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    Cuando mi madre decidió irse a la cama porque de tanto llorar el cansancio salió corriendo por sus lagrimales, Sofi y yo salimos y le dejamos descansar. Volveríamos en la noche. Como compañía, le dejamos a Doky. Ella se fue a cama con lágrimas cayendo de sus ojos y con el alma hecha pedazos como el mismo corazón que latía de tristeza.
    Llegamos a la estación Tricentenario en poco menos de veinte minutos. En el aire el viento se hace frío, las nubes están grises, cargadas con el agua que Dios manda. Pasamos el puente y bajamos los menos de veinticinco escalones. Con nuestra cívica entramos.
Dos minutos después tomamos el tren que se dirige al sur...

    —Es demasiado horrible lo que pasó con tu madre, José. Pensé que sería un día bueno, pero al parecer no todo resulta como uno quiere. —Después de una pausa, agrega—: ¿Crees que esto afectará tu hogar?
    —Ya lo está afectando —respondo secamente.
    —Entiendo, pero me refiero a, de pronto, irte de casa a otra parte. No sé. Siempre pasa. O son muchas imaginaciones mías. Una vez me pasó, hace un tiempo...
    »Mi madre no siempre estuvo con mi padre. Tiempo después fue cuando mi padre se fue a vivir con nosotras. El motivo nunca me lo han contado, y me gustaría saberlo. Fue cuando tenía (hasta donde recuerdo) unos cinco años cuando empezamos una vida con él. Cuando se enteró que iba a ser papá, creyó que sería una maldición mandada por el mismo Hades desde las profundidades de las desgracias humanas mientras que su alma se volvía negra como el carbón. Sé que nos abandonó, eso era seguro. Como cualquier familia viviendo en Medellín... Mi padre decide irse a Canadá, donde comienza con su cadena de comidas. Después se vuelve a hablar con ella, y quedaron en verse cuando viniera a empezar con el agrandamiento de la cadena. La comida Italiana es algo muy vendido aquí, así que volvió, y el mismo día quedó en verse con ella. Yo fui; recuerdo ir vestida con un vestido azul cielo y sandalias blancas. Mi cabello estaba recogido en una coleta alta y lo tenía sujeto con un lazo del mismo color del vestido. No recuerdo mucho de aquella conversación, pero recuerdo que él le pidió disculpas por la terrible (y acá agrego una palabra que no utilizó mi hermoso padre —que en paz descanse—) humillante (y agrego otra, ya que las doy gratis) estúpida idea de abandonarnos.
    »Varios meses después se monta el establecimiento en
Los Colores, y empiezan a vivir juntos. Yo era muy feliz, pero no sabía que la felicidad me duraría tan poco...
    —La felicidad es tan corta que se va cuando menos lo esperamos. —Mi interrupción le hace cabecear afirmativamente. Luego prosigue con su historia:
    —Cuando cumplimos dos años de vivir juntos mi padre me dejó casi todo en el testamento a mí y a mi madre. Dijo que no tenía a quién más dejarlo. Mis tíos (es decir, sus hermanos) eran bastante adinerados. A él le tocó desde abajo. Mis abuelos murieron cuando tenía doce años, así que tampoco les podía dejar nada. Así que yo (legalmente) soy —junto con mi madre— las dueñas de la cadena. Tanto la de acá como la de Canadá. En fin...
    »Unos meses después de eso, una vez lo oí hablar por celular con alguien. Parecía enojado. Mi padre no hacía más que gritar y gritar la misma palabra una y otra vez:
    —¡Eso no te corresponde! ¡Ni lo pienses!
    »Después la llamada terminó. Después de ello no volví a verlo así. Nunca peleó por llamada con nadie, además de cosas de negocios. Al año llegó al trabajo alguien que se convirtió como en mi hermano: Camilo, el camarero. Lleva varios años, y desde que está hablo con él con una confianza como de familia. Cuando hablo con Camilo... No sé. Siento que algo nos une. Siempre lo he querido como mi mejor amigo, como alguien de compañía.
    »Por allá en el 2017 celebramos la mitad de década del establecimiento. Mi padre lo celebró en grande: montando otro local en un centro comercial. Casualmente vamos hacia allí. Está en Unicentro. Es muy bonito. Y bastante grande. Una vez me perdí cuando era niña... Bueno, que me enrollo más que punta de embutido. Cuando cumplí mis quince años, Camilo bailó conmigo, y mi padre no dejaba de mirarlo. Supongo que creía que me tiraba los tejos. Pero yo —hembra que no se deja seducir por demonio alguno (lo digo, porque una vez lo oí diciendo cosas de las pechugas de campeonato de una señora que fue a comer) —lo dejé a un lado. Nunca me interesó Camilo. Siempre lo he sentido como familia. Como mi mejor amigo. Como alguien a quien necesitaba para desahogarme completamente.
    »Así que seguí hablando con él, pero ya no tanto como antes. Tal vez sea eso. Él se distanció demasiado. A veces pienso que de verdad me intentaba conquistar. Pero yo (que no soy santa ni mucho menos paloma) no quiero salir con un perro que olisquea y cree que con unos cuantos piropos de esos que dicen en cada esquina me llevaría entre sus brazos como mi príncipe.
    El tren se va deteniendo en la estación San Antonio, y nosotros nos bajamos acá para tomar el transbordo a la línea B. Las puertas se abren y nosotros salimos. Ella sigue con su relato, que me deja tan electrizado como Benjamin Franklin con su cometa cuando le cae un rayo en las obras animadas.
    —Desde que Camilo se fue distanciando yo no soy tan abierta con él. Igual no sé. Creo que hay algo que mi padre siempre me ocultó. No sé qué, pero lo siento...
    —¿Es cierto cuando dices que no te dejas seducir?
    Mi pregunta queda tendida en el aire. Nosotros subimos las escaleras y Sofi se queda mirando inexpresivamente el techo, creo que buscando la pregunta que dije en el aire, entremezclando con las demás palabras de los contertulios que nos acompañan.
    —Tal vez, José. No lo sé. Hubiese dicho mejor que no me dejaba seducir de ángeles.
    —¿Por qué? —Pregunto yo, con de esos nudos en la garganta que empieza en el estómago e impiden la respiración, los latidos y menos articular palabra alguna. Mientras espero su respuesta volteamos a la izquierda y nos vamos a una de las divisiones puestas en los rieles. El aire del sur se torna cada vez más frío, y más allá unas nubes tan grises como elefantes africanos presagian un baño tan grande que lamento no sacar jabón. Su respuesta llega entremezclándose con el frío del aire mismo:
    —Porque es usted un diablillo que me ha robado el corazón. 

Yo viviré en tiWhere stories live. Discover now