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El estar casados no cambió para nada su rutina.

Izuku continuó arreglando la casa y pintando... y Katsuki continuó trabajando para luego volver y sentarse a comer junto a su pareja. El ambiente entre ellos había perdido gran parte de la tensión inicial que les rodeaba cuando platicaban en sus primeros días de simples conocidos, y el peliverde no podía estar más contento por ello. Sentía que ahora era más fácil comunicarse con Katsuki, y también se había dado cuenta de que incluso el rubio parecía más relajado y tranquilo estando a su lado, como si se hubiera sacado un peso de encima y su mente ya no lo torturara constantemente con pensamientos contradictorios.

Las noches también se habían vuelto más cálidas para Izuku. Ahora no dormía sufriendo el frío nocturno habitual, sino que se encontraba constantemente esperando a que el sol se ocultara para así poder dormir entre los cálidos y protectores brazos de Katsuki. Siempre se acostaban dándose la espalda, pero Izuku sabía que el rubio se hacía el dormido cuando, a media noche, rodaba perezosamente hacia él para abrazarlo desde atrás. Le gustaba sonreír en silencio cuando a la mañana siguiente le comentaba a Katsuki sobre ese abrazo... y éste se hacía el desentendido diciendo que no tenía la menor idea de lo que hablaba.

Cuando el abrazo nocturno del rubio no llegaba, Izuku simplemente tenía que ser quien se acercara hacia el cuerpo contrario. Bakugo tampoco rechazaba nunca uno de sus abrazos y aquello le hacía sentir muy feliz.

Al llegar el invierno otra vez, ambos se propusieron retomar el pequeño negocio de tarjetas que habían comenzado hacía varios meses, pero esta vez con pinturas de mayor tamaño. Izuku se había vuelto conocido en el pueblo por sus tarjetas y por estar emparejado con "el imposible y explosivo Bakugo" al que muchos temían desde la distancia. Fue por ello que cuando anunciaron que venderían pinturas en su casa, no tardaron en recibir clientes curiosos.

-Maldito nerd.- se quejaba Katsuki cuando la cabeza de brócoli que tenía por esposo no le hacía caso sobre cómo colocar el cartel que decía "Pinturas a la Venta".- Ponlo del otro lado.

Vio ceñudo cómo Deku negaba con la cabeza desde el otro lado de la ventana. Para ese sabelotodo era muy fácil dar indicaciones estando dentro de la cálida casa, mientras que él se estaba malditamente congelando en el exterior nevado para decirle cómo se veía el cartel desde afuera.

-¡Está torcido, nerd de mierda!

-¿Y ahora?- escuchó que preguntaba la voz amortiguada de Deku por el cristal de la ventana que los separaba.

-No. Un poco a la izquierda. Ahí, ahí está bien.- Katsuki suspiró cuando finalmente el bendito cartel rodeado de flores quedó derecho y apoyado contra el vidrio. Ahora, quien viniera a comprarles sabría que tenía la dirección correcta al ver el cartel.

Quiso gruñir cuando vio la adorable cara pecosa de Izuku asomándose tras el cartel para sonreírle.

Para disimular que aquello había llenado de calidez su pecho, Katsuki desvió la mirada y decidió colocar una de las pinturas de Izuku que tenía en su mano desde el lado de afuera, justo en la corniza de la ventana, a un lado del cartel protegido por el vidrio.

-¡No lo claves!- exclamó el peliverde desde adentro, haciendo a Katsuki revolear los ojos.

-No lo haré. Sólo no quiero que se caiga.- masculló ceñudo, clavado sin fuerza con el reverso de su acha lo que sería el sostén del cuadro.

Cuando terminó volvió a elevar la mirada y se encontró con los grandes ojos verdes de Izuku viéndole tras el vidrio.

-Te estoy viendo, Kacchan.- dijo él, con un atisbo de sonrisa en su voz.

-Te veo también, Deku.- Katsuki golpeteó el vidrio dos veces justo donde la nariz pequeña de Izuku se veía, haciendo que éste sonriera ampliamente.

- Katsuki golpeteó el vidrio dos veces justo donde la nariz pequeña de Izuku se veía, haciendo que éste sonriera ampliamente

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-Deku- [Bakudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora