V- Canción de los vivos

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Los primeros rayos del sol iluminaron el muro que me separaba de la multitud, humanos de antaño habitando la Tierra como simples corazones muertos

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Los primeros rayos del sol iluminaron el muro que me separaba de la multitud, humanos de antaño habitando la Tierra como simples corazones muertos.

Aquellos que, a pesar de todo, sufrían incluso más que nosotros.

Eso es lo que Ágata pensaba. Jamás le importaron sus alaridos u olores pútridos; su esperanza recaía en que podríamos ayudarlos, sin importar el costo.

—El amanecer está cerca —dije mientras escalaba los últimos metros—. Cuando las sombras desaparezcan, ellos vendrán.

—¡Ella quería que estuvieras a salvo! ¿Dejarás que su sacrificio fuera en vano? —gritó Elías por mi radio—. ¡Regresa!

No respondí. Resbalé con mi siguiente paso, sujetándome de lo primero que pude: una viga. De inmediato aseguré las correas de la guitarra descansando en mi espalda.

La voz de Ágata flotó por el ambiente, tan viva, tan preciosa:

«No son los monstruos que todos dicen. Nos necesitan.»

—Solo son fantasmas existiendo a nuestro alrededor —susurré—. Vestigios de los humanos que fueron alguna vez.

El radio se apagó en cuanto llegué al final de la pared. Miré el cielo lejano, antes de impulsarme del todo hacia arriba, en la única separación entre los vivos y muertos.

Era extraño, pero aquel planeta desconocido parecía su nuevo hogar. Uno donde los recuerdos del pasado permanecían en la bruma del mañana, dominado por cadáveres.

Cuando iniciaron los problemas, Ágata y yo huimos con seis personas más, a fin de llegar a la zona protegida más cercana.

Ahora, quedaba uno.

Los humanos lanzarían un último ataque aéreo hacia aquellos que destrozaron sus vidas, llevando el fuego del amanecer. Haim me advirtió de la locura que cometía al estar aquí, pero no me importó. Era para ella.

Sentándome tomé la guitarra, mis pies colgando encima de manos mutiladas. Con una mirada al cielo rosa, toqué las primeras cuerdas.

«¿Crees que nos atacan porque quieren? ¿No es peor condenación jamás poder descansar en paz?»

Oh, Ágata. ¿Habrías dicho lo mismo si hubieras sabido? ¿Querrías que cumpliera nuestra promesa?

La música resonó entre los jadeos y sollozos. Miré al horizonte, esperando así ignorar las manos alrededor de mis tobillos y los aviones avanzando.

«¿Quieres saber lo que anhelo? Cuando esto acabe, ¿tocarás la guitarra para mí?»

Su sueño, que siempre fue uno bello, se transformó en una pesadilla. Y todo era culpa de los muertos.

Entonces, la encontré. Le sonreí, como cuando nos conocimos.

—Una vez, me dijiste que para ser humanos, necesitábamos esperanza y consuelo. Que tal vez, los muertos aún sentían —susurré.

—¡Déjala y vete! Esa no es Ágata —dijo Haim por el radio de su avión.

—A pesar de todo, ¿lo harás? —respondí, aguardando.

O pasas tus días viviendo o muriendo. Yo decidí vivir cueste lo que cueste —dijo él—. Fue mi culpa que se alzaran; los maté y los mataré de nuevo.

Miré a Ágata, sonriendo.

—Te lo prometo, querida. Nos veremos en la siguiente vida.

—¡Vete y vive por ella!

Porque jamás la dejaría, no de nuevo.

—Juntos, como la canción del amanecer.

Canciones de los muertosWhere stories live. Discover now