III- Canción de la promesa

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Los primeros rayos del sol iluminaron la multitud en torno a los muros de la ciudad. Corazones que alguna vez fueron humanos, habitando la Tierra cuando se suponía que ya no debían hacerlo.

Simples corazones muertos.

Eso es lo que Ágata le había dicho, hacía mucho. Ahora, rodeado por los alaridos y olores pútridos, no sabía qué pensar.

—El amanecer está cerca —dijo el hombre, escalando los últimos metros de la pared—. Cuando las sombras desaparezcan, ellos vendrán.

—¡Ella quería que estuvieras a salvo! ¿Dejarás que su sacrificio haya sido en vano? —gritó Elías por su radio—. ¡Regresa!

No respondió. Resbaló al dar otro paso, casi cayendo cinco metros. Sujetó una viga con fuerza, como apoyo para continuar. Volteó una vez, asegurando las correas de su guitarra.

«No son los monstruos que todos dicen.» Podía imaginar lo que Ágata diría; «ellos sufren incluso más que los vivos.»

—Solo son fantasmas existiendo a nuestro alrededor —suspiró—. Simples vestigios de los humanos que fueron alguna vez.

Se aferró a la pared, el radio apagándose un instante. Miró el cielo, antes de impulsarse del todo hacia arriba. Colocó sus pies, aunque era angosto, irguiéndose en la única separación entre los vivos y los muertos.

Era extraño, pero aquel planeta desconocido parecía su nuevo hogar. Uno donde los recuerdos del pasado aún permanecían en la bruma del mañana.

Cuando iniciaron los problemas, Ágata y él huyeron con seis personas más. Un grupo numeroso dada la situación, que los ayudó a llegar hasta la zona protegida más cercana.

Ahora, solo vivía uno.

Los humanos huirían hacia las islas del Pacífico, echados de sus hogares y raíces. Antes de hacerlo, lanzarían un último ataque aéreo, como una venganza hacia aquellos que destrozaron sus vidas. Volarían al amanecer, trayendo el fuego consigo. Haim se lo había advertido.

El hombre se sentó y tomó su guitarra. Sus pies colgaron encima de miles de manos mutiladas. Se limitó a ver el cielo rosa, tocando las cuerdas que ella había amado.

«Están muertos. ¿Crees que nos atacan porque quieren? ¿No es peor condenación jamás poder descansar en paz?»

Las notas musicales resonaron entre los jadeos y sollozos. Su rostro se mantuvo serio, rememorando la promesa de ambos. Cerró los ojos cuando las manos jalaron sus tobillos.

«¿Quieres saber lo que anhelo? Cuando esto acabe, ¿tocarás la guitarra para mí?»

Su sueño, que siempre fue uno bello, se transformó en una pesadilla. Y todo era culpa de los muertos.

En la distancia, los aviones avanzaron junto al amanecer. Por fin, una figura bajo el sol llamó su atención. Él sonrió; ella chilló.

—Para ser humanos, necesitamos esperanza y consuelo. Eso me dijiste una vez. Que tal vez, los muertos aún sentían.

—¡Déjala y vete! Esa no es Ágata —gritó Haim por su radio, ahora volando más cerca.

—Nuestra promesa sigue en pie: nos veremos en la siguiente vida.

—¡Vete y vive por ella!

Tocó de nuevo, ignorando las sombras de los aeroplanos.

—Juntos, en nuestra canción del amanecer.

Canciones de los muertosWhere stories live. Discover now