29. Sana y pura

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Cuando mis pies volvieron a tocar el suelo estaba en el interior de algún edificio. No necesité demasiado tiempo para darme cuenta de que era la mansión Della Rovere, la cual, desde luego, estaba a más de los probablemente diez segundos que Dante me había tenido en brazos.

No pregunté, porque si Edward Cullen tenía una rapidez sobrenatural, probablemente él también la tendría.

El olor a leña quemada inundaba el gran recibidor de altísimos techos y suelo de madera de roble, que crujía bajo nuestros pies a cada movimiento que dábamos.

Dante fue el primero en apartarse de mí, tras haberse mantenido a mi lado durante un par de segundos, más de los que había tardado en transportarme.

—He oído a los perros. Estaban rastreando la sangre de Savannah —me informó, bajando la cabeza para no tener que mirarme a los ojos.

Levanté las cejas y asentí, aunque realmente estaba todavía algo descolocada.

Dante Della Rovere no solo me había tocado, sino que me había llevado en brazos. Necesitaba mi libreta y la necesitaba ahora.

—¿Crees que nos habrían encontrado si hubiéramos andado como personas hasta aquí? —pregunté estúpidamente, cruzando mis manos por detrás de mi espalda, quitando la mirada de las paredes llenas de valiosos lienzos que probablemente costaran más que mi propia vida. Nunca había visto un Gauguin tan de cerca.

Dante levantó ligeramente la cabeza para observarme con sus preciosos y vacíos ojos color aceituna, provocándome un instantáneo escalofrío. No podía comprender el grado de influencia que tenía sobre mí, si nunca nadie lo había tenido.

—Por supuesto. Eres lenta y hueles a sangre de muerto. Te habrían pillado en, aproximadamente, tres minutos si no hubiera sido por mí —respondió, con completa seriedad.

Quise quejarme y discutir mi supuesta lentitud, pero estaba claro que no podía reprenderle eso a un vampiro que había recorrido medio bosque en dos parpadeos.

—¿Dante? ¿Has encontrado al maldito imprudente de Valentino? —preguntó una voz, sorprendiéndome al instante, desde lo que parecía ser el salón.

El rubio, sin mostrarse demasiado asombrado por la intromisión de una tercera persona, se dio media vuelta, ocultándome entre sus anchos hombros.

—¿De verdad crees que él es el imprudente, Sandro? —preguntó con firmeza el vampiro, antes de que su hermano se descubriera, cruzando el marco de la puerta en dos grandes zancadas y colocándose frente a Dante en un par de segundos.

—Hueles a muerto —gruñó a modo de saludo, arrugado la nariz, mirándome por encima del hombro de su hermano.

Llevé mi brazo directamente justo debajo de mi nariz para comprobar que seguía oliendo al suavizante que mi madre utilizaba para hacer la colada y no a cadáver fresco. Yo estaba en lo cierto.

Fruncí el ceño y devolví la mirada a Alessandro, que se había cruzado de brazos.

—¿Qué hace ella aquí, Dante? No sé si recuerdas lo que va a pasar en menos de cuarenta minutos —murmuró, como si yo no pudiera oírle, echándole un rápido vistazo al reloj de su muñeca.

Di un paso a mi derecha para descubrirme, ya que el rubio seguía frente a mí.

—Los perros del sheriff estaban rastreando la alameda. Nos habrían pillado en cuestión de segundos —se justificó, levantando la barbilla. Empezaba a creer que ese era su mayor vicio.

—A ti no. Podrías haber venido tú solo —le reprendió el de cabello oscuro, clavando sus intensos ojos azules en mí.

Dante se encogió de hombros antes de desviar su mirada verdosa hacia mí, y sentí cómo mi corazón se aceleraba ligeramente, a la vez que el calor subía a mis mejillas.

DanteWhere stories live. Discover now