19. El mismo punto de partida

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—¡Helga! ¿A dónde vas? ¡Vuelve a la cama!

—Tssss, ¡cállate, Álex! Que como mamá y papá nos oigan van a descubrirnos.

—¿Pero a dónde vas?

—A espiarles. Sé que están hablando de mí, ¿qué te crees?

—Pero Helga, eso no está bien. Además, seguro que están hablando cosas de mayores.

—¿Y es que acaso con siete años no soy mayor? ¡Que ya no tengo cinco!

—Pues yo no quiero ser mayor todavía. Mira a Emma, tiene que sacar la basura, secar los platos, barrer la cocina...

—Ah, no. Yo eso no.

—Pues entonces te quedas en la cama como yo, carota. No está bien espiar.

—Ñah, ñah, ñah... ¿Desde cuándo le quieres quitar el título a doña Perfecta?

—¡Helga!

—¡Hala! ¡Lo has conseguido! ¡Ya vienen mamá y papá! ¡Tonto!

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(Helga)

Pensé que el peor día de mi vida había sido aquel en el que había visto a mamá con el indeseable, pero nunca puedes saber lo que el futuro te tiene preparado. ¿Hasta dónde tendría que llegar?

Cuando escuché aquella pregunta en la radio no pensé. Reaccioné de manera instintiva. Solo quería salir corriendo de allí, huir. Y, sobre todo, alejarme de mamá, porque ella me recordaba dolorosamente a él, por quien había renunciado a tantas cosas.

Salí del edificio como alma que lleva al diablo, tratando de evitar las lágrimas. Y, cuando por fin había conseguido pararme, me había sentido perdida, desorientada, sin saber adónde ir. Me había sentado en un banco, tratando de ordenar mis pensamientos. No quería volver a casa, porque allí estaría mamá y, con ella, el recuerdo del indeseable. Pero sí quería estar en casa, en una donde yo todavía era feliz y disfrutaba de la música.

Por un momento había pensado en la yaya, pero ella seguro que habría avisado a papá... Entonces me había acordado del despacho de Suebre Music. Y lo demás había sido bastante fácil: le había pedido a un ejecutivo de estos que van siempre ocupados en el móvil que me buscara la dirección de la discográfica, que, por suerte, salía en internet para que fuera fácil de localizar. Luego le había pedido a una señora que me diera dinero para el metro, porque me había olvidado la mochila, y por supuesto que lo había hecho. Después colarme en Suebre Music había sido pan comido; esperaba que papá lo supiera, de cara a los ladrones...

Sin embargo, una vez que habían cerrado y todo se había quedado a oscuras, los fantasmas habían empezado a acecharme.

Helga, Helga... Queremos tu música...

"Yo no hago música. Yo hago teatro y solo teatro. ¡Dejadme en paz!".

¿Estaría soñando? Quería gritarle a las voces de mi cabeza, pero ellas no se marchaban.

Mentira... Mentira... Mentira...

Me había escondido debajo de la mesa. Quizás allí no me encontrarían. ¿Qué iba a hacer ahora? Estaba allí encerrada, sola... Y entonces había oído la voz conocida: papá había venido a por mí.

Creo que nunca me había abrazado tan fuerte a nadie ni había llorado con tanta intensidad. Pero papá también quería llevarme de vuelta a casa, con mamá, y yo no tenía fuerzas para oponerme. Al menos, el ver a Emma y Álex, e incluso a la propia mamá, después de lo sola y perdida que había estado toda la tarde, hizo que, por un momento, me olvidara de todo lo demás. Y me dormí sintiéndome protegida entre los brazos de papá, donde también me desperté.

Una voz compartidaWhere stories live. Discover now