I- Canción del amanecer

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Los primeros rayos del sol iluminaron la multitud que se reunía en torno a los muros de la ciudad

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Los primeros rayos del sol iluminaron la multitud que se reunía en torno a los muros de la ciudad. Corazones que alguna vez fueron humanos; corazones que habitaban la Tierra, aun cuando se suponía que ya no debían hacerlo.

Simples corazones muertos que sufrían.

Eso es lo que Ágata le había dicho una vez, hacía mucho. Ahora, rodeado por sus alaridos y sus olores pútridos, él no sabía qué pensar.

—El amanecer está cerca —dijo el hombre, mientras escalaba los últimos metros de la pared—. Cuando las sombras desaparezcan, ellos vendrán.

Resbaló al dar otro paso, lo que casi lo envió al suelo, cinco metros abajo. Sujetó una viga con fuerza, apoyándose en ella para continuar su camino. Volteó una vez, a fin de asegurarse que las correas de su guitarra estuvieran amarradas.

No son los monstruos que todos dicen —Podía imaginar lo que Ágata diría sin pensarlo mucho—. Estoy segura que ellos sufren incluso más que los vivos.

—No son más que fantasmas existiendo a nuestro alrededor —suspiró—. Simples vestigios de los humanos que fueron alguna vez.

Mantenía un rostro indiferente, sus dedos ahora aferrados a la piedra. Miró el cielo una vez, antes de impulsarse del todo hacia arriba. La pared era apenas lo suficientemente ancha como para permanecer en pie. Colocó uno de sus pies, por fin irguiéndose en la única separación entre los vivos y los muertos.

Cuando los problemas iniciaron, Ágata y él huyeron con seis personas más. Un grupo numeroso dada la situación, pero que los ayudó a llegar hasta la zona protegida más cercana a ellos.

Ahora, solo quedaba uno vivo.

Los humanos planeaban huir hacia las islas del Pacífico, echados de sus hogares y raíces por los corazones muertos. Antes de hacerlo, sin embargo, lanzarían un último ataque aéreo, como una pequeña venganza hacia aquellos que destrozaron sus vidas. Volarían al amanecer, trayendo el fuego consigo.

El hombre tomó su guitarra, sentándose en el muro. Sus pies colgaron encima de miles de manos sangrientas y mutiladas, cuyos dueños hacían lo imposible por llegar hasta él. Se limitó a ver hacia el cielo rosa, tocando las cuerdas que ella había amado tanto.

Están muertos. ¿Crees que nos atacan porque quieren? ¿No es peor condenación el jamás poder descansar en paz?

Las notas musicales resonaron entre los jadeos, por fin llamando la atención de todos los presentes. Dejó que la inspiración fluyera, manteniendo su rostro serio en todo momento. Sintió las manos tomarle ambos tobillos.

Por fin, una figura llamó su atención, cuando el sol la iluminó. Él sonrió; ella chilló.

—Hacía mucho, me expresaste que lo que volvía a alguien humano era la esperanza y el consuelo —dijo, mirando a Ágata—. Que tal vez, los muertos todavía sentían.

Al fondo, los aviones aparecieron, directo a ellos. La guitarra no se detuvo.

—Y yo te prometí que nos veríamos en la siguiente vida.

Tocó de nuevo, con la esperanza de ser su consuelo.

—Que esta sea nuestra canción del amanecer.

Canciones de los muertosWhere stories live. Discover now