Cinco.

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Volví (sí, otra vez). Y  como una disculpa les traje salseo. Jijiji. 



Mi rutina vuelve y consigo se incrementan mis ganas de mandar todo a la Patagonia. De haber sabido que esto del amor iba a doler tanto estoy segura de que en ningún momento me hubiese siquiera planteado la idea de enamorarme de alguien, sobre todo de alguien tan fácil de amar: de alguien que supo conquistarme, me enamoró. De alguien que dijo que me amaba para luego tirarme al mar sin preguntarme si sabía nadar.

Suspiro por enésima vez en el día y continúo atendiendo las mesas. Es martes y hasta ahora son las cuatro de la tarde. El día parece no cooperar porque es como si supiera de mi estado de ánimo: no se ve el sol por ningún lado, las nubes decoran el cielo, está oscuro e incluso ya ha comenzado a llover. Los pedidos más solicitados van desde chocolate caliente hasta café con crema. Cuando le doy la orden de la mesa ocho a Emmett, tomo el trapeador y me dispongo a limpiar la entrada: el agua comienza a meterse por debajo de la puerta.

—Dios, este clima hace que quiera estar en cama todo el día viendo series —cuando dejo el trapeador en su lugar escucho a Jane quejarse—. ¿Quieres acompañarme atrás un momento?

—No sé si te diste cuenta pero está lloviendo.

—Lo sé, pero afuera hay un techo, por si tú tampoco te has dado cuenta.

Volteo a mirar a ambos lados. Bruce mira su teléfono, distraído, mientras que Abel acaba de salir del baño y se dispone a limpiar las mesas, de nuevo. No hay nada importante para hacer, solo hay tres mesas ocupadas y faltan tres horas para cerrar la cafetería. Escucho carraspear a Jane y cuando ella me levanta una ceja, asiento con la cabeza. Cruzamos la cocina ignorando la mirada interrogativa de Emmett y cuando estamos fuera, me siento en una de las sillas que están allí. Jane se sienta a mi lado, con cuidado de no mojarse y saca una cajetilla de cigarros del bolsillo de su delantal.

—Este ha sido el fin de semana más complicado del mes.

— ¿Del mes? —me río, negando con la cabeza. Ella enciende su cigarrillo con cuidado para que el viento no lo apague. Le da una calada y suspira, como si descansara—. ¿Mucho estrés?

Ella parece pensarlo un poco. El humo ya vuela sobre su cabeza y se confunde con las gotas de lluvia y la niebla. En poco tiempo la lluvia se ha tornado mucho más fuerte. Luego de unos segundos ella me voltea a ver.

—Parece que la que necesita un cigarro por tanto estrés eres tú.

Sonrío de medio lado.

—La verdad es que sí, pero últimamente están muy caros —levanto los hombros a forma de broma al mismo tiempo en el que ella sonríe y me pasa la cajetilla y el encendedor. Luego de tomarlos enciendo mi cigarrillo—. No he fumado desde hace un mes. El estrés de los exámenes me obliga a esto.

—Qué ironía, una estudiante de medicina que fuma. Vaya —se hace la sorprendida y yo pongo los ojos en blanco, a pesar de que sé que está bromeando porque cada vez que fumo cerca de ella, me lo dice.

Nos quedamos calladas unos segundos, le doy un par de caladas al cigarro y escucho a Jane suspirar. Antes de que le pregunte qué ocurre, ella habla.

— ¿Qué vas a hacer?

Esta vez que la suspira soy yo, de nuevo. Niego con la cabeza, sin saber qué responderle, a pesar de que sé exactamente de qué está hablando. Doy otra calada y suelto el aire por la boca hacia un lado.

—Si quieres que te sea completamente sincera, no tengo ni puta idea, Jane.

Ella me da una media sonrisa.

Lo que nunca te canté ; Shawn Mendes (Pruébalo parte 2)Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin