Parte 1. Vera

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Son más de las dos de la madrugada y todo es silencio a mi alrededor. Las calles están vacías, a excepción de algún solitario coche que recorre la carretera alumbrando intensamente las aceras, y el aire transporta una brisa con olor a pino fresco que me eriza la piel. Los únicos sonidos que llegan a mis oídos son el canto de los grillos, la estática de algún televisor que se ha quedado encendido mientras su público se ha dormido frente a él y el frufrú de las bolsas de plástico que vuelan cerca del suelo, empujadas por el viento. Es una noche clara, tranquila y perfecta.

Si te dijera que no estás completamente sola en tu habitación en este mismo instante, ¿me creerías? Dime, ¿qué harías? ¿Tendrías miedo? ¿Saldrías corriendo?

Es tan fácil introducirme en tu habitación sin que te despiertes que a veces resulta insultante. Quiero decir, al menos podrías removerte en la cama mientras yo cruzo sobre el alféizar de tu ventana, apartando los visillos que se empeñan en ondear al son de la brisa. Pero no te mueves. Nunca lo haces. Sigues durmiendo como si el peligro no acechase en cada rincón. Es en este preciso rincón en el que, una noche más, me siento encogiendo las piernas y te observo dormir.

Mi nombre es Erika. O eso creo. No recuerdo mucho de cuando estaba viva. Apenas esas cinco letras que no dicen absolutamente nada acerca de cómo era mi vida. Si tenía padres, hermanos, amigos, un perro fiel esperando en la puerta de casa cada tarde al llegar del instituto o tal vez un novio. Nada a excepción de mi ridículo nombre. Sin embargo, recuerdo todo sobre el mundo que me rodea. Qué es cada cosa, cómo funcionan los aparatos y cuál es la manera en la se divierten los jóvenes. Nos divertimos, quiero decir.

Tú no lo sabes, pero nos parecemos bastante. Eres rubia igual que yo. Tu cuerpo y el mío tienen una fisonomía parecida, aunque tus ojos... ¡Oh! Tus ojos son espectaculares, Vera. He tenido que esforzarme mucho para verlos abiertos de par en par porque no, no puedo llegar hasta a ti cuando el sol todavía está en el horizonte. No tengo tanto poder aún y, sinceramente, espero no tenerlo nunca. Esto lo he de solucionar antes.

Desde la esquina de tu habitación en la que me escondo todas las noches a observarte, puedo adivinar el tipo de vida que llevas. Del espejo que reposa sobre la cómoda cuelgan varias fotos tuyas con tus amigas y con algún que otro chico. Se os ve muy felices a todos. Tan felices que dais asco. No sé si lo sabes, Vera, pero tú y yo tenemos la misma edad y yo estoy muerta y tú viva. ¿Por qué, Vera? ¿Quién decide quién puede seguir caminando en el mundo de los vivos y quién está condenado al purgatorio? La ropa que has llevado puesta durante el día reposa sobre una silla acolchada y forma un montón junto a otras prendas que no has tenido a bien llevar al cuarto de la colada. Eres una mimada, Vera. Supongo que tu madre vendrá a limpiar tu habitación una vez a la semana porque la porquería no se acumula, y tú no tienes pinta de andar ordenando tus propias cosas. Una pila de libros se esparce sobre el escritorio pero está punto de caerse, como si le hubieras dado un manotazo para colocar tu ordenador sobre la mesa en el lugar que antes ocupaban ellos. Si les doy un golpecito puede ser que se vayan al suelo y formen un buen escándalo. Sería divertido.

Vera, no estoy aquí para asustarte, aunque si yo fuera tú, estaría asustada. Muy asustada. Pero es verdad que necesito probarme a mí misma si de verdad creo que voy a ser capaz de hacer esto. Porque de lo contrario no saldré del purgatorio. Mira, Vera, no hay luz brillante ni túnel blanco ni nada por el estilo, ¿sabes? Solo hay oscuridad y una voz que se te mete en la cabeza y te grita y te dice que camines sin parar. Y entonces llegas al purgatorio que es un lugar lleno de imbéciles muertos que no tienen a dónde ir porque no son lo suficientemente buenos como para ascender hasta el Cielo ni han hecho nada demasiado cruel como para quemarse en el Infierno. Solo te quedas ahí, sin saber qué hacer, y si eres una don nadie como yo, te permiten volver a la Tierra solo por las noches. Pero, Vera, escúchame: hay una manera de regresar aquí y tener una segunda oportunidad.

Voy a empujar tus libros para probarme a mí misma que puedo hacerlo. Espero que no te mueras del susto porque entonces no me servirás de nada y tendré que empezar la búsqueda de nuevo. Un pequeño golpecito y...

―¡¿Qué pasa?! ¡¿Quién anda ahí?!

Te has despertado de sopetón, como era de esperar y estás temblando en mitad de la oscuridad como si tuvieras cinco años. Miras hacia donde estoy yo pero no me ves. No estás segura de qué ha producido el ruido, pero al parecer la luz de la calle es suficiente como para que veas los libros esparcidos por el suelo una vez tus pupilas se han acostumbrado al tenue ambiente. Resoplas aliviada. Habrás llegado a alguna conclusión lógica que, para que lo sepas, es errónea.

Te levantas, te atusas la melena rubia que espero que dentro de poco sea mía, y te acercas a mí. Bueno a mí no; a los libros esparcidos por el suelo.

―Maldita sea... ―mascullas mientras los recoges.

Estoy tan cerca de ti que podría tocarte. En el caso de ser corpórea, quiero decir. No lo soy así que me acerco más y más, solo para comprobar si soy capaz de producir alguna sensación en ti. Mi cara y la tuya podrían tocarse y tú ni te enteras, Vera. Qué inocente eres... Te soplo en la nuca y te estremeces. Te vuelves hacia la ventana y tu mirada pasa a través de mi cuerpo traslúcido.

―Estoy aquí, Vera.

Me rio cuando leo en tu rostro lo que estás pensando... Quieres creer que los libros estaban mal puestos y que no tienen nada que ver con que haya un espíritu rondándote en tu propia habitación. Sigue creyéndolo, Vera. Me haces un favor.

―¿Va todo bien?

Esa es tu madre. Habrá escuchado el estruendo desde su habitación porque supongo que tiene un oído más fino que el tuyo. Es más lista. Por eso no lo voy a intentar con ella.

―Todo bien, mamá.

Tu madre abre la puerta igualmente y prende la luz cegándonos a ambas. Yo me escondo en una esquina aunque sé que no puede verme.

―Se han caído por el viento supongo ―dices.

―Los libros no se caen por el viento.

¿Ves como tu madre es más lista que tú?

―Trata de tener las cosas más ordenadas, cielo.

Tú asientes porque son las dos de la mañana y no quieres discutir. Y cuando ella sale y cierra la puerta, fijas tus ojos en mi esquina.

No puedes verme, Vera. No puedes, ¿entiendes?


Erika desde el más allá (Completa)Where stories live. Discover now