acostaba y pese al agotamiento físico nunca dormía del todo. Las lágrimas entonces acudían a sus ojos, y callaba sus sollozos como antes había acallado sus gemidos.

Se sentía tan sucio y tan poca cosa. Se sentía horrible, jodidamente tóxico.

Recordaba sus torpezas y cada uno de sus defectos, lloraba por su situación. Lloraba en la leche derramada que eran sus emociones desbordadas.

Enamorado de su jefe, aún cuando no tenía tan siquiera un poco de aprecio por sí mismo.

Escudándose en un ego que caería en cualquier momento para que nadie notara su desgarradora inseguridad.

Tan pequeño ante el mundo, avergonzado de su propia existencia. Mientras lloraba a veces pensaba en pedir disculpas a cada persona que lo había visto.

Cubría su rostro y bañaba sus manos en lágrimas. No quería que nadie lo viera, que nadie notara sus cicatrices, su falta de altura, su cuerpo escuálido, su falta de masculinidad.

Patético.

Tan patético que dolía.

Recostado, miró la pared y supo que esa noche no sería diferente.

Después de todo un poco de amabilidad no podía curar las heridas que por años había infringido a su amor propio. Era necesario mucho más que aprecio para levantar los pedazos rotos de su autoestima.

Over estimated - PaperHatWhere stories live. Discover now