Parte 5. Vera

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A diferencia de otras almas a las que he conocido, yo todavía no he perdido la noción del tiempo. Hoy es viernes y algunos de vosotros estáis despiertos más tiempo del habitual lo que me aporta unas horas extras para conoceros y estudiar vuestros hábitos. Si voy a ocupar vuestro cuerpo, tengo que saber qué momento es el más adecuado para propiciar vuestra muerte. No me lo tengáis en cuenta; es parte del ciclo del universo, yo no he hecho las normas.

Tú, Vera, estás saliendo por la puerta de tu casa en el momento en el que aterrizo en la Tierra. Estás preciosa, todo hay que decirlo. Tu pelo brilla como nunca bajo las luces de las farolas y los vaqueros ajustados y las botas de tacón te dan un aspecto desenfadado y a la vez elegante. Me va a encantar usar tu ropa.

―No vuelvas tarde ―te dice tu madre al despedirte bajo el dintel. Tú le das un beso en la mejilla y le prometes que así será. Eres una buena chica, Vera. Tal vez mimada, pero no pareces la típica mala pécora que se dedica a hostigar a sus compañeros de instituto solo porque está buena y los otros no. Espero no equivocarme contigo, Vera, más que nada porque cuando tu cuerpo sea mío, me gustaría tener algunos amigos con los que salir de fiesta por ahí, igual que estás haciendo tú ahora mismo.

Te sigo a través de las calles oscuras. Te seguimos, en realidad, porque Dalia viene conmigo, como es habitual. Ella está en silencio lo que agradezco infinitamente porque quiero concentrarme en ti, Vera, y el parloteo constante de Dalia me pone enferma.

―¿Cómo vas a matarla si no eres capaz de coger objetos? ―me susurra al oído.

Maldita Dalia.

―¡Cállate, si no quieres que encuentre la manera de deshacerme de ti antes que de ella!

No me juzgues por eso, Vera. De verdad que tú harías lo mismo si tuvieras que aguantar a Dalia durante toda la eternidad.

Pasamos frente a una casa de ladrillo rojo en donde te detienes para llamar al timbre. Al poco, una de tus amigas, de esas que están en las fotos de tu habitación posando a la cámara como si fuerais las chicas más guays sobre la faz de la Tierra, aparece tan emperifollada como lo estás tú. Os abrazáis, os dais un beso fugaz en la boca a modo de saludo, y os lanzáis a las calles dando saltitos mientras habláis muy animadas de cosas que no logro entender.

―¿Por qué están tan contentas? ―pregunta Dalia.

―¿Lo dices en serio? Es fin de semana, son jóvenes y están vivas.

Dalia me mira como si no entendiera nada de lo que le estoy diciendo y entonces comprendo que realmente debe de llevar muerta mucho tiempo como para no comprender la alegría que tu amiga y tú derrocháis por las calles. Intento olvidarme de Dalia porque la que realmente me interesa eres tú, Vera, y te sigo hasta la Plaza Mayor cuando, de repente, el sonido taladrante de una ambulancia llena el espacio.

―¿Qué está pasando? ―preguntas cuando el vehículo se detiene al girar la calle. Hay un buen número de curiosos congregados alrededor y un policía hablando por radio.

―Vamos, apártense. Hagan sitio ―le oímos decir. Y entonces te sigo, Vera, a ti y a tu amiga, cuando la curiosidad os vence y vosotras mismas os acercáis para ver qué ha sucedido. No hay que ser muy listo para atar cabos: hay sangre en el suelo, un hombre de mediana edad esposado y tumbado boca abajo en el suelo y su víctima, moribunda, a los que los médicos de la ambulancia tratan de estabilizar.

―Oh, Dios mío ―dices.

Dios mío... Dios no es tuyo, Vera. Ni tuyo ni de nadie. Dios no va a elegirte a ti para que asciendas al Paraíso, vete haciendo a la idea porque son bien pocos los escogidos.

Entonces sucede algo que no esperaba. Una tercera alma errante aparece en escena y está riendo a carcajadas. Cruzo la mirada con Dalia porque no entiendo nada, Vera. Solo sé que no quiero que esa alma se te acerque. Dalia no tiene pinta de saber por qué ríe de manera tan escandalosa pero, cuando salta dentro del cuerpo del moribundo, lo entendemos todo.

―¿Ha hecho lo que creo que ha hecho? ―pregunto en voz alta.

Dalia asiente, más pálida de lo que nunca ha estado, si es que eso es posible en alguien que carece de riego sanguíneo, y casi de inmediato, uno de los médicos comienza a gritar, advirtiendo al resto de que el hombre da señales de vida.

―¿Dónde está el alma original del cuerpo? ―vuelvo a preguntar. Y una vez más, Dalia se encoge de hombros.

Me he quedado absorta, Vera, y tú te has marchado hacia algún lugar del que no sé más que el nombre. Estoy tan impactada por lo que acabo de ver y a la vez tan enfadada por haberte perdido de vista que decido marchar a encontrar a Lucas.


Erika desde el más allá (Completa)Where stories live. Discover now