Capítulo IV

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Los niños crecían con gran rapidez. Ya no eran los bultos de ojos brillantes que habían sido. Ambos eran gordos, rollizos y saludables. Y ya se notaban las diferencias entre ellos.

Arthur definitivamente tenía el cabello oscuro de su madre, al igual que sus labios, pero todo lo demás era un pequeño Jaime. Joanna tenía el cabello típico de los Lannister, pero era toda Lyanna, no mostraba ningún rastro de su padre, exceptuando su cabello.

Lyanna todos los días se encargaba de observar a sus hijos, revisarlos y tratar de notar como parecían crecer todo el tiempo. Labor a la que a veces se unía Tyrion.

— ¿Dorne? —preguntaba Lyanna —. Si, son de los pocos posibles aliados que nos quedan, pero no debes olvidar lo que Lord Tywin le hizo a Elia Martell y a sus hijos.

— Por eso tendré que mandar una garantía de nuestra buena intención, aparte de concederles una porción de su venganza —respondió tranquilamente Tyrion mientras Joanna tomaba su mano y soltaba algunas risas.

— Los Martell no son gente que se conformen con porciones —puntualizó Lyanna —. Pero puedo asegurarte de que no está en sus planes ir en contra de nuestra familia. No ahora. Con Stannis y Renly técnicamente en nuestras puertas, necesitamos todos los aliados posibles. Después veremos qué hacer con Dorne.

En esos días Lyanna había aprendido mucho de Tyrion. Su mente era más brillante de lo que pensaba, aunque se la pasaba bebiendo la mitad del tiempo. No hablaba mucho de sí mismo, pero Jaime le confió algunos secretos sobre él.

Su constante obsesión con "afilar el ingenio" a pesar de haberse entrenado como guerrero también, aunque no era bueno en ello. Y demás características que decían que a pesar del desprecio en el que creció, era un buen hombre.

— ¿Después?

— Piensas en Oberyn —señaló Lyanna —. La Víbora. Hombre increíble, debo decir. De niña tenía un pequeño enamoramiento en él. Pero Doran... ¿Sabes cómo cazan las víboras, querido cuñado?

— Atacan desde la hierba —contesto rápidamente Tyrion —. No pasas meses en medio de los bosques de la montaña sin aprender sobre alimañas.

— Entonces, si Oberyn es la víbora, Doran es la hierba. ¿Quién le teme a la hierba? Vas y la pisas sin temor alguno, pero cuando te das cuenta, la víbora ya te mordió —sonrió Lyanna —. Crecí con ellos. Lo sé. Es como decir que tu hermana es débil solo por ser mujer.

— Si alguien dice eso, debería preguntárselo a Ned Stark —Tyrion se puso de pie de un salto y se sirvió vino —. Ahora debo ir a ver a Pycelle. Ese viejo verde me está esperando para desayunar. Tal vez Podrick pase a buscarte más tarde.

Podrick Payne era el escudero de la Mano del Rey, un chico de mediana estatura, tímido hasta el tuétano y muy respetuoso. Se veía que el enano le guardaba muchísimo cariño.

El plan de Tyrion era simple. Al llegar a Desembarco del Rey se aseguró de primero deshacerse de esos que sabían sobre la ejecución de Ned Stark, de esos que sabían que Joffrey pediría su cabeza. Y lo hizo bien, por algo Janos Slynt, el ex jefe de la Guardia de la Ciudad se encontraba en el muro.

Después vería cuales de los miembros del Consejo traicionaría a la Mano por que le resultara conveniente, así que vendería la misma historia a tres personas. La historia que llegara a oídos de la reina se convertiría en la verdadera y Tyrion desaparecería al hombre en particular.

A Pycelle no había necesidad de contarle la historia, ya que se enviaba una carta. Toda la fortaleza sabía que por orden de Cersei el viejo maestre leía cada carta que salía y le informaba de su contenido a la reina.

El segundo seria Meñique. Lyanna sentía un odio visceral hacia aquel hombre, pero solo un ciego no admitiría la brillantez de este. Paso de ser un simple cobrador de impuestos en el puerto de Desembarco del Rey a Consejero de la Moneda en menos de 3 años.

Tyrion le había contado que el hombrecillo era un malabarista de primera. Que durante su administración las ganancias del reino eran casi del doble, que el dinero ganado lo invertía y cosechaba con increíbles ganancias. Pero que los gastos de Robert eran tan excesivos que las deudas no paraban de aparecer.

A Meñique, Tyrion lo convencería de caer en su juego con algo más grande que oro y demás. A sugerencia de Lyanna, Tyrion ofrecería a Meñique el mismísimo Harrenhal, el que fue hogar de Harren el Negro. La fortaleza más grande que jamás conoció el hombre, capaz de resistir asedios por tierra y mar, pero que no resistió a los dragones de Aegon.

Varys sería más difícil de convencer. Mas difícil de hacer que cayera en los planes de Tyrion, si no tomabas en cuenta a Lyanna.

Hace tiempo, en Invernalia, Lyanna le había contado a Jaime sobre como los bastardos deben aprender a observar para sobrevivir, fijarse en los detalles que nadie más veía. Y Lyanna se había fijado en Varys. La araña era el mayor jugador del juego de tronos, con ojos y oídos en todas partes, dándole confianza y ventaja en todos. Y esa era precisamente su debilidad, aparte de su característica cobardía en lo que respecta las artes de guerra.

Varys ya sabía de los planes de Tyrion incluso antes de que los llevara a cabo, Lyanna estaba segura, así que solo bastaba con que, cuando Varys fuera a buscar al enano por respuestas, este solo dejara una amenaza flotando en el aire.

Lyanna salió de su habitación de noche aquel mismo día. Dejando a sus hijos con una de las muchas nodrizas disponibles se dispuso a pasear por la Fortaleza Roja, siendo inevitable para ella pensar en lo mucho que había cambiado todo desde la coronación de Joffrey. Con Robert todo era banquetes, fiesta, esplendor. Los empleados estaban en cada esquina dispuestos a servir, ya que tenían un techo caliente y alimento a disposición.

La escasez de alimentos se notaba en la Fortaleza Roja, aunque a Lyanna le costaba admitir que no se notaba para ella.

Vagabundeo en los pasillos, haciéndose la idea de tal vez ir al bosque de los dioses, pero como ya era bien entrada de la noche decidió no hacerlo, hasta que escucho una voz parecida a un gruñido.

— Maldita sea, estoy borracho como un perro. Vamos. Tienes que volver a tu jaula, pajarito. Yo te llevaré. Te cuidaré en nombre del Rey.

Doblo la esquina rápidamente y se encontró con Sansa, con una mirada de terror absoluto, y el Perro.

— Clegane —saludó Lyanna —. Sansa, querida, veo que te adelantaste. Perdón, tenía que dormir a los mellizos antes de salir a rezar.

Sandor Clegane levanto la ceja, con una expresión que iba de dubitativa a divertida en un dos por tres.

— Ya veo. Lady Lannister —saludó Clegane —. Sin embargo, es muy tarde para que dos damas estén solas. Déjenme escoltarlas a sus habitaciones ahora.

El tono del perro era agresivo como siempre, pero la presencia del Lyanna ayudo a disuadir a los otros caballeros juramentados de hacer preguntas sobre la ausencia de Sansa en su habitación. Ambas se despidieron de manera adecuada y Lyanna no se fue hasta que escucho el pestillo de la puerta de Sansa cerrarse con llave.

— Puedo ir sola —sonrió Lyanna hacia el perro —. Conozco el camino hacia mi habitación.

— El rey parece tenerle cierto aprecio Lady —soltó Clegane —. No lo pierda por proteger a un pajarito solitario.

— No sé de qué habla Clegane —Lyanna se despidió con una ligera reverencia y se apresuró a su habitación.

Tendría que averiguar qué hacía Sansa en medio de la noche de camino al bosque de los dioses. 

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