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Tienes la maldad en la sangre y el cielo en la mirada

《 Tienes la maldad en la sangre y el cielo en la mirada 》

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Santa mierda. Lo único que atine a hacer fue cubrirme los oídos, cerrar los ojos y esperar la muerte. Dos rugidos le siguieron al primer estruendo. Nunca en mi vida había escuchado el sonido de una pistola en vivo y en directo y el simple rugir lograba que el estómago se me revolviera y la bilis subiera hasta mi garganta. El miedo se apodero de mi sistema y el pánico pareció ahogarme.

Abrí mis ojos mirando hacía el centro. El Matías estaba apuntando con una pistola hacía el piso y los dos hombres estaban allí. Uno de ellos rugía de dolor sujetándose una pierna que claramente sangraba y el otro estaba inconsciente. El castaño mantenía la mandíbula sumamente apretada y su mano ni siquiera vacilaba. Claramente estaba cegado en rabia y rencor. Luego de unos segundos, miro hacía mí y sus ojos se abrieron como platos al verme fuera del auto. Corrió hacía mi cuerpo y me levanto del suelo.

—¿Qué mierda haces fuera del auto, Samantha? ¡Te dije que te quedaras adentro! —me gritó, tanteando mis brazos e inspeccionando mi rostro.

Mi pecho subía y bajaba de forma frenética.

Conchetumare, conchetumare y conchetumare. ¡ESTA MIERDA JODIDAMENTE ESTABA PASANDO! Mi puta vida se había convertido en una locura. Dos hombres estaban heridos, uno de ellos quizás muerto y yo estaba en los brazos del causante de eso.

Sacudí mis brazos, echándome hacía atrás.

—¡¿Qué cresta, Matías?! ¿Qué chucha es todo esto? ¿Está muerto? Oh mierda, mierda, mierda. —negué repetidas veces, tapándome la boca. —NO PUEDO CREER ESTA HUEA. Sí eres lo que pensaba. Yo... Yo... Yo... oh santa mierda —rugí sujetándome del auto para no perder el equilibrio, intentando acercarme a los hombres. El Matías me sujeta del estómago y me empuja hacía el coche de nuevo.

—¡Cálmate! ¡Era nuestra cabeza o la de ellos! ¡Ellos venían a matarme por la chucha! No hubiesen dudado en ponerte una bala en la cabeza. —me dice de forma apresurada.

Temblé.

—¡Esto es horrible, hueón! ¡Tienen heridas! ¡Déjame ayudarlos! Yo...

Abrió la puerta del auto sujetándome el brazo.

—¡No! Vamos a salir de aquí. Ahora. Sino salimos estaremos muertos.

Me zafé bruscamente empujándolo del pecho.

—¿Qué? No, Matías. Hay que ayudarlos y...

Cerro sus ojos, suspirando.

—Samantha, súbete al auto.

En menos de dos segundos me toma de las caderas y me sube como si pesara menos que un peluche. Me zarandeo, luchando. Pero le pone seguro a las puertas y partimos. Las lágrimas se acumulan en mis ojos y solo puedo agarrarme la cabeza, mientras debato todo lo que ha pasado.

UN HUEÓN PELIGROSO (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora