Prefacio

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"El mal jamás descansa, así que no te dejes engañar; ellos no duermen, sólo esperan el momento adecuado para atacar a sus presas"


La nieve apenas había conseguido cuajar aquella noche, así que sólo quedaban rastros del rocío sobre las hojas y pétalos de las flores que su padre cuidaba con esmero en el jardín. Pronto morirían, tenía esa sensación. Aunque su padre le asegurase que esas plantas sobrevivirían al gélido invierno, él seguía teniendo sus dudas; ¿cómo lo harían si ni él mismo era capaz de salir de casa exageradamente abrigado?

La calidez de su casa le relajaba lo suficiente para no echar en falta salir a respirar el aire fresco del exterior. Pero lo que le embriagaba en esos momentos era el olor dulzón del bizcocho que terminaba de hornearse en la cocina. Olía a vainilla y canela. El día anterior su padre había hecho uno de limón y otro de yogur; apenas quedaban unos trozos después de que Louis decidiera que tenía un gran antojo de dulce.

Sin embargo, saldría de casa en escasos minutos, contra su voluntad. ¿La razón? Dar la bienvenida al nuevo habitante del pueblo. Se había alojado en la vieja casa que se encontraba tras la veta del bosque, no muy alejada de la suya. La noticia había corrido por todo el pueblo como la pólvora y aquello le molestaba. A Louis no le interesaba darle la bienvenida a nadie y si él hubiera estado en el lugar de esa persona, habría deseado sin duda alguna que le dejasen instalarse en paz.

Cuando le preguntó a su padre cómo se había enterado de la noticia, éste respondió que el nuevo vecino se había pasado por la floristería a la que tantas horas dedicaba. Aunque aún no había hecho ningún encargo, tenía el presentimiento de que volvería a pasarse por allí.

—¿Ya estás listo, Lou? —Su padre se asomó desde la cocina—. Nos iremos en un rato.

Respondió afirmativamente de forma débil y vaga, consumido por la pereza que le daba tener que salir de casa un día como ese.

Sentado en el poyete interior del ventanal del salón, miraba hacia el exterior con abatimiento. Era grande, lo suficiente como para que resultase ser un cómodo asiento. Así que, cuando Louis cumplió los diez años, su padre decidió acolcharlo con cuero marrón similar al del sofá, convirtiéndolo en un asiento agradable y blando. Apoyaba su espalda en un cojín negro mientras observaba cómo algunos rastros de nieve habían conseguido cuajar en los barrotillos del ventanal.

Su padre salió de la cocina desatándose el pequeño lazo que cerraba su delantal. Louis se lo había regalado por el día del padre y en él podía leerse la frase: «Delantal apto exclusivamente para el mejor padre del mundo». Tal vez no era gran cosa, pero eran una familia humilde.

—Ponte los zapatos, hijo.

Suspirando con pesadez, hizo lo propio. Su padre le miró con el ceño fruncido mientras se ponía su abrigo.

—Espero que cambies esa cara cuando estemos allí. No seas maleducado.

—¿Por qué tengo que ir contigo? —Insistió—. ¿No puedo quedarme aquí?

—Ya hemos hablado sobre esto, Louis —respondió sin más antes de volver a la cocina, dándole la espalda.

Louis puso los ojos en blanco, considerando aquel exceso de cortesía una gran estupidez. Supo que no podría escaparse de ninguna forma cuando su padre regresó, mirándole expectante mientras se ataba los cordones de las zapatillas. Había guardado el bizcocho de vainilla y canela con sumo cuidado y ahora lo llevaba en una bolsa, como presente para el nuevo vecino.

No sabía qué le molestaba más, tener que salir de casa con el frío que el exterior aguardaba o ver cómo su bizcocho favorito era entregado a un completo desconocido.

𝓇ℴ𝓈ℯ𝓈 𝒻ℴ𝓇 𝓎ℴ𝓊 🥀 𝒍𝒂𝒓𝒓𝒚 𝒔𝒕𝒚𝒍𝒊𝒏𝒔𝒐𝒏Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon