IV

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Llegué a la casa de Lisa a eso de las tres y media de la tarde.

Su mamá fue la que me recibió en la puerta, aún llevaba el uniforme del hospital en donde trabajaba y se veía muy cansada, pero me dedicó una gran sonrisa en cuando me vió. La señora Manoban era una de las personas más amables que yo había conocido en mi vida y su sonrisa era capaz de transmitirte calidez, algo que por supuesto su hija también heredó de ella.

—Rosie, linda, un gusto verte por aquí —me saludó.

Le devolví el saludo con entusiasmo y le pregunté si Lisa ya estaba lista para salir, como me era costumbre, ella suspiró con pesadez, quizás por la fatiga que sentía por su jornada de trabajo, y abriendo un poco más la puerta para que yo pasara me dijo que Lisa seguramente estaba en su habitación.

—Se puso pijama y se metió allí desde que llegó del colegio —me explicó—, siendo sincera ni siquiera me dijo que vendrías, Rosie, no están peladas a algo así, ¿no?

—No que yo sepa —le respondí confundida.

—Oh, pues...

Su frase se vió interrumpida por el sonido de su celular, proveniente quizás de algún lado de la bata de su uniforme, ella lo sacó para apagar lo que creo yo era una alarma.

—Agh, te la encargo, ¿sí? Ya casi es hora de que vuelva al hospital. Hay helado en la nevera por si las cosas se ponen feas —me dijo, mientras caminaba de un lado a otro recojiendo sus cosas.

Asentí, sin dejar de sentirme confundida por toda aquella situación, ella se movia a prisa por el living, buscando quien sabe qué, y una vez metió un par de cosas a su bolso la noté un poco más relajada.

—¡Lisa, cariño, Rosie está aquí! —gritó desde el marco de la puerta. No se oyó ningún tipo de respuesta de su parte.

—Te la encargo —volvió a decir, pero esa vez cerró la puerta antes de que yo pudiera responderle.

Suspiré y me aventuré hacia la habitación de Lisa, ella, como si me hubiera sentido llegar a su puerta se apresuró a inventar excusas para no abrirme la misma.

—Estoy algo enferma, Rosie, no creo poder acompañarte hoy —dijo, y luego procedió a toser de la manera más falsa que alguna vez oí toser a alguien.

—Pero en el instituto yo te vi bastante bien, más te vale no mentirme con estas cosas —le espeté—. No vayamos si no quieres, ya les enviaré un mensaje diciendo que no iré hoy al ensayo, podemos quedarnos aquí, tu mamá me dijo que hay helado en la nevera, puedo traerlo, pero abreme la puerta, ¿sí?

La oí suspirar del otro lado de la puerta y me la imaginé con la frente apoyada en esta, así que yo también hice lo mismo mientas esperaba su respuesta.

Hubo casi un minuto de silencio entre las dos, y justo cuando estaba por volver a insistir ella habló, más en un tono de reproche que otra cosa.

—Ve a traer el helado primero y después hablamos.

Sonreí he hice lo que me pedía, cuando regresé la puerta de su habitación ya estaba abierta, así que entré sin mucha dificultad, ella estaba acostada boca abajo en su cama, efectivamente en pijama, lanzando pequeños lamentos murmurados. Dejé el helado en su mesita de noche y me crucé de brazos.

—Oh, Lisa, deja de fingir estar enferma, no te lo compro.

Ella se incorporó de inmediato a mi dirección indignada.

—Podría estarlo —me respondió a la defensiva, en un tono de niña siendo regañada.

—Lo sé, podrías, pero es porque te conozco que no te creo nada.

—Bueno, ya, la verdad es que no quería ir a tu ensayo —me dijo bajando la cabeza—, pero no tienes que quedarte conmigo sólo por eso.

—Pero quiero hacerlo —murmuré, con la intención de que ella me oyera.

—Agh.

Lisa se dejó caer de nuevo en la cama, sumiendose en la resignación de que yo no me iba a ir, traté de hacerme un espacio junto a ella y me apoyé con uno de mis codos para jugar con su cabello. Ese aroma cítrico tan suyo me llegaba directo a las fosas nasales, me provocaba una sensación de asfixie de las bonitas, si es que algo así existe.

Traté de proyectarme como si no me pasara nada, como si no me pasara nada con ella, como si no me hubiera estado muriendo de las ganas de sólo recostarme a su lado y respirar su olor de manera profunda.

—El helado se va a derretir —le hice saber.

Ella se incorporó, casi como si hacerlo le representara una pena, y tomó el envase de helado de su mesita de noche. Comenzó a comerlo de inmediato, dándome probadas a mí cada tanto con la misma cuchara que ella estaba utilizando.

Me acosté boca arriba en su cama y ella se quedó sentada con las piernas cruzadas a un lado de mí, lo único que hicimos durante los siguientes quince minutos fue comer helado en silencio.

Que no suene la campana | Chaelisa Where stories live. Discover now