Parte 8. Lucas

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¿Dónde estás, Lucas? ¿Dónde te has metido? Siento informarte de que estoy muy enfadada porque acabo de perder a Leah y a la vez, sé que soy lo suficientemente fuerte como para acabar contigo. Ya ni siquiera lo siento, Lucas, porque tú te has pasado la noche hablando de esa chica que no te hace ni caso mientras yo permanezco en este lado, muerta. Maldita sea, ¡muerta!

No quiero estar muerta, así que deambulo por las calles buscándote. No eres el tipo de persona que se mete en un local a bailar o a tomar algo por las noches. Eres más bien de los que deambulan por los parques. Pero te has ido de tu casa muy asustado y algo borracho. No sé que estará pasando por tu cabeza, Lucas...

―Está en el lago ―dice Dalia con total seguridad. Me gustaría preguntarle por qué no tiene dudas al respecto pero no tengo tiempo y ya he mirado en todas partes; no pierdo nada por hacerle caso.

El lago es una masa oscura y extensa, tan apacible que parece mentira que pueda ser el escenario de la muerte de cualquiera. Pero, vamos, Lucas, tanto tú como yo sabemos que la gente se ahoga. Y tú has bebido más cervezas de las que deberías.

―Me dijo que la llamara. ―Tu voz se escucha a través de los árboles y yo la sigo como si de un perrito faldero se tratase―. Y cuando por fin me encuentro con ella, estaba besando a otro.

Sigues lamentándote por la infidelidad de tu novia. O lo que sea que fuera.

―Es una tía popular, colega ―te dice Andrei, supongo que tratando de consolarte. Le da una larga calada a su cigarro y luego te lo ofrece. Tú no vacilas al tomarlo ni tampoco al despachar el contenido de otra lata sobre tu estómago.

Te levantas y lanzas la lata al vacío. Te mojas los pies sin ni siquiera quitarte los zapatos y le gritas al viento palabras de frustración y desamor.

―¿Vas a hacerlo? ―me pregunta Dalia. Como si tuviera oportunidad de dudar.

―No voy a tener ocasión mejor que esta.

―Eh, Lucas, para. No te metas ahí ―te aconseja Andrei. Chico listo. Por descontado, no le haces caso.

―¿Por qué? ¿A quién le importa? ¿Crees que me voy a ahogar?

―Estás borracho, tío.

Entonces pataleas en el agua, se la lanzas a Andrei solo para incordiarle y blasfemas. Odias la vida, Lucas, en estos instantes. Lo cual es genial porque estoy a punto de arrebatártela.

―Venga, sal de ahí ―insiste Andrei.

―Que te den... ¿Es que ahora eres mi madre?

Te quitas la camiseta y por un momento pierdes el equilibrio. La noche es demasiado fresca como para darse un baño pero supongo que tu estado ebrio te impide darte cuenta.

Más fácil para mí.

Introduces todo tu cuerpo en el agua y yo, Lucas, voy detrás de ti. Casi noto el frío en los pies. En las piernas. En los muslos. Comienzas a nadar y yo me sumerjo en el agua. Te rodeo con una soltura que nunca tuve en vida. El cabello danza al son del vaivén de las olas y sé que te estoy persiguiendo como el cazador a la presa. Eres mío, Lucas. Has sido demasiado imprudente. Las ramas de la vegetación cercana se enredan entre tus piernas y tú ni siquiera te das cuenta. Saco la cabeza del agua porque quiero mirarte a los ojos por última vez. Estás borracho, Lucas, pero aun así puedes sentirme porque has dejado de nadar y miras alrededor, confuso.

―Estoy aquí ―susurro mientras tomo tu rostro entre mis manos. Sé que me has oído. Tenemos esa conexión.

Te toco el pelo mientras te abrazo con mi cuerpo espectral. Te estremeces, pero no de frío. Me separo un poco para mirarte una última vez y entonces apoyo las manos en tus hombros y te obligo a sumergir la cabeza en el agua. Me veo a mí misma bajo la superficie pataleando y forcejeando contigo. Estás débil y no coordinas los movimientos por lo que debería ser más fácil para mí acabar con tu vida. Pero, oh, Lucas, no sé de dónde sacas la energía para revolverte mientras yo tiro de tu cuerpo con fuerza; me aferro a tus piernas, a tus brazos, a tu cuello. Tú me empujas con firmeza, me apartas de ti, tratas de dar bocanadas de aire. Y entonces ya no estamos solos. Alguien grita. Es Andrei, que es tan idiota que se ha lanzado al lago a por ti. Yo ya no sé qué está pasando pero no quiero dejarte marchar, así que forcejeo contigo, con Andrei, yo qué sé... Solo quiero que te hundas de una maldita vez y que tus pulmones se queden sin aire. ¿Dónde está Dalia cuando se la necesita?

Estamos cerca de la orilla cuando al fin dejas de luchar. Asomo la cabeza sobre la superficie del agua y escucho chillidos de terror. Lágrimas. Gritos de auxilio. Un cuerpo flota inerte y el cascarón comienza a romperse dando paso al nacimiento de una nueva alma. Igual que con Leah.

―No es él ―dice Dalia, que lo observa sin mojarse los pies.

―¿Cómo?

Y entonces lo veo, Lucas. No eres tú el que está muerto, sino Andrei. No eres tú el que está emergiendo desde su viejo cascarón mortal, sino él. Y no es tu cuerpo el que puedo ocupar, sino el suyo.

Tú gritas y gritas, y aúllas al viento. ¡Calla de una vez! Esto no debería haber sucedido así. Él no tendría que estar muerto porque él no me sirve.

El espíritu de Andrei se precipita sobre la arena mojada, débil y confundido. No tengo tiempo de ocuparme de él. Estoy cada vez más enfadada; tanto, que soy incapaz de contener la ira, casi como le ocurrió a Dalia hace unas horas en tu habitación, Lucas. Tal vez me esté volviendo loca o quizá solo sea el proceso normal de un Alma Errante.

Y lo que sucede a continuación no tiene ningún sentido, Lucas. Dalia salta y se introduce en el cuerpo de tu amigo dispuesta a ocupar su lugar en el mundo de los vivos.

―¡No, no, no! ―grito, por instinto. Andrei no es un candidato, al menos, que yo sepa. No ha escapado de la muerte en varias ocasiones como tú, Lucas, y Dalia está cometiendo un error.

Y al parecer los errores en muerte se pagan de manera inmediata, porque Dalia es expulsada del cuerpo de Andrei tan rápido como ha entrado, y ella chilla y llora y se retuerce como si se estuviera quemando viva. La Tierra se abre frente a nosotros y Dalia se desgarra la voz implorando piedad. Pero no hay clemencia para el que se salta las normas en esta dimensión. Las llamas del infierno asoman a través del agujero y un rugido amenazador llena el ambiente, logrando que los animales cercanos se alboroten y huyan. Tú ni siquiera te das cuenta cuando Dalia es succionada hacia el averno porque sigues llorando sobre el cuerpo inerte de tu amigo, Lucas. Y yo... Yo sé perfectamente lo que tengo que hacer.


Erika desde el más allá (Completa)Where stories live. Discover now