II- Canción del crepúsculo

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Los primeros rayos del sol iluminaron la multitud que se reunía en torno a los muros de la ciudad. Corazones que alguna vez fueron humanos, ahora habitando la Tierra cuando se suponía que ya no debían hacerlo.

Simples corazones muertos, sufriendo.

Eso es lo que Ágata le había dicho, hacía mucho. Ahora, rodeado por los alaridos y olores pútridos, no sabía qué pensar.

—El amanecer está cerca —dijo el hombre, escalando los últimos metros de la pared—. Cuando las sombras desaparezcan, ellos vendrán.

¡Ella quería que estuvieras a salvo! ¿Dejarás que su sacrificio haya sido en vano?gritó Elías por su radio. ¡Regresa!

No respondió. Resbaló al dar otro paso, por poco cayendo cinco metros. Sujetó una viga con fuerza, como apoyo para continuar su camino. Volteó una vez, asegurando las correas de su guitarra.

«No son los monstruos que todos dicen.» Podía imaginar lo que Ágata diría; «estoy segura que ellos sufren incluso más que los vivos.»

—Solo son fantasmas existiendo a nuestro alrededor —suspiró—. Simples vestigios de los humanos que fueron alguna vez.

Se aferró a la pared, el radio apagándose un instante. Miró el cielo una vez, antes de impulsarse del todo hacia arriba. Colocó uno de sus pies en ella, por muy angosta que fuera, irguiéndose en la única separación entre los vivos y los muertos.

Cuando los problemas iniciaron, Ágata y él huyeron con seis personas más. Un grupo numeroso dada la situación, pero que los ayudó a llegar hasta la zona protegida más cercana a ellos.

Ahora, solo vivía uno.

Los humanos huirían hacia las islas del Pacífico, echados de sus hogares y raíces por los corazones muertos. Antes de hacerlo, lanzarían un último ataque aéreo, como una pequeña venganza hacia aquellos que destrozaron sus vidas. Volarían al amanecer, trayendo el fuego consigo. Haim se lo había advertido.

El hombre se sentó y tomó su guitarra. Sus pies colgaron encima de miles de manos mutiladas tratando de llegar hasta él. Se limitó a ver el cielo rosa, tocando las cuerdas que ella había amado.

«Están muertos. ¿Crees que nos atacan porque quieren? ¿No es peor condenación jamás poder descansar en paz?»

Las notas musicales resonaron entre los jadeos de los muertos. Dejó que la inspiración fluyera, su rostro serio en todo momento, incluso cuando las manos se cerraron en torno a sus tobillos y jalaron.

En la distancia, los aviones avanzaban junto al amanecer. Por fin, una figura llamó su atención cuando el sol la iluminó. Él sonrió; ella chilló.

—Hacía mucho, me expresaste que lo que volvía a alguien humano era la esperanza y el consuelo, querida; que tal vez, los muertos todavía sentían.

¡Sal de ahí! Esa no es Ágata gritó Haim por su radio, los aviones más cerca—. ¡Déjala y vete!

—Esta canción acaba como el crepúsculo, pero prometí que nos veríamos en la siguiente vida.

¡Vete y vive por ella!

Tocó de nuevo, ignorando las sombras de los aeroplanos.

—Mañana, como nuestra canción del amanecer.

Canciones de los muertosWhere stories live. Discover now