47. Primer Sacramento

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Maratón por el Danteversario 1/3

Removí mi café, intentando que el sonido de la cucharilla al chocar contra el vaso de cristal fuera suficiente para distraerme de las banales conversaciones de Olivia Rees, Violet Birdwhistle y Gavin Clarke, mis nuevos e improvisados amigos.

Habían pasado dos semanas desde la última vez que había visto a los Della Rovere.

Hacía un par de días que venía al Golden Caffé a escuchar cómo Olivia leía desde su móvil el informe policial de los diferentes asesinatos ocurridos a lo largo de los últimos cincuenta años, sacados directamente del inventario confidencial de la policía de Aurumham sin que su padre, el sheriff, estuviera al tanto de ello. No le había preguntado cómo lo conseguía, aunque la verdad era que no me importaba en lo más mínimo lo que fuera que hubieran deducido los inútiles de los detectives de mi ciudad, sin darse cuenta en ningún momento de que todas y cada una de esas desapariciones habían sido a manos de los tres Della Rovere y todas aquellas muertes culpa de Julius y de toda su maldita ascendencia.

Tenía la sensación de que alguno iba a aparecer de un momento a otro. Con Valentino, al menos, amante del café, había tenido algunos encuentros en aquel mismo lugar y, por muy increíble que pareciera, pese a las más de seis horas que pasaba diariamente en aquel lugar en compañía de los inocentemente jóvenes investigadores, el menor de los vampiros nunca había aparecido.

Ni siquiera Dante, quien, según Alessandro, me vigilaba, había sido capaz de presentarse ni una sola vez a verme, y tampoco a responder a mis gritos por el bosque en su nombre, pese a mis varios intentos. Ninguno había vuelto a mantener ningún tipo de conversación conmigo, más allá de mis más profundos sueños.

Llevé el café a mis labios y di un largo trago, como mi madre lo habría hecho con el alcohol ahora que todos en la ciudad la reconocían como la gran cornuda de oro.

—Creo que debe de existir una lista con nuestros nombres y fechas de nacimiento en alguna parte de la ciudad que permita a los asesinos de la alameda elegir a sus presas dentro de sus posibilidades —anunció el inteligentísimo policía suspendido de Aurumham, Gavin Clarke.

—Se llama Facebook —gruñí, mordisqueando un grano de café que no había acabado de fundirse en mi Latte Machiatto.

—Hace cuatrocientos años no existía internet —dijo Olivia con evidencia, como si yo fuera tonta.

—Por eso utilizaban Portraitbook —reí, aunque nadie lo hizo conmigo. A veces mis chistes eran exclusivos.

—Yo creo que Gavin tiene razón —murmuró Violet, ignorando por completo mi maravilloso juego de palabras.

Oli asintió con la cabeza.

—En el ayuntamiento debe de existir un Registro Civil y estoy segura de que más de uno tiene acceso a él —dijo, como si tuviera toda la razón del mundo.

Estaba casi segura de que el concepto al que se refería Olivia no había existido hasta entrado el siglo diecinueve y era casi tan válido como mi Portraitbook. Además, si sumábamos el hecho de que yo sabía que era Julius el asesino, podía afirmar que, claramente, aquel listado debía de encontrarse en la iglesia, aunque todavía no sabía dónde.

Por supuesto, no iba a compartir aquella información con nadie.

—Sigo sin entender por qué nosotros —murmuró Vi, bajando la cabeza—. Aunque sepan nuestros nombres, donde vivimos y de quién somos hijos, nada justifica que tengamos que ser justamente los que somos aquí los que vamos a morir.

Debía ser ella la que iba a morir, porque yo, desde luego, no tenía planes de hacerlo.

—Mi padre lleva investigando eso más de veinte años y nunca ha dado con una respuesta clara. Podrían ser los de Argentham los que desaparecieran, ya que cuatriplican nuestra población y, aún así, ninguno de ellos ha sido víctima de la alameda. 

DanteOù les histoires vivent. Découvrez maintenant