El Kimono Rojo

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Como una sastre siempre tenía bastante trabajo arreglando kimonos y yukatas, e incluso creando los mismos mientras todos los miembros del pueblo me reconocían por mi trabajo. Todos, excepto él.
Mi amado esposo jamás reconocía mi esmero, cual me pagaba con su infidelidad. Yo sabía que no estaba paranoica, que él me era infiel y no con una, sino con uno. Así es, con un hombre.

Hace poco tiempo lo había descubierto, no entendía que era lo que le atraía de ese hombre, aunque debía de admitir que era hermoso y portaba aquellos rasgos finos como para su madura edad.

Ahora mismo me encontraba siguiendo a mi esposo, Shen, líder del Doujo Kinkou, mientras él era acompañado de aquel hombre.
Cabellos blancos, tez pálida, cabello blanco como cual lirio blanco, denotando un aire de virginidad. En su vestimenta portaba aquel hermoso kimono rojo, cual le sentaba muy bien.

Mis pensamientos se esfumaron y se concentraron en la actual risa que daba mi descarado esposo hacia ese hombre, contagiándole la risa, pero una muy leve la cual cubría con el dorso de su propia diestra. Parecía que mi Shen se sentía feliz a su lado.
No podía soportar esa escena, por lo cual rápidamente me aleje de allí para ir a trabajar en mi siguiente creación, un bello kimono.

Las horas pasaban, y mi marido no llegaba. De pronto la puerta de mi querida sastrería, cuan una vez fue de mi madre, había sido golpeada y abierta, haciendo sonar el tintineo de la campana para avisar la entrada de mi siguiente cliente.
Me giré con una sonrisa para ver quién era mi cliente, causando que mis ojos se abrieran como platos, observando al mismo hombre con el cual mi esposo me era infiel.

— Buenas Tardes - Saludó el ojirojo.

— Buenas Tardes estimado cliente, ¿en qué puedo ayudarlo? – Mencioné tratando de mantenerme cortes ante ese.

— Vengo a pedir un kimono para alguien muy allegado para mí, un kimono azul. — Pidió mientras podía sentir como estaba distraído por la apariencia rustica y antigua de mi sastrería.

No lo soporte...
Vi cómo se giró dándome la espalda, tomé mis tijeras fuertemente.

(...)

El hombre se había ido, todo estaba desarreglado en mi sastrería, pero no importaba, ahora me encontraba ocupada arreglando el kimono rojo para crear una sorpresa a mi querido esposo.

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