I

4.8K 392 63
                                    

Ese día escapamos de la clase de educación física como solíamos hacer cada viernes que era posible y nos escondimos en una de las aulas vacías de la escuela. No sabría decir qué fue lo que lo hizo diferente a las otras veces que lo habíamos hecho sin comenzar a divagar, sólo sé que aquella mañana, Lisa se veía más bonita que el día anterior y el tacto de su mano comenzaba a generar más cosquillas de lo normal en mi muslo.

Me contó algo sobre que sus gatos estropearon las cortinas favoritas de su madre mientras estábamos tiradas en el piso de ese salón que llevaba sin usarse desde que tengo memoria, probablemente debí estar sonriendo como idiota al oírla relatar sus anécdotas de la semana.

Mi silencio no era una novedad para Lisa, pues me agradaba estar atenta a lo que tenia para decirme; siempre solía sorprenderme con alguna nueva aventura que había vivido sin mí. Era interesante oírla, incluso si solo hablaba de temas sin la menor importancia como con quien salió el día anterior o cosas así.

Pero de pronto sus caricias pararon y fue ella la que se quedó callada.

Al percatarme de que no seguía con otro de sus relatos me incorporé para ver su rostro, tenia los ojos cerrados y la mano con la que le gustaba dibujar círculos invisibles en mis piernas apretada en un puño.

—¿Lisa? —la llamé preocupada.

—¿Mh?

—¿Ocurre algo?

No obtuve más que un gesto de negación de su parte.

—¿De verdad no te pasa nada?

—No. —Se rió.

—¿Segura? —Insistí.

—Segura.

En ese momento tomé la decisión de creerle, ¿qué más podía hacer sin que sintiera que la estaba presionando por nada? Recuerdo incluso pensar de manera fugaz que quizás sólo se había cansado de hablar, si es que eso era posible, así que lo dejé pasar como si nada.

Después de un par de minutos se acercó más a mí y me abrazó fuerte, demasiado fuerte. Podía sentir su corazón latiendo más rápido que el mío.

—¿Rosie? —susurró en mi cuello.

—¿Sí?

—¿Te molesta si nos quedamos así un rato?

Su aliento provocó que un hormigueo descendiera por mi columna. Ella, al notar que no le contestaba continuó hablando.

—Sólo hasta que toquen para la siguiente clase, ¿sí? Por favor.

Se pegó más a mí, y yo ya no sabia que hacer para disimular lo feliz que me ponía tenerla tan cerca.

—Está bien —le respondí bajito, como si me diera miedo que alguien nos escuchara, que en parte lo tenia, pero trataba de disimular mis nervios lo mejor que podía.

Y es que sentía cómo su pecho subía y bajaba por sus respiraciones irregulares, cómo cada tanto sacaba el aire por la boca, cómo le temblaban las manos y cómo aumentaba gradualmente su agarre a la camiseta de mi uniforme de educación física. Era, sin duda, un comportamiento impropio de ella, y todo aquello provocaba una sensación rara en mi pecho que me hacia perder la calma de a momentos, pero continúe sin decir una sola palabra.

—No quiero que suene la campana —la oí susurrar, y sus palabras allí se quedaron, en mi silencio.

Su cuerpo era demasiado cálido y eso me causaba escalofríos, el olor cítrico de su shampoo me llegaba directo a las fosas nasales y eso me hacía querer respirarla sólo a ella de a poquito, su piel se sentia sumamente suave contra la mía y eso me gustaba, eso me mareaba, Dios, eso me mataba. Entonces, algo hizo click dentro de mi cabeza de alguna forma y me dieron ganas de llorar.

Lisa me gustaba.

Ese sentimiento me aterraba de una manera inexplicable.

Que no suene la campana | Chaelisa Where stories live. Discover now