Parte 7. Leah

36 6 2
                                    


―¿A dónde vas tan deprisa? ―me grita Dalia desde la otra punta de la calle. Parece que ya se le ha pasado el ataque de ira y ahora su cara vuelve a estar relajada y tan inexpresiva como siempre.

―A ningún sitio que a ti te importe. ―Me vuelvo a mirarla porque, en realidad, necesito explicaciones―. ¿Se puede saber qué te ha pasado?

Ella se encoge de hombros. No sabe qué contestar o no quiere hacerlo lo que me enfurece aún más. Tengo que hacer algo, Leah. Y tengo que hacerlo ya. Lo siento por ti, pero vas a ser mi conejillo de indias. Voy a comprobar que soy capaz de acabar con una vida humana y que, tal y como acabo de ver esta noche, otra alma puede ocupar tu lugar.

Cuando llegamos a tu casa, todas las luces están apagadas. Es tarde para que una niña como tú esté despierta aún, teniendo en cuenta que duermes con tu hermana y tus padres deben de estar demasiado agotados como para hacer vida matrimonial. Eso espero, Leah, porque voy a matarte y no quiero interrupciones.

―¿Qué haces, Erika?

Parece que Dalia no me creía capaz de hacerlo pero aquí estoy, rebuscando en tu habitación por un cojín lo suficientemente grande como para poder asfixiarte con él. El resto de Almas Errantes que habitualmente deambulan por tu casa se han congregado en tu habitación esta noche. Supongo que tiene mucho que ver con que yo esté dispuesta a matarte. Tal vez la muerte sea algo que flote en el ambiente o quizá son más listas de lo que yo pensaba y aún conservan algo de intuición. Sea como sea, permanecen cerca de las paredes, observando cada uno de mis movimientos.

He encontrado un cojín. Trato de sostenerlo con ambas manos y lo noto como el agua corriendo a través de ellas. Sé que en cualquier momento podría escurrirse y que no podría hacer nada para retenerlo. Tengo que actuar con rapidez, Leah.

―¿Vas a hacerlo ahora? ―titubea Dalia.

Pero yo no la miro a ella. Solo a ti. A tu cabello revuelto cubriendo la almohada y tu aspecto infantil rodeado de peluches de colores.

Voy a hacerlo.

Ya.

Te tapo la cara y trato de presionar. No sé cómo se hace, en realidad. Solo lo he visto en las películas. Ni siquiera sé si funcionará o solo servirá para darte un susto de muerte. Nunca mejor dicho. El resto de almas se acercan. Forman un círculo alrededor de nosotras y se inclinan para no perderse el espectáculo. Lo siento, Leah, no me gusta que sea así, pero no puedo hacer nada para que se marchen de aquí. No cuando estoy concentrada en cortar el flujo de aire que corre hasta tus pulmones mientras tú no dejas de retorcerte bajo el cojín, soltando agudos gemidos que amenazan con despertar a tu hermana.

―Más fuerte ―dice Dalia―. Tienes que apretar más.

―No puedo ―gruño.

Entonces Dalia apoya ambas manos sobre el cojín y presiona con todas sus fuerzas. Puedo notarlo, Leah. Está ejerciendo toda su fuerza que es más de la que yo hubiera imaginado y su rostro se ha desfigurado de nuevo. Dalia está disfrutando con esto...

Te remueves bajo el abrazo de la muerte, Leah, pero cada vez menos. Y Dalia y yo esperamos pacientemente a que te mueras de una maldita vez, niña endiablada, porque eres más resistente de lo que cabía esperar. Pero el momento llega, Leah, y tu cuerpo deja de moverse.

―¿Está muerta? ―pregunto.

Dalia retira el cojín y asiente, con la sombra de la culpabilidad pintando su rostro. Es en ese momento cuando tu alma reacciona y trata de llegar hasta el mundo de los muertos. Tu cuerpo se resquebraja como si de una cáscara de huevo se tratase pero solo en este plano. En el mundo de los vivos, sigues ahí, tumbada en la cama. Muerta, pero todavía caliente. Tu espíritu se abre paso y cae de rodillas sobre el suelo, entre jadeos y llantos, rodeado de unas viscosidades que no recuerdo haber visto nunca. Es la primera vez que observo cómo un alma llega al mundo de los muertos. Cómo renace en esta dimensión. Y no es agradable.

―Siete minutos ―me recuerda Dalia, extrayéndome del asombro.

Tiene razón, Leah. Siento no tener ni un poco de deferencia contigo ni con el momento de tu muerte, pero si no actúo con rapidez, tu cuerpo dejará de ser funcional y yo perderé mi oportunidad. Solo tienes catorce años... Un poco joven para mi gusto, pero no tengo elección...

Estoy acercándome un poco más a ti, cuando las Almas Errantes de tu habitación comienzan a ulular como si fueran aves nocturnas. Me empujan cuando intentan alcanzar tu cuerpo con sus manos etéreas y en un momento de confusión, una de ellas se introduce en tu cuerpo y tú sueltas una bocana de aire y comienzas a gritar de dolor.

―¡No, no, no! ―grito, enfurecida.

No puedo creer que me hayan robado tu cuerpo, Leah. Las luces de la casa se encienden a medida que tus padres escuchan tus gritos de agonía. Más bien los gritos de tu cuerpo que está aceptando una nueva alma en su interior. ¡Maldita sea! Tú permaneces en el suelo, de rodillas, y miras atónita tu cuerpo. Supongo que estás confundida y asustada, pero ¿sabes qué? Lo mejor que puedes hacer es marchar hacia el purgatorio. No creo que te haga ningún bien observar cómo tu hermana se ha levantado y llora agarrada a tus sábanas porque no sabe qué te pasa ni cómo puede ayudarte.

Y es que no puede, Leah. Nadie puede.

―¡Márchate! ―te grito con todas mis fuerzas. Te cojo del brazo y te llevo hasta la ventana―. ¡Vete de una vez!

Tú obedeces aterrorizada. Saltas por la ventana y no te vuelvo a ver. He perdido una oportunidad.


Erika desde el más allá (Completa)Where stories live. Discover now